2º domingo de pascua
Lect.: Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20:19-31
COMENTARIO PERSONAL
1. Con un poco de estudio y reflexión, con apertura de espíritu, no nos resulta tan difícil entender que lo importante en los relatos que retomamos estos domingos del tiempo de pascua, no son los detalles de las narraciones, sino su significado. Nos damos cuenta, por la diversidad en lo que escriben los evangelistas, que no están tratando de hacer unas crónicas de hechos para reconstruir al pie de la letra eventos que sucedieron el Domingo de Pascua y en las semanas siguientes. Lo que es importante no es si son creíbles las formas literarias de transmitir el mensaje, su estilo parabólico, sus toques propios de un ambiente acostumbrado al uso de leyendas y mitos. Lo que es realmente importante es entender la verdad del mensaje sobre la experiencia que vivieron las primeras comunidades, una experiencia que, como dijimos el domingo pasado, los llevo a anunciar con total convicción, que ¡Jesús vive! y ¡Jesús es el Señor! Una convicción que nace de experimentar que las primeras comunidades estaban viviendo la misma vida de Jesús y compartiendo su compromiso por un reino de justicia, paz y fraternidad.
2. En las lecturas de hoy, en particular en la primera, de los Hechos de los Apóstoles, se nos da una pista de algo tremendamente iluminador: esta experiencia de la que estaban convencidos los llevó relativamente pronto a cambiar el propio estilo de vida al que estaban acostumbrados. Nos dice Lucas: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos.” Para ellos, este cambio en el modo de relacionarse y de entender la propiedad y posesión de bienes era su forma de “dar testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús.”
3. Estas experiencias, estas transformaciones personales y comunitarias constituyen lo esencial del significado del anuncio de la resurrección de Jesús y son las que avalan la verdad de este anuncio de que “Jesús vive” y de que “Jesús es el Señor”. Pero, de inmediato, se convierten en interpelación para nosotros hoy día. Nos hacen dudar de que el modo de vida de las comunidades cristianas actuales , —no digamos ya de los aparatos eclesiásticos administrativos—, estén transmitiendo y avalando la verdad de ese anuncio. Fijémonos solamente en un aspecto: si para nosotros Jesús es el Señor, eso quiere decir, entre otras cosas muy fundamentales, que nuestra forma de pensar, y de valorar las relaciones familiares, sociales, económicas y políticas, no puede aceptar de ninguna manera que los principios de lo que el Papa Francisco ha llamado, una “sociedad excluyente”, y no inclusiva, “de enfrentamiento y no de encuentro”, sigan rigiendo nuestras vidas como lo han venido haciendo, en particular, mediante la dinámica económica dominante en nuestra sociedad durante los últimos cuarenta años.
4. Dedicaremos nuestros comentarios dominicales de este tiempo de Pascua, hasta Pentecostés, a examinar y reflexionar sobre la viabilidad que tienen esas aspiraciones del Papa Francisco. Al menos, cuáles pueden ser algunas pistas operativas a nuestro alcance para ir respondiendo al desafío de construir una sociedad incluyente y de encuentro.Ω
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