Lect.: Sab 6, 12-16; 1 Tes 4, 13-18; Mt 25, 1-13
- Esta parábola del texto de Mateo este domingo puede estar ambientada en las costumbres nupciales de la época. Podría tratarse de la preparación de un cortejo nupcial en casa de una novia. Se suponía que tras un año, al menos, de desposorios —o compromiso de matrimonio diríamos hoy—, se acostumbraba que el novio llegara a recoger a la novia a la casa de la familia de ésta, para conducirla a la casa del novio. Irían acompañados de un cortejo de muchachas que portarían antorchas o lámparas encendidas. Para no perdernos en precisiones sobre las costumbres culturales ni en detalles sobre lo oportuna o no de una historieta en la que no aparece la novia, hay que fijarse en lo esencial: que ante un retraso del novio, siendo de noche, las muchachas se durmieron y al despertarse e intentar encender sus lámparas, la mitad de ellas no contaban con aceite para hacerlo. Y no pueden acompañar el cortejo ni entrar con el novio a celebrar las bodas.
- Una vez más, en los evangelios, la celebración alegre de una boda evoca la presencia del reino de Dios. Y que la mitad de las muchachas no puedan participar solo quiere subrayar el mensaje del texto: es preciso estar atento y preparado para descubrir y entrar en el Reino. Entre los muchos modelos de interpretación con que se ha leído esta parábola hay algunos que nos parece que no responden a nuestra comprensión actual del mensaje evangélico: por ejemplo, los que intentan verla como referencia a un “juicio final terrible” que recurre al temor para propiciar cambios de conducta en los y las creyentes. Empezando por esto ultimo, el carácter que predomina en el relato no son las advertencias amenazadoras sino el aire festivo, el de la alegría subrayada por las luces, y que es el propio de una fiesta de bodas. En el contexto de la comunidad de Mateo, se sabe que el reino de Dios ya ha llegado, que no hay que esperar a un final de la historia; los “últimos tiempos” son estos, los que ellos viven — y nosotros también—, inaugurados por Jesús.
- Con este marco de interpretación los varios símbolos particulares y el conjunto de la parábola adquieren un tono luminoso y alegre junto con un llamado a la responsabilidad atenta. Si el Reino de Dios ya está entre nosotros el aceite de nuestra fe debe mantener encendida esa luz que hace de nuestra vida una lámpara, para descubrir esa presencia divina en la que estamos inmersos y ayudar a que otros, todos los que están en nuestro entorno, puedan también descubrirla. Cierto que la fe —como el aceite de la parábola— como el aceite de la parábola—, no puede compartirse, está ligada a un don - opción personal. Pero la luz que irradia una vida de fe auténtica es inevitablemente contagiosa, porque proporciona esa sabiduría para vivir de la que habla la primera lectura de hoy, y en todo tipo de situaciones, frente a todos los comportamientos negativos que hoy amenazan nuestra vida y la del planeta.Ω
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