Lect. de la misa del día: Hechos 10, 34a. 37-43; 1 Cor 5, 6b-8; Jn 20, 1-9
¿ 1. Cómo termina la historia de ese “apasionamiento por el Reino de justicia y fraternidad” que alentó toda la vida de Jesús? ¿Concluyó con esa otra pasión o padecimiento que lo lleva a la muerte en la cruz? Para los seguidores inmediatos de Jesús esta fue la terrible impresión que los embargó. Por mucha ilusión y esperanza que les hubiera despertado la persona del Nazareno, sus enseñanzas y su predicación radical contra la dominación injusta, imperial y local, ver a su Maestro sufrir el castigo de pena capital aplicada a rebeldes contra el Imperio era suficiente razón para pensar que todo había terminado. Esconderse por unos días, para no ser asociado con el crucificado, y luego huir clandestinamente y de manera dispersa a Galilea dejando la Jerusalén que continuaba matando a sus profetas, eran las reacciones normales.
2. Centenares de páginas de estudios se han escrito sobre lo que pasó a continuación, los años siguientes, a aquellos desalentados discípulos, de tal manera que pudieron salir de su hundimiento emocional. El hecho es que, en relativamente poco tiempo, la primera generación cristiana vino a la vida, —y no es poco que no desapareciera todo rastro de discípulos de lo que podría percibirse como un bonito sueño frustrado. Se recompone y fortalece esa primer generación y encontramos a sus miembros formando comunidades que se fortalecen en torno a dos frases sorprendentes que repiten como si fueran mantras, diríamos hoy: “Jesús vive” y “Jesús es el Señor”.
3. Proclamar que Jesús vivía era un contrasentido, una expresión que a todas luces, contradecía hechos públicos constatados por amigos y enemigos de Jesús. Pero nada los detuvo de repetirla y, aún más, de tratar de argumentarla con una gran parábola que hablaba de la resurrección de Jesús, (Ver Nota) y de narraciones, también de carácter parabólico, que contaban apariciones del Maestro. En realidad, todos los contenidos de esa parábola eran formas imprecisas, tartamudeos casi, con los que se sentían impelidos a expresar inefables experiencias personales y comunitarias de la nueva forma de presencia de Jesús, el Cristo, en su vida, en sus acciones y relaciones. Jesús tenía, en ellos, una nueva forma de existencia desde el momento en que, desde la cruz, les había entregado su espíritu.
4. Otro aparente contrasentido era su proclamación de que Jesús es el Señor. Contradecía los hechos constatables también de que lo habían condenado al patíbulo los poderes injustos del Imperio y de los colaboradores locales de éste. Proclamar que Jesús es el Señor, era y sigue siendo una provocación. Entonces equivalía a decir que ni el Emperador ni ningún otro de quienes se autodenominan “señores” lo son en realidad. Hoy, análogamente, equivale a decir que la confesión en el Reino proclamado por Jesús, libera a quienes lo hacen, de toda obediencia a quienes solo trabajan para establecer mecanismos y sistemas de dominación y opresión.
5. De manera muy heterogénea, quizás e incluso, a menudo, con comportamientos poco coherentes con la Buena Noticia proclamada por Jesús de Nazaret, no puede discutirse que en personas y grupos a través de la historia, como nosotros mismos, atravesando las ambigüedades de limitaciones humanas, seguimos experimentando en nuestra propia existencia que Jesús sigue viviendo y que nos empuja a vivir las Bienaventuranzas en nuestro actuar y en las relaciones siempre renovadas.
6. El apasionamiento de Jesús por el Reino de Dios, con el consiguiente enfrentamiento personal y político contra toda forma del reino de injusticia y opresión, continúa y se reproduce en nuevas generaciones, aun y a veces especialmente, fuera de formas institucionales eclesiásticas. Por eso, la historia de la pasión de Jesús por la justicia y la solidaridad y la construcción de una convivencia humana de hermanos iguales, no ha terminado. Su Espíritu la continúa en nosotros.Ω
2. Centenares de páginas de estudios se han escrito sobre lo que pasó a continuación, los años siguientes, a aquellos desalentados discípulos, de tal manera que pudieron salir de su hundimiento emocional. El hecho es que, en relativamente poco tiempo, la primera generación cristiana vino a la vida, —y no es poco que no desapareciera todo rastro de discípulos de lo que podría percibirse como un bonito sueño frustrado. Se recompone y fortalece esa primer generación y encontramos a sus miembros formando comunidades que se fortalecen en torno a dos frases sorprendentes que repiten como si fueran mantras, diríamos hoy: “Jesús vive” y “Jesús es el Señor”.
3. Proclamar que Jesús vivía era un contrasentido, una expresión que a todas luces, contradecía hechos públicos constatados por amigos y enemigos de Jesús. Pero nada los detuvo de repetirla y, aún más, de tratar de argumentarla con una gran parábola que hablaba de la resurrección de Jesús, (Ver Nota) y de narraciones, también de carácter parabólico, que contaban apariciones del Maestro. En realidad, todos los contenidos de esa parábola eran formas imprecisas, tartamudeos casi, con los que se sentían impelidos a expresar inefables experiencias personales y comunitarias de la nueva forma de presencia de Jesús, el Cristo, en su vida, en sus acciones y relaciones. Jesús tenía, en ellos, una nueva forma de existencia desde el momento en que, desde la cruz, les había entregado su espíritu.
4. Otro aparente contrasentido era su proclamación de que Jesús es el Señor. Contradecía los hechos constatables también de que lo habían condenado al patíbulo los poderes injustos del Imperio y de los colaboradores locales de éste. Proclamar que Jesús es el Señor, era y sigue siendo una provocación. Entonces equivalía a decir que ni el Emperador ni ningún otro de quienes se autodenominan “señores” lo son en realidad. Hoy, análogamente, equivale a decir que la confesión en el Reino proclamado por Jesús, libera a quienes lo hacen, de toda obediencia a quienes solo trabajan para establecer mecanismos y sistemas de dominación y opresión.
5. De manera muy heterogénea, quizás e incluso, a menudo, con comportamientos poco coherentes con la Buena Noticia proclamada por Jesús de Nazaret, no puede discutirse que en personas y grupos a través de la historia, como nosotros mismos, atravesando las ambigüedades de limitaciones humanas, seguimos experimentando en nuestra propia existencia que Jesús sigue viviendo y que nos empuja a vivir las Bienaventuranzas en nuestro actuar y en las relaciones siempre renovadas.
6. El apasionamiento de Jesús por el Reino de Dios, con el consiguiente enfrentamiento personal y político contra toda forma del reino de injusticia y opresión, continúa y se reproduce en nuevas generaciones, aun y a veces especialmente, fuera de formas institucionales eclesiásticas. Por eso, la historia de la pasión de Jesús por la justicia y la solidaridad y la construcción de una convivencia humana de hermanos iguales, no ha terminado. Su Espíritu la continúa en nosotros.Ω
Nota: ¿Qué se quiere decir por “parábola”? Muchos relatos que encontramos en los Evangelios tienen un fundamente histórico, pero muchos otros son, más bien, parábolas. Los históricos son los que fueron escritos con intención informativa, basados en hecho constatables que cualquiera que hubiera estado presente podría haberlos visto u oído. Las parábolas, en cambio, que Jesús utilizó abundantemente, tienen otro propósito. La verdad de una parábola o narración parabólica no depende de que haya sucedido o no el evento, ni de que existieran o no los personajes del relato. Su valor de verdad está en su significado o significados. Por eso Jesús las usó, de manera magistral, para transmitir sus enseñanzas sobre el Reino de Dios. El Buen Samaritano, el Hijo Pródigo, el Gran Banquete de Bodas, y muchas más, no tenían que haber sucedido realmente. Su valor era el mensaje, el significado verdadero que Jesús les daba. - Los relatos de la resurrección pueden verse como relatos parabólicos que, más que la literalidad histórica, lo que intentan con ellos los escritos de la primera generación cristiana, es transmitir los significados que atribuyen, desde la experiencia de su fe, a la intervención de Dios en la muerte de Jesús y su pervivencia en quienes reciben su espíritu.
Padre que alegría nos da el saber que Jesús es Nuestro Señor y que está vivo en nuestros corazones Aleluya Aleluya. Xo no tengo estudios en teología ni escatológicos pero mi Fe es auténtica sé con toda certeza que Jesús vive.
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