Lect. Sab 1,13-15;2,23-24; 8:7.9.13-15; Mc 5:21-43)
- Continuamos uno de los temas iniciados el pasado domingo, el de enfrentar la idea de que Jesús era un “taumaturgo”, es decir, un “hacedor de milagros” y que esa función lo definiría principalmente. Un “hacedor de milagros” que nos estaría relativizando el valor del mundo natural y estaría mostrándonos otra vía, otro atajo, más sencillo para resolver problemas que afectan nuestra vida humana. Por extensión, probablemente, de esa creencia se ha pasado a ver a santos y santas como otros tantos “hacedores de milagros”. Y de ahí podría conectarse con esa otra actitud en muchos cristianos que, ante las enfermedades y los problemas difíciles, subestiman las soluciones de la ciencia y la técnica y las leyes de la naturaleza, y recurren a implorar intervenciones divinas obtenidas por intercesiones de santos y santas, para poder “saltarse” esas leyes cuando dentro de su marco no podemos solucionar problemas que afectan nuestra vida.
- Pero Jesús no era fundamentalmente un “hacedor de milagros”, no al menos, en el sentido de esa creencia. Como empezamos a decirlo el domingo pasado, con palabras de un teólogo contemporáneo, “los ‘milagros’ de Jesús no son la vida ni eliminan las dificultades de la muerte y la vida, pero hablan de las posibilidades de la vida”. Eran formas de su acción y de la fuerza que acompañaba el anuncio de la “Buena Nueva”. No eran demostraciones de una inferioridad del orden natural ante la presencia de lo divino en Jesús, sino de la riqueza de nuestro mismo ser, de nuestra misma existencia cuando descubrimos que “en este mundo ambiguo y negativo, la presencia de Dios no es un factor exterior, sino el milagro mismo de lo humano llevado a su profundidad última”, según el pensamiento del mismo teólogo citado.
- De esas acciones de fuerza sobre la tormenta, sobre los elementos naturales, Marcos pasa en el capítulo 5 a acciones de fuerza sobre la vida humana misma y, más en concreto, en el pasaje de hoy, sobre la vida de las mujeres de su época. Tanto la curación de la hemorroísa como la de la niña de 12 años a la que se creía muerta, vienen a presentar a Jesús como dador de una vida nueva para hombres y mujeres por igual. Lo que los relatos de las respectivas curaciones muestran, en especial la de la hemorroísa es mucho más que una curación de una enfermedad física; es un rescate, una liberación que Jesús realiza de las ataduras de una sociedad, regida y configurada por varones, donde las enfermedades corporales y los ritos de purificación habían sido establecidas como mecanismos para mantener a las mujeres marginadas y sometidas, privadas de su voz, de su poder y del lugar social que les corresponde.
- Al evangelista Marcos, en fin, “no le duele la mano” no solo para resaltar estas acciones fuertes de la Buena Nueva en beneficio de las mujeres, sino, además, para hablar de cómo esas acciones fuertes, que “salen” de Jesús en situaciones límites, utilizan incluso formas y medios religiosamente no ortodoxos. Así, no duda en destacar que un jefe de sinagoga busque la ayuda de Jesús, de quien ya desde un par de capítulos antes, se dice que están buscándolo para expulsarlo de la Sinagoga. Y una mujer enferma, para lograr su curación, comete una violación de la Ley, al tocar a Jesús, pasando por encima de su condición de “impura”.
- La audacia del padre de la niña y de la mujer enferma de flujo de sangre, son presentadas no como infracciones de la Ley, sino como expresiones de fe. No extraña si se mira desde el recordatorio que hoy hace el libro de la Sabiduría, en la primera lectura, cuando dice que “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”.
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