Lect.: Ezequiel 2,2-5 ; 2Corintios 12,7b-10; Marcos 6,1-6
- Este pasaje de Marcos, hoy, por alguna razón un tanto extraña, es de los textos evangélicos que se ha hecho popular por incluir el dicho, anterior aparentemente al propio Jesús, que nos advierte que “nadie es profeta en su tierra”. Suena a una expresión intrascendente, de mero sentido común, un texto al parecer “inocente”, como observaba un compañero, que en una primera lectura solo parece apuntar al mundillo egoísta de pueblos pequeños, —e incluso países pequeños— donde no se permite que los iguales sobresalgan sobre los demás. Se da casi espontáneamente, la tendencia a “serruchar el piso” (frase de uso popular en Costa Rica) ante alguien que empieza a destacar, y al que vecinos y conocidos suelen con este procedimiento volverlo a igualar con la estatura de todos.
- Puede entenderse, sin embargo, a un nivel más elaborado, como apuntando a la reacción espontánea, frecuente en poblaciones e instituciones, ligada a la necesidad de preservar lo que se considera la identidad propia: actitudes rutinarias, de costumbres, que arropan a los que se aceptan como “valores del grupo”; que incluso, a menudo, no son sino cobertura de los intereses de grupos dominantes que determinan las relaciones sociales, culturales y económicas de unos sobre otros.
- Podemos pensar, más conectada con esta segunda interpretación, la reacción de rechazo que experimenta Jesús al visitar su pueblo natal, Nazaret. Él representa con su anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios, un llamado a una gran transformación, a vivir relaciones nuevas, no sola en el ámbito de la familia, sino en todos los espacios. No era un llamado a la destrucción de las instituciones existentes, pero sí, sin duda, a reconstruirlas y a vivirlas con criterios nuevos, a la luz de la experiencia de Dios y de plenitud humana vivida por Jesús. En la medida en que estos criterios nuevos superaban y entraban en conflicto con las actitudes nacionalistas, patriarcales y elitistas, que marcaban la vida cotidiana de ciudades y pueblos de Israel, Jesús necesariamente se ganaba el rechazo incluso de sus coterráneos. Los recursos con que se le enfrentaban en ese momento no eran, por supuesto, transparentes. Las preguntas casi retóricas, “de dónde saca este esa sabiduría?, ¿no es acaso el obrero de construcción, hijo de María y sus hermanas y hermanos no viven con nosotros aquí?” eran mecanismos deslegitimadores, pero también formas más o menos sutiles de ocultar las verdaderas motivaciones de su rechazo: el preservar el status quo.
- Si bien el evangelista Marcos, alude a la “falta de fe”, para explicar la oposición, hay que entender esa falta de fe, en el sentido, original y más amplio, de falta de confianza no tanto en los conceptos de la predicación de Jesús, como en el nuevo modo de vida que él mostraba en su convivencia con los discípulos y en sus relaciones con los más pobres y excluidos de su pueblo. Si simplemente se hubiera presentado como un predicador moralista haciendo llamados a cumplir con los preceptos de la Ley, no hubiera encontrado enfrentamiento. Pero a Jesús no le interesaba “volver a una justicia como la de antes”, sino a un horizonte nuevo: ser plenamente humanos y solidarios.Ω
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