Lect.: Mal 1, 14b — 2, 2b. 8-10; 1 Tes 2, 7b-9. 13; Mt 23, 1-12
(en la mayoría de parroquias hoy leen otras lecturas por celebrar la fiesta de Todos los Santos. A nosotros nos interesa la continuidad de lectura del evangelio de Mateo).
1. Como hemos comentado varias veces, cuando Mateo escribe este texto ya ha pasado la destrucción de Jerusalén por los romanos. Ya no existe, por tanto, el Templo de Jerusalén ni la estructura de autoridad de Sacerdotes ligada a éste. Los cristianos son aún una secta judía, aún no expulsados de la comunidad religiosa de Israel. Lo que está sucediendo ahora es que los fariseos están tratando de reconstruir la comunidad de creyentes judía. Ellos son los que ahora se sientan en “cátedras” para enseñar desde las sinagogas.
2. En esta nueva situación se explica que las críticas al abuso y distorsión del poder religioso, Mateo las ponga en labios de Jesús dirigidas contra “fariseos y letrados”. El texto critica que los nuevos líderes religiosos “pongan sobre las espaldas de los demás, pesadas cargas que ellos mismos no cumplen”; que ejerzan las funciones religiosas para que los vea la gente, como una forma de crearse prestigio público; que busquen siempre obtener los primeros puestos en la mesa; que disfruten emplear para sí mismos títulos de Padre y Maestro. Ha cambiado el contexto de la época de Jesús: han desaparecido el templo y los sacerdotes, y con ellos su abuso de la función para dominar y explotar al pueblo, pero en la nueva etapa los fariseos y escribas retoman el poder religioso y las conductas abusivas. El evangelio de Mateo pone en guardia a las primeras comunidades ante esa situación pero, sin duda, porque también hay signos que muestran que esas tentaciones de mal uso de la autoridad religiosa, de la estructuración jerárquica de dominación de unos sobre otros, están apareciendo al interior de las primeras comunidades cristianas.
3. Cuando veintiún siglos después el papa Francisco escribe una Carta a todas las Iglesias Católicas insistiendo que en éstas también “todos somos hermanos y hermanas”, como lo reafirma, desde el título (“Fratelli tutti”), es porque ha constatado que existe una tentación perenne de utilizar la función de autoridad y específicamente de autoridad religiosa no para el servicio sino para el dominio y el autoengrandecimiento. Y una peor tentación, la de vivir con desprecio hacia la vida humana de los otros. Toda la Carta “Fratelli tutti” es una motivación desde la parábola del Buen Samaritano en favor de una “nueva cultura” de relación, hecha acción, del amor universal. Frente a actitudes individualistas, egoístas y temerosas, invita a reconstruir la acción fraterna cercana, solidaria, misericordiosa, a “hacerse prójimo” de los caídos al borde del camino. Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro, todos los valores que podían cultivar debían estar acompañados por esta capacidad de trascenderse en una apertura a los otros. En definitiva la Carta está invitando a todas y todos a promover en la comunidad internacional el objetivo de la amistad social y la fraternidad. A que en cada nación se dibuje un proyecto que integre dignamente a todos protegiendo a los pobres y los débiles. Está invitando a construir una nueva sociedad, un fructuoso pacto social que se logre mediante una cultura del encuentro.
4. Pero todo este esfuerzo nos compromete particularmente a los miembros de las Iglesias cristianas. Por eso es que se nos aplica también a nosotros las enseñanzas del texto de Mateo de hoy. Con anterioridad a Fratelli tutti, el Papa Francisco, en homilías, mensajes, reuniones venía advirtiendo sobre obstáculos a la construcción de verdadera fraternidad al interior de las Iglesias, que nos dé autoridad moral para invitar a los demás a construir fraternidad. Desde años atrás el Papa venía insistiendo en que entendamos que los más grandes en la iglesia no son el papa, ni los obispos, ni los sacerdotes sino quienes se hacen servidores de todos; que “una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar –y a las que nos pide una especial atención– es el clericalismo”, porque trata a los laicos como mandaderos y coarta a éstos, en sus esfuerzos para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. De manera muy directa, hablando a sacerdotes y obispos, ha condenado el carrerismo eclesiástico, como una “lepra”, como una “peste”. Y citando a Benedicto XVI, reitera su condena de la búsqueda del poder dentro de la jerarquía eclesiástica.
5. Por eso, en Fratelli tutti afirma Francisco que «los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. […] Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro.”
6. Nos dejamos inspirar por el Papa Francisco para asumir “la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio».
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