Lect.: Éx 32, 7-11. 13-14 ; 1 Tim 1, 12-17 ; Lc 15, 1-32
Puede ver los textos correspondientes en: http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2016/08/leccionario-i-domingo-xxiv-del-tiempo.html
- La posibilidad de perder el rumbo personal en la vida, es un hecho real y generalizado. Se trate de alguien religioso o de alguien no creyente. Dada la libertad humana y la multiplicidad de caminos por los que podemos optar en la vida, y dado lo confuso que resulta identificar el camino correcto, el que más nos a va a realizar humanamente, la cosa es que hemos experimentado muchos que es posible perder el norte de nuestra existencia. Puede ser una pérdida ocasional, o de una etapa de nuestra maduración, o en un período más largo. Y este sentirse extraviado, angustia. Y a este drama personal se une otro también angustioso, el que surge ante la manera como reacciona la sociedad, la familia, las instituciones…, cuando conocen de nuestros extravíos, o pérdidas de rumbo, si es que son públicos. Por lo general, en muchos, se trata de una reacción acusatoria, de alejamiento, excluyente. Las personas extraviadas o perdidas de rumbo en su existencia son consideradas culpables de su propia tragedia y como tales simplemente dignos de castigo. Al menos así los ven quienes se sienten cumplidores, de buena conducta y en posición de juzgar a los demás.
- El evangelio de Lucas suele llamarse el evangelio de la misericordia, o de los marginados, o de los pobres y las mujeres, porque nos transmite una figura de Jesús que revela y hace transparente en su vida, en su palabra, y en todo su comportamiento a un Dios, padre de todos, cuya actitud ante los humanos es siempre la de un amor incondicional e ilimitado que acoge y acompaña siempre al ser humano incluso en los momentos que cada uno de nosotros sufre un extravío. O que es marginado por los extravíos que padece. Y más especialmente en esos momentos.
- El capítulo 15 de este evangelista, de manera especial reúne las llamadas “parábolas de la misericordia”: la de la oveja perdida, la de la moneda extraviada y, de manera notable, la del padre y sus dos hijos, conocida inadecuadamente como la del “hijo pródigo”, inadecuadamente porque el gran protagonista no es el hijo menor que decidió emigrar, abandonando la casa paterna, sino el padre amoroso. En las tres pero, sobre todo, en ésta última, el mensaje es claro y rotundo: por encima del extravío, —eso que los cristianos llamamos pecado— incluso el más grande o más inconcebible, siempre topamos con la comprensión y el amor del Padre que nos dio la existencia y nos mantiene en ella y nos da fuerzas para alcanzar nuestra plenitud.
- Estas parábolas llamadas de la misericordia, Jesús las relata para enfrentar las críticas de fariseos y doctores de la ley que lo critican por sentarse a la mesa a comer con los socialmente indeseables y excluidos. Con estos relatos Lucas nos deja claro que esta actitud de Jesús no solo es una manera práctica de oponerse a las directrices de la religión imperante y a los prejuicios y arrogancia de las clases poderosas de aquella sociedad, sino que es una manera de mostrar un Dios muy distinto del que se representaba en las enseñanzas de la cúpula religiosa, política y económica. En el comportamiento de Jesús se muestra que a estos socialmente indeseables Dios mismo los acepta y los quiere.
- Vale la pena repasar la lectura de esta parábola, y dejarse interpelar por lo que revela en sus maravillosas pinceladas. Hay una clara desaprobación de las críticas de los fariseos y doctores de la ley al gesto fraterno de Jesús con los excluidos, así como de la actitud del hermano mayor autosuficiente y envidioso, insensible ante el regreso de su hermano menor. Y por encima de todo, destaca esa figura del padre que sale al encuentro del hijo extraviado. Es un padre que olvida la supuesta dignidad que le correspondía en aquella sociedad patriarcal, y sin preocuparse de la exigida compostura. corre hacia el hijo menor, no le deja ni pronunciar el preparado discurso de excusas que traía, y lo ayuda a reconocer el camino a casa y lo acoge con inmensa alegría. Esta acogida a los excluidos, este amor totalmente gratuito y esa alegría en el reencuentro son para siempre, una marca de la misión de Cristo. Debería ser por tanto, también una marca de autenticidad del ejercicio de la misión de la Iglesia y, en particular, de sus ministros, —Papa, Obispos y sacerdotes. Por supuesto nos costará trabajo aceptar este comportamiento de Jesús y de quienes, como el Papa Francisco, quieren reconstruir esta atmósfera evangélica en la Iglesia. Nos costará si permanecemos anclados en la herencia de una institución eclesiástica que, como el hermano mayor de la parábola, lo que buscaba no era el servicio a los más necesitados sino las recompensas y privilegios. Esto sí que sería un extravío y una pérdida de norte para quienes estamos en la Iglesia.Ω
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