14º domingo t.o.
Lect.: Zac 9, 9-10; Rom 8, 9. 11-13; Mt 11, 25-30
1. Este texto de Mateo, —que, en realidad, une tres dichos distintos de Jesús—, tiene un innegable atractivo sobre quienes intentamos leer los evangelios para fortalecer nuestra fe. En muchos casos, simplemente, el lector se impresiona con la imagen de Dios y del propio Jesús que transmite esta oración de alabanza. Es una invitación a todos los que están cansados y agobiados, para aliviarlos, de parte de quien se presenta como “manso y humilde de corazón”. En otros casos, visto desde el conjunto de la vida y misión del Nazareno, sorprende lo cercano del texto, más a la ternura con que muchos creyentes se acercan hoy día a prácticas de piedad, que al vigor del compromiso en el seguimiento del Maestro. Por otra parte, a lo largo de los siglos, muchos teólogos se vieron atraídos por lo que estas breves líneas expresan de la relación entre Jesús y Dios, su padre. Han dado lugar a muchas reflexiones sobre la doctrina trinitaria.
2. Sin embargo, es quizás el primer versículo el que puede abrirnos más horizonte para sumergirnos en algo que es central en el mensaje de la Buena Noticia: el contraste entre los “sabios y entendidos”, y los “pequeños y sencillos”, a la hora de recibir y comprender la revelación del mensaje cristiano. No se trata, como debería ser obvio, de una discriminación paradójica contra quienes estudian la Palabra de Dios, frente a los inmaduros e ignorantes que no se preocupan por conocer esa Palabra. Cuando Mateo escribe a sus comunidades, el contexto de éstas está marcado por la presencia de grupos de fariseos que están tratando de reconstruir su tradición judía después de la destrucción del Templo y de Jerusalén por los romanos, en el año 70. Ese esfuerzo va en la línea de recuperar aquella religión, la del Templo, en la que el conocimiento de la Ley revelada por Dios constituye un privilegio y un monopolio de un grupo de “sabios”, una verdadera clase social, contrapuesta a la “gente corriente”, el pueblo ordinario. Esos “sabios” están utilizando su conocimiento como forma de poder y dominación; su motivación no es otra que sus propios intereses, y la Ley, los Profetas, son un “depósito doctrinal” que les sirve de instrumento para sus torcidos propósitos.
3. Pero los sencillos a los que siempre se dirigió Jesús, son las mujeres, los pobres de las aldeas de Galilea, campesinos y pescadores. No fueron atraídos al evangelio por doctrinas de “sabios”, sino por la palabra y los hechos realizados por Jesús. Lo que les sedujo de él es la forma como era, como vivía y cómo se relacionaba con ellos, los desplazados, los marginados de Israel. Conocer a ese Jesús era, para las comunidades a las que escribe Mateo, una sabiduría más fuerte que la que presentaban los nuevos fariseos. Conocer a Jesús por la experiencia en sus relaciones les permitía conocerse a sí mismos, y a descubrirse capaces ellos también de llamar Padre a Dios y ser verdaderamente sus hijos.
4. Saltar de la época de aquellas primeras comunidades, a la nuestra, nos presenta un panorama distinto en los rasgos concretos del contexto que ellos vivieron. Pero lo que podemos aprender de aquel conflicto es a discernir entre dos actitudes, dos maneras de entender la “sabiduría” espiritual, religiosa que, muy probablemente, todavía se reproducen en nuevas manifestaciones. Por una parte, existe todavía la tentación de pensar que hay que sentirse orgullosos del conocimiento ortodoxo de las Escrituras y la teología, como si eso nos diera una cierta superioridad sobre los demás. Por otra, como lo hemos repetido muchas veces, Jesús no viene para enseñarnos nuevas doctrinas, cada vez más “elevadas”. No es Maestro en ese sentido. El conocimiento que tiene y nos transmite, su sabiduría, es la que le permite conocerse a sí mismo y descubrirse como hijo de Dios en toda su plenitud humana, de verdadero hijo del hombre. Esto le permite transmitirnos esa misma sabiduría, experimentar la presencia de Dios en nosotros mismos, también en nuestra plenitud humana, en todo lo que somos y lo que hacemos. Esta realidad es lo que es objeto de la oración de alabanza que nos transmite Mateo: que también a los pequeños y sencillos el Padre les ha revelado por la experiencia de ser hijos e hijas suyos su participación en la vida divina. Y esto es lo que nos permite unirnos a todos como hermanas y hermanos.Ω
NOTAS:
1ª Un pensamiento de fray Marcos en su comentario de hoy: “Lo que hay que enseñar a los cristianos es a vivir la experiencia del Dios de Jesús. Solo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Solo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad para ser nosotros mismos.”
2ª Otro pensamiento, de un compañero de mi comunidad, fray Amando, también a propósito de esta reflexión: "Lo que gusta y atrae, del Papa Francisco, y con razón, son dos cosas: en sus entrevistas, encuentros, homilías, habla como ser humano. Es un ser humano el que nos habla. Y habla desde su encuentro con un Jesús humano. Es algo que se nota en él, que suena religiosamente muy auténtico y le hace creíble. No predica, menos aún no sermonea. Vive lo que cree, da testimonio de ello y lo traduce en un gran compromiso humano y social.”
Comentarios
Publicar un comentario