Lect.: Ez 33, 7-9 ; Rom 13, 8-10 ; Mt 18, 15-20
1. Por la práctica litúrgica pegamos un salto del capítulo 16 de Mateo, que veníamos meditando en los últimos domingos, a este capítulo 18. Y saltamos del tema de la “negación de sí mismo” al de la posibilidad de armar una secuencia de pasos aparentemente para expulsar a un hermano de la comunidad por habernos ofendido ¿Cómo hacer compatible la práctica de esta excomunión, exclusión de quien ofende gravemente a la comunidad, con el espíritu de búsqueda de la “oveja perdida”, y con el llamado a perdonar hasta setenta veces siete, como veremos el próximo domingo?
2. En realidad el texto deja claro que los esfuerzos deben dirigirse a “ganar a un hermano” que se ha descarriado de las prácticas comunitarias (“salvarlo” dicen otras traducciones), no a echarlo del grupo. A un texto como el de Mateo hoy le descubrimos el sentido si nos damos cuenta de que el evangelista está aquí hablando de la vida al interior de la Iglesia, entendida como comunidad de hermanos y hermanas. No se está refiriendo a los conflictos que podemos tener con personas de otros grupos de la sociedad en que vivimos. Toda esa secuencia de diversos momentos de corrección fraterna, para acabar aparentemente con una exclusión si todo esto falla, es una práctica de las primeras comunidades orientada a preservar la identidad comunitaria.
3. El domingo pasado, todavía en el capítulo 16, habíamos visto que los miembros de la comunidad cristiana debemos hacer las renuncias que hagan falta para asumir la construcción de una vida alternativa a los antivalores imperantes en una sociedad como la que aquellas comunidades de Mateo vivieron, y como los de la sociedad injusta de nuestro propio tiempo.” De ahí la preocupación por mantener un estilo de vida, una identidad, coherente con ese propósito. No podemos luchar contra los antivalores socialmente imperantes, si dejamos que estos se introduzcan en la comunidad de hermanas y hermanos.
4. Pero, ¡atención!, aunque estamos acostumbrados a ver este texto como una base para la práctica histórica de la excomunión, como se ha llamado después, notemos que al final no se concluye con que la comunidad lo expulse, sino con que en adelante “el hermano pecador sea para mí como un pagano o un publicano”. Esto significa que me doy cuenta de que él o ella “todavía no ha entendido aun en que consiste el comportamiento cristiano y por tanto que tengo que ocuparme de modo especial de él y servirle de ejemplo de la conducta y del vivir cristianos” (Ver Grilli y Langner). El comportamiento de Jesús es aquí, una vez más, nuestra referencia. Se preocupó tanto por publicanos, pecadores y prostitutas que, como insulto o “bajada de piso”, le llamaron “glotón y borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero no fueron precisamente éstos quienes se cerraron a aceptar el espíritu evangélico del amor gratuito, de la negación de sí, de la capacidad de compartir y de la apertura para construir juntos la propia vida, como lo enseñó Jesús.Ω
Nota: ver para este texto Massimo Grilli - Cordula Langner, COMENTARIO AL EVANGELIO DE MATEO, (Verbo Divino) además del que habitualmente utilizamos de Ulrich Luz.
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