Lect.: Sab 9, 13-18; Flm 9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33
- ¿Es la familia uno de los valores más sagrados que hay que defender en nuestra sociedad? Es probable que muchos de Uds. me digan que “hasta la duda ofende”. ¿Cómo no pensar que mi papá y mi mamá, mis hermanos y hermanas representan un grupo de lo más valioso que existe para mí? Otros añadirán, quizás, que precisamente por las amenazas que existen en nuestro tiempo a la vida familiar, por eso ha tenido que constituirse un movimiento “pro familia”, del que hemos oído hablar mucho por las marchas que organizan, entre otras cosas.
- Entonces, si esto es así de claro, ¿cómo interpretar el texto de Lucas de hoy? Porque, una vez más, nos interpela el evangelista con un texto de impacto, que acabamos de oír: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.” Hay varias traducciones de este texto, unas más o menos duras para nuestros oídos contemporáneos. La más radical es la que dice, el que viene a mí y no odia a sus padres y hermanos no puede ser discípulo mío. Hay traducciones que utilizan los verbos: renunciar, preferir, o amar menos. Y se complementan con otras expresiones del Nuevo Testamento referentes al costo de ser hecho discípulo. Para ello es necesario lo que expresan con otras imágenes: desnudarse, morir, dejar, no volverse atrás. Pero sea la que sea, todas nos aclaran la exigencia que plantea este pasaje de hoy: para ser discípulo de Jesús la propia familia debe subordinarse a algo más grande, al proyecto de comunidad, ese horizonte de vida, aspiración a una nueva forma de relacionarse que los evangelistas llaman el “Reino de Dios”. Y no obstaculizarlo.
- Si nos ponemos a priorizar las cosas valiosas de nuestra vida, para los cristianos y cristianas los valores supremos están contenidos en ese ideal, el reinado de Dios en nuestras vidas. Y ante esto se nos exige no solo la transformación personal, individual, sino también la transformación de todas las organizaciones e instituciones y, también, de manera muy especial, la de formas actuales de vida familiar. El proyecto de un reinado de Dios al que nos llamó Jesús, nos invita a construir una familia nueva. ¿Por qué? Porque a lo largo de la historia la realidad familiar, los llamados “modelos” de familia, tanto como las personas, pueden pervertirse, deformarse por el pecado. La familia es parte de la sociedad e inevitablemente está sujeta a influencias culturales, económicas y de todo tipo de costumbres de la sociedad en que se encuentra. Por eso nuestro compromiso con la Buena Noticia, para ser discípulos de Jesús, demanda de nosotros una renuncia y una superación de las formas de familia distorsionadas por defectos tales como el machismo, la violencia doméstica, o los comportamientos egoístas, discriminatorios y excluyentes de las necesidades de los demás, que conforman familias encerradas entre las cuatro paredes de sus intereses. Como dice un teólogo bíblico, “El círculo familiar, como toda realidad de este mundo, puede encerrarse en sí mismo, excluir la trascendencia al prójimo, hacerse idolatra y por tanto enemigo de Dios. En ese caso, la ruptura con esa realidad familiar significa liberación y sobre todo fidelidad a Dios. Odiar la familia, aparte de que es una forma semítica de expresarse, no significa odiar a las personas, sino a lo que esa estructura familiar representa: el encierro social, las exclusiones y las dominaciones jerárquicas.
- De esta renuncia y superación el propio Jesús nos da el ejemplo. Se enfrenta, con palabras y con acciones, a un tipo de familia, el de su época, construida en torno a una supuesta superioridad de los varones, fundada sobre la propiedad de bienes e incluso de personas, que deshumanizaba a la mujer, —es decir, la llamada “familia patriarcal”. Para liberarse de esto deja la casa familiar, del clan para dedicarse a su misión de anunciar la Buena Nueva. Y propone, a cambio de la familia patriarcal, construir nuevas formas de familia, basadas en relaciones de igualdad de todos los miembros, en la gratuidad de los bienes y en la libertad de las personas, abiertas a la inclusión de otros y a la comprensión universal de todas las personas en su diversidad. “¿Quién es mi madre y mis hermanos? «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican» (Lucas 8: 19 -21),dice cuando incluso un grupo de sus parientes quieren hacerlo volver al reducto familiar.
- En la línea del evangelio de Jesús las unidades domésticas deben desarrollar un nuevo tipo de relaciones familiares, que ayuden a la toma de conciencia de la igual dignidad en la que todas y todos somos hermanos y hermanas. En esa línea renunciar a formas distorsionadas de familia y abrirse a construir este tipo de nuevas familias es un reto para los cristianos y cristianas de todos los tiempos y también de nosotros en Costa Rica. Si no es en este espíritu, es de temer que los que pretenden ser movimientos “pro familia”, sean en realidad de defensa de un esquema de relaciones familiares, heredado de formas culturales anteriores que no han pasado por el tamiz del reinado de Dios, expresado en los valores del Evangelio.Ω
Si padre es una realidad que la Familia debe de reinventarse no a la luz del adoctrinamiento externo o interno sino a la luz del evangelio de Cristo
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