Lect. Is 61,1-2a.10-11; 1 Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-8. 19-28
- Pienso que en todos los tiempos, en diferentes países y regiones, cuando a la gente le toca atravesar situaciones de crisis muy difíciles para toda la población, es normal que surjan posiciones extremas. Algunas para protestar y culpabilizar al gobierno de turno por los problemas y soñar con que quizás pueda aparecer un nuevo líder que enderece la dirección que lleva el país. Otros, quizás, desilusionados de toda la clase política, para pensar en la posibilidad de un levantamiento popular que produzca un cambio radical. Otros, en fin, para refugiarse en su fe religiosa pensando en que Dios no podrá abandonarlos y realizará alguna intervención milagrosa. En este sentido, la cosa no era muy distinta en la Palestina de hace veintiún siglos. A un pueblo abrumado por la pobreza y la indiferencia de los grupos dirigentes; la vergüenza de la ocupación de un poder extranjero y la falta de guía de profetas como los de siglos anteriores se le agudizaba la necesidad de esperar un Mesías liberador. No es de extrañar, entonces, que al aparecer un personaje tan extraño y carismático, vigoroso y austero como Juan el Bautista se levantaran inquietudes entre el pueblo, y la dirigencia político - religiosa le enviara directamente al propio Juan una comisión para interrogarle. Es el episodio que nos narra el texto evangélico de hoy. Le interrogan si él es el Mesías o alguno de los profetas y ante su respuesta negativa, le piden que aclare su identidad, para llevar la información a los que les han enviado —obviamente la cúpula político religiosa de Jerusalén.
- Lo que resulta interesante de observar es que tanto los grupos populares, con su expectativa de liberación, como las dirigencias de Israel, con su temor a perder el poder y la posición de privilegio que mantenían, piensan que “alguien de fuera” puede llegar a cambiar las cosas. Y el propio Bautista parece pensar en esa dirección. “El que ha de venir”, “el que viene detrás de mí,” alude a un Mesías Liberador que será enviado por Dios. Deseado por unos y temido por otros, es visto como alguien “que va a venir”, alguien “futuro”. Pero, cuando llegue Jesús, a sus discípulos les cambiará la perspectiva. Alguien “más fuerte que el Bautista” efectivamente está presente en Jesús, pero está presente también en cada uno que nace de lo alto, como se lo trataría de aclarar a Nicodemo. Quizás por esto mismo Jesús solo se refiere a sí mismo como “hijo del Hombre”, para ayudarnos a comprender que el germen de la liberación profunda de la humanidad, está ya presente en cada hombre y en cada mujer. Incluso, y de manera especial, en los más débiles, los más pobres y de quienes menos puede esperarse una fuerza de transformación.
- De ahí el carácter de Buena Noticia, como decíamos el domingo pasado, que tuvo la predicación y la vida de Jesús. De ahí la alegría que desborda el anuncio del profeta Isaías (1ª lectura de hoy) hablando en nombre del Mesías, “Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor. Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios”. De ahí también, de este descubrimiento, se desprende el llamado que hace Pablo hoy ( en la 2ª lectura), “Estén siempre alegres. Sean constantes en orar. Den gracias en toda ocasión.”. Y se refleja más vivamente en el Canto de María, que hoy decimos como salmo responsorial: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. […] “Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí; […] A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 46b-48. 49-50. 53-54).Ω
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