Jueves Santo
Lect.: Éxodo 12:1-8, 11-14; I Corintios 11:23-26; Juan 13:1-15 (Ver también Marcos 14: 12 - 32)
1. En un primer acercamiento deberíamos leer los evangelios sin filtros, abiertos a recibir y a entender lo que nos transmiten. Quizás esta es una aspiración difícil, pero vale la pena intentarla. Por ejemplo, en esta noche de Jueves Santo. Puede resultar enriquecedor y reconfortante tratar de saltarnos los filtros de catequesis recibidas, incluso de explicaciones doctrinales oficiales y oficiosas, y tradiciones más o menos recientes, para poder, simplemente, acercarnos aunque sea de manera virtual a ese piso alto donde en una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta, los discípulos han preparado todo, según el evangelista Marcos, para celebrar la Pascua.
2. ¿Qué nos encontramos? Algo sencillo y familiar, aunque enseguida cargado de emociones y dramatismo. Se trata de una cena que comparte Jesús con el grupo de sus seguidores, de sus amigos más cercanos. Del relato se desprende que se trata de una cena de despedida quizás más preparada que otras comidas en las que han participado los discípulos con el Maestro. Pero, en todo caso, que enlaza y forma parte de una práctica característica de los años de “vida pública” de Jesús, la práctica de compartir la mesa. Esto fue mucho más que cumplir con la necesidad biológica de la alimentación. Era un momento privilegiado para enseñarles. Y no solo con la palabra para hablarles de la Buena Noticia del Reino, sino con el ejemplo del propio comportamiento, al sentarse a compartir con pecadores, con pecadoras públicas y con cobradores de impuestos que irían a parar a bolsillos de los dominadores.
3. De ahí lo elocuente y significativo de las comidas, las cenas con Jesús que, fácilmente, se tornan en temas de parábolas que hablan del Reino de Dios, simbolizado con grandes banquetes al que todas y todos estamos invitados, sin excepción. Sentarse en una misma mesa, sin ninguna clase de privilegios, compartir todas y todos los mismos alimentos, subraya el carácter inclusivo del llamado del Dios de Jesús, y destaca tanto más cuanto esto sucede en una sociedad marcada con diferencias y distancias socioeconómicas muy profundas y, en apariencia, irreconciliables.
4. Además, las comidas, las cenas con Jesús, hermanaban radicalmente a quienes se sentaban en torno a la mesa porque se trataba de compartir realmente los alimentos. Hacía real el cumplimiento de la petición del pan de cada día, —central en la Oración del Padrenuestro—, como realización de la justicia divina que inspira el compromiso de quienes siguen los pasos de Jesús, en una entrega y esfuerzo continuo y múltiple para que a nadie le falte lo necesario para la supervivencia con dignidad. “Denles Uds. de comer” (Mc 6: 37) es aquella frase que hace eco en nuestros corazones cuando vemos, por ejemplo, el éxodo de centenares de miles que se ven obligados a migrar porque el cambio climático ha afectado radicalmente sus tierras, su agua, sus medios de subsistencia. Y los gobiernos nacionales y las organizaciones internacionales miran para otro lado.
5. En esta perspectiva, la conmemoración de la Cena del Señor, el Jueves Santo, nos permite reinterpretar de qué se trata celebrar y participar en todas las “cenas” eucarísticas, aunque lamentablemente el rito haya reducido al mínimo los símbolos del compartir la mesa, los alimentos y bebida y, quizás, se haya perdido del todo para la mayoría de los asistentes a las “misas” el significado del vino y el pan evocando la separación del cuerpo y la sangre que tiene lugar en la entrega violenta del martirio.
6. Estos pensamientos me invaden cuando un año más, en el llamado Jueves Santo, nos acercamos a la Cena del Señor, libres de filtros que tratan de distraernos relacionando el recuerdo de esta Noche cargada de fraternidad y compromiso, con otros temas importantes pero secundarios, como pueden serlo las prácticas de culto sacramental (Ver las notas aclaratorias).
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