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22º domingo t.o. Una revolución cultural y espiritual

Lect.: Eclo 3, 17-20. 28-29; Heb 12, 18-19. 22-24; Lc 14, 1. 7-14


  1. No quiero ser pesimista pero creo que en el mundo en que vivimos, y en nuestra pequeña sociedad costarricense,  somos testigos —y quizás partícipes—, de comportamientos antagónicos de los que nos recomienda Lucas hoy. En primer lugar, se nos ha enseñado como ideal, a destacar siempre, a procurar ser los primeros. Pero Lucas dice que Jesús pide a los suyos a quienes quieren tener su experiencia de vida, tres cosas: no andar buscando siempre los primeros puestos, es decir, no andar en las relaciones con los demás creyéndose superiores a los demás. En segundo lugar, en nuestra práctica económica, e incluso en las relaciones ordinarias, se nos ha enseñado a calcular lo que podemos ganar. Pero Lucas nos pide no guiar nuestro comportamiento, nuestro uso de lo que somos y lo que poseemos,   por interés, sino hacer siempre el bien sin esperar retribución, es decir, actuar, como Dios, por verdadera generosidad.   Y en tercer lugar, en nuestra sociedad, como en la de la Palestina del tiempo de Jesús, se considera lo prioritario mantener el orden, la ley, la protección de la propiedad privada y las leyes que garantizan los intereses propios, de grupo o gremiales. El evangelista, en cambio, nos pide priorizar en el uso de los propios bienes, de lo que somos y tenemos,  el bienestar, la paz y felicidad para aquellos que atraviesan sufren situaciones inhumanas, incluso infrahumanas, representados por   los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos… Nos pone de ejemplo a un Jesús que vino y se instaló entre los pobres y los excluidos. De allí es desde donde hizo brotar la novedad de su mensaje. De allí es también desde donde se supone que nos coloquemos los que queremos seguirlo como discípulos. 
  2. Entonces, al escuchar esta triple parábola de hoy, Uds., como yo, podrán preguntarse qué aplicación puede tener hoy día esta enseñanza de Lucas que parece tan opuesta a las formas de vida que en nuestras sociedades se promueven como normales. Creo que hay respuestas que no se ajustan al espíritu del evangelio. No podemos decir, por ejemplo, que para aplicar estas enseñanzas de Jesús, es precio imponerlas por las leyes, la fuerza, las amenazas o el miedo. Tampoco se puede pretender que estas enseñanzas puedan llevarse a la práctica tan solo enseñando una ética exigente, educando con unos  mandamientos morales que nos restrinjan la libertad de decisión y acción y nos lleve “por el buen camino”, como suele decirse. Ninguna de estas aparentes soluciones es eficaz y, sobre todo, no están acordes con el espíritu de libertad del Evangelio de Jesús.
  3. Pareciera que la única forma de cambiar las cosas, que tenemos los que pretendemos seguir a Jesús, es la de enfrentar los valores que rigen esta sociedad por otros valores, los que nos salen del corazón, valores espirituales porque inspirados por el Espíritu de Cristo que habita en cada uno de nosotros. Esto nos lleva a vivir con actitudes y prácticas tales como las que vivió el propio Jesús: escoger el puesto desde el cual podamos realizarnos, llegar a ser plenamente nosotros mismos, pero por medio de la práctica de la solidaridad. Usar los bienes materiales sin codicia, de la manera más desinteresada, sabiendo que Dios nos los da para beneficio de todos. Y, en fin, como Jesús, tratar de ver el mundo, desde las necesidades de los que viven situaciones más inhumanas, para dar lo mejor de nosotros mismos apoyándolos a llegar a situaciones más humanas.   Esta línea de acción, que podemos llamar espiritual pero muy aterrizada, nos llevará probablemente mucho tiempo, pero es que cambiar la dinámica de esta sociedad supone una revolución cultural y espiritual que no se logra de la noche a la mañana, pero que cada uno debe empezarla ahora mismo.Ω

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