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El don del Espíritu para construir la comunidad humana

Lect.:     Hechos 2:1-11:  I Corintios 12:3-7, 12-13; Juan 20:19-23

1.  Hablar del “Espíritu Santo” presenta un problema para nuestra comprensión, porque en todos los idiomas europeos, entre los cuales está el español, la palabra “espíritu”, se utiliza como lo opuesto a lo real material.No es del mundo cotidiano. Más aún para la mentalidad moderna, científica, para la que lo que existe se puede tocar, medir…  Lo que no es de es orden pertenece a la imaginación, al área de los “fantasmas”. Por otra parte, a  otro nivel cultural, a menudo, se habla de “valores espirituales”, y así se utiliza en el lenguaje de dirigentes políticos o religiosos, como una manera elegante de llenar un discurso dando buena impresión pero, en realidad, sin aterrizar en nada concreto, sin explicar de qué se trata.  Otra es la situación, en cambio, en los idiomas semíticos que habló Jesús, el arameo y el hebreo. Ahí las palabras equivalentes a “espíritu” tienen otra carga significativa por completo. El espíritu significa la fuerza de Dios, una fuerza como la de la tempestad, como la del temporal, como la del viento. Tan real para esas culturas, que el comienzo de la creación es descrito como una acción del Espíritu. No solo lo ven real sino como origen de toda la realidad
2.   Así, cuando en el evangelio de hoy, Juan afirma que en los últimos minutos de permanencia de Jesús resucitado con los discípulos, él sopla sobre ellos y les dice: reciban el Espíritu Santo, lo que está haciendo Jesús es asegurando algo real, de efectos reales en el mundo físico. Esta asegurando que, en adelante, ellos van a tener dentro de sí mismos la fuerza de Dios, como la tuvo Jesús a lo largo de su vida; como el maestro Galileo, no tienen esa fuerza para beneficio individual propio, sino para continuar la misión de Jesús, la de llevar a plenitud al ser humano, integrado en un solo pueblo, en una sola comunidad, como parte esencial de la creación.
3.   Ya habrán notado que en el Nuevo Testamento hay varios relatos diversos de ese don del Espíritu a los discípulos. Hoy mismo hemos leído dos. En la primera lectura la de Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, (Hechos 2: 1-11) narrando un acontecimiento que sitúa en la fiesta de Pentecostés. Ahí los símbolos nos expresan con gran claridad que en ese momento se recrea el único pueblo de Dios, con toda la diversidad de naciones y de lenguas. Y en la tercera lectura este de Juan, que tiene lugar cuando el Resucitado se les aparece por última vez a sus discípulos. (Hay otros “momentos de Pentecostés, por ejemplo, en casa de Cornelio, Hechos 10:47; comparar 10:19.44-45; 11,12.15-16).
Lo interesante y valioso del relato de Juan, por su parte, es que, al relacionar el don del Espíritu con el envío, con la misión, subraya la finalidad de toda la vida y muerte de Jesús y que es ahora la finalidad de las tareas de los discípulos: recrear o llevar a plenitud la comunidad humana, el pueblo de Dios. Un discípulo, con una mirada todavía nacionalista política, judía,  acababa de preguntarle si es ahora cuando va a restablecer el reino de Israel, y su respuesta, en gestos y palabras, consiste en mostrarles que ahora son ellos los portadores de la fuerza de Dios para que cada uno de ellos, siendo también, humanos plenos, puedan realizar esa misión.
4.   El don principal, pues, que Jesús deja a sus discípulos es el don del Espíritu, de la fuerza de Dios, recreadora de la humanidad. Es la misma fuerza que animó la vida de servicio y de entrega de Jesús hasta la muerte. Ya lo había sugerido el evangelista cuando, con doble sentido, dice que en la cruz, Jesús entregó su espíritu, su fuerza humano - divina creadora. Nos lo “pasó” a nosotros.
5.   Por lo demás, en la tradición de la Iglesia lo que se ha llamado los dones del Espíritu Santo, en plural, son cualidades y tareas, servicios  o funciones por medio de los cuales los cristianos vamos construyendo esa comunidad humana plena.En cada época, desde el Nuevo Testamento, se destacan una diversidad de esos dones, según las necesidades de lugares y tiempos. Según las condiciones de cda sociedad. Hoy, enmarcados en una dinámica económica que genera desigualdad, pobreza  e injusticia, de manera especial necesitamos los dones del servicio a los pobres, de la lucha contra las causas de la pobreza; el don de la acogida a los excluidos, a los diversos, a los extranjeros; el don de la incorporación social y económica de los “descartables”, como los llama el Papa; el don de la capacidad de diálogo ecuménico con otros cristianos y con los que ni siquiera son creyentes.  En todos esos servicios, esas disposiciones, en eso se manifiesta la presencia actuante en nosotros de la fuerza de Dios, que es el Espíritu.
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6.  Y, por supuesto,  en esta fiesta imploramos para nosotros, para nuestra comunidad parroquial, y nuestras familias, la apertura y la suficiente sensibilidad para recibir esos dones de servicio y, en particular, la capacidad de comprometernos, cada uno en su espacio propio, en la construcción de ese pueblo, que trasciende fronteras y nacionalidades, la comunidad de Dios.Ω

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