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15º domingo t.o.: La palabra - semilla sembrada en todos los pueblos

Lect.: Is 55, 10-11; Rom 8, 18-23; Mt 13, 1-23

1.     Para los evangelistas y para las primeras comunidades cristianas era una experiencia indiscutible esa enseñanza de la parábola del sembrador: la semilla de la palabra de Dios fue esparcida por él en todas partes, en la historia de todos los pueblos. Y también, en todos los lugares, en todos los grupos humanos fue descubierta y acogida en diverso grado, e incluso, a veces rechazada, o asfixiada, apagada por diversas circunstancias y actitudes. Esta visión conlleva la comprensión de los acontecimientos humanos y de la naturaleza como un libro en el que se manifiesta la presencia y la acción de la palabra de Dios. Pero se trata de un libro que hay que saber leer e interpretar. Hay que tener “ojos para ver” y “oídos para oír” esa palabra. Siglos más tarde, en esta misma línea, san Agustín explícitamente afirmó que la revelación divina nos fue entregada en dos libros, en la Escritura Sagrada y en la naturaleza, en la vida de la que formamos parte. (Ver nota explicativa).
2.     ¿Podemos entonces preguntarnos si en un acontecimiento de la magnitud de la crisis del corona virus podemos descubrir dimensiones de nuestra vida humana individual de los que habitualmente no somos conscientes?  Ya se ha hablado bastante sobre ello. Es innegable que la crisis ha derrumbado representaciones idealizadas, casi idílicas, que teníamos sobre la realidad de nuestro país. Nos pensábamos como una democracia casi perfecta,una comunidad de convivencia muy igualitaria y regida por sentimientos generalizados de solidaridad y justicia. De repente, el contagio del virus, su impacto social, económico y cultural y la aplicación de medidas para defendernos, nos muestra otra realidad bastante distinta de nuestra idealización. “Quedarse en casita”, “guardar distancia social”, “hacer teletrabajo”, no han sido formas accesibles de prevención del virus para muchos afectados por la pobreza. Baste recordar los hacinamientos en barracas de empresas del norte fronterizo o, de impacto más dramático, en los miles de personas residiendo en “cuarterías” en las que ya se produjeron las primeras muertes. Se ha revelado el rostro de la desigualdad de la que no éramos conscientes. Y luego, en las discusiones sobre cómo reconstruir la dinámica económica del país, rápidamente han asomado actitudes tendientes a mantener posiciones de privilegio, existentes ya desde tiempo atrás. Se ha revelado el rostro de la falta de solidaridad, y de los disfraces con que se trata de legitimarla.
3.     Desnudados de idealizaciones de nuestro país, podemos y debemos todavía preguntarnos, ¿no es cierto que la semilla de la palabra de Dios nos está transmitiendo a todo el país un mensaje en esa realidad que se revela detrás de la crisis del virus? En sentido negativo, parece bastante obvio que la Palabra nos dice que está mal construida una sociedad y una economía como la que está quedando en evidencia. Se nos está dando una revelación que conlleva una llamada de atención para aprovechar el golpe de la crisis y rectificar las estructuras y comportamientos, las posiciones ideológicas y las políticas públicas y privadas que han obstaculizado en las últimas décadas el desarrollo de una comunidad más justa y fraterna. 
4.     Pero hay que ser sinceros, como en la parábola del sembrador, podemos encontrar todavía niveles de sentido más profundos, que nos llevan al plano personal y nos hacen a cada uno interrogarnos sobre nuestra actitud y respuesta individual ante lo que ha revelado la crisis.  Como cristianos, vemos en la parábola un “catálogo” de pretextos para no recibir la semilla del evangelio, o para dejarla marginada, “al lado del camino”, o para asfixiarla con otros intereses y prioridades, —“rocas, zarzas…”—.   La situación se transforma entonces en una parábola, una metáfora dirigida a cada uno de nosotros personalmente, para que nos preguntemos cuánta responsabilidad tenemos en el mantenimiento de esa sociedad distorsionada, qué pretextos hemos tenido para no actuar y, sobre todo, qué responsabilidades tengo yo, tiene cada uno de nosotros,  para rectificar la situación en la escala que está  mi alcance.Ω

NOTA EXPLICATIVA SOBRE EL LENGUAJE EN PARÁBOLAS, a propósito de estos tres domingos en que san Mateo nos compartirá seis parábolas Este modo de hablar puede sonar esotérico, extraño, mitológico, para muchas mentes modernas. Mentes positivistas que solo admiten lo que les transmiten directamente los sentidos físicos. No deja de ser paradójica esa actitud, porque es la ciencia moderna la que nos ha enseñado a no quedarnos en las apariencias, que sí son a menudo mitificadas, y a descubrir dimensiones microscópicas y macroscópicas que no captamos de inmediato y que, a menudo, ni siquiera sabíamos que existían.  De manera similar, en los hechos de la vida humana, en nuestro actuar individual y social podemos descubrir varios niveles. Primero, el más superficial, el físico, el de las imágenes que fácilmente podemos captar con nuestros sentidos, si están sanos. Pero, más allá de imágenes y de hechos aislados, está el nivel del tejido social, presente y anterior, en el que se integran esos hechos físicos, y muestra otra dimensión de la realidad de la que a primera vista no somos conscientes, pero en la que los hechos aislados cobran un sentido que ordinariamente no vemos. Los estudios históricos y de ciencias sociales nos han ayudado a descubrirlo.
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Estas comparaciones con el plano científico, nos dan pistas para sospechar que también puede haber algo más, debajo o detrás, o dentro de los acontecimientos de nuestra vida y en la base profunda de los principios y valores con los que vivimos. Y esta intuición es la que han llevado a los cristianos a ver que ese “algo más” es la acción de la palabra de Dios que hay que aprender a escuchar y leer. Jesús de Nazaret fue un Maestro para ayudarnos en ese descubrimiento mediante la creación y utilización de las parábolas que son un instrumento que, por la vía de la comparación, podemos transportarnos a “percibir” lo imperceptible y a hablar, más bien balbucear, de lo inefable, aquello de lo que no se puede hablar. Una parábola es, ciertamente, una historieta ficticia, “un relato que no sucedió nunca, pero que siempre sucede... o al menos debería suceder” (Crossan). Es una metáfora, es decir, una historieta a través de la cual se nos transporta a otra cosa, otra realidad. De manera similar que en las parábolas literarias, los cristianos han visto en los acontecimientos ese otro nivel, el del mensaje de Dios que se nos comunica a través de esos hechos para revelarnos aspectos negativos que tienen esos mismos hechos o positivos para abrirnos caminos de superación de los mismos.

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