Lect.: Hechos 2:1-11; Corintios 12:3-7, 12-13; Juan 20:19-23
- A lo largo de nuestras vidas hemos conocido formas de enseñanza presentadas como “cristianas” que, en realidad, muchos de nosotros pensamos en algún momento, que dejaban mucho que desear. Son esas formas de presentar al ser humano subrayando siempre su carácter “pecador”, “alejado de Dios”, y permanentemente implorando perdón por su incapacidad de realizar nada bueno. La celebración de las fiestas de la Pascua, que concluimos hoy litúrgicamente, es importante para deshacernos de esas miradas religiosas distorsionadas que nos mantienen en una situación de subordinación a un supuesto orden sobrenatural, y que no se corresponden con las enseñanzas del evangelio como lo hemos venido meditando en domingos anteriores y que culminan con esta fiesta de hoy.
- Acerca de lo que llamamos la “venida del Espíritu Santo” sobre los apóstoles, contamos, al menos, con dos relatos distintos por parte de los evangelistas, conforme, entre otras cosas al interés de cada autor en un aspecto específico del mensaje. Así Lucas, en la segunda parte de su obra, llamada libro de los Hechos de los apóstoles, sitúa el evento en la fiesta de Pentecostés, es decir, 50 días después de la Pascua, para subrayar que el mensaje evangélico, la Buena Noticia es para todos los pueblos, de todas las culturas y lenguas.
- El otro relato, que lo muestra el texto evangélico de hoy y los versículos siguientes, nos habla de la entrega del Espíritu Santo por parte de Jesús, al soplar sobre los apóstoles que acaban de descubrirlo viviente y les encarga la misión de continuar la suya. Por razones de pedagogía religiosa de hace siglos en la Iglesia se consideró útil celebrar en días separados la Pascua de Resurrección, la Ascensión y la venida del Espíritu Santo sobre la primera comunidad de discípulos. Pero, en realidad, se trata de varios aspectos de un solo acontecimiento cuyo significado queda unificado y mejor sugerido en Juan.
- El gesto de soplar sobre ellos es especialmente significativo, al recordar la acción creadora de Dios sobre el primer hombre. Ahora, la realidad de la resurrección de Jesús, que han experimentado viviente en sus propias vidas, da lugar a la creación del ser humano nuevo. A los discípulos, recreados, que descubren la presencia divina en forma de espíritu en su dimensión humana más profunda, Jesús les encarga compartir con todos los pueblos esta experiencia de unidad con él y con Dios, . Puede verse aquí también lo que había hablado Jesús con Nicodemo. Es como un “nuevo nacimiento” que nos abre los ojos a la plenitud que él tiene y que, como decíamos hace una semana, también la tenemos nosotros y que hemos sido llamados a vivirla y a desarrollarla creciendo “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, alcanzando la edad adulta y la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Efesios 4: 13), transformándonos nosotros mismos, transformando este mundo con la fuerza del amor.Ω
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