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Lect.: Jer 33: 14 -16; I Tesalonicenses 3:12--4:2; Lucas 21:25-28, 34-36
- Ante una situación como la que vivimos en la actualidad, nacional e internacionalmente, uno puede preguntarse, ¿por dónde se puede encontrar una luz en el túnel? dicho de otra manera, ¿cuál es el problema peor más básico, venciendo el cual se pueden desamarrar todos los nudos de la madeja? Porque los problemas son muchos y variados. ¿Cuál será el problema raíz que impide la solución de los demás?
- Para un teólogo y pastor que leo a menudo, el desafío mayor que enfrentamos no es ni la guerra u otra formas de violencia. Ni la desigualdad económica, ni la agitación o descontento de nuestras sociedades, ni los prejuicios o la división… el mayor desafío es el miedo, vencer nuestro miedo. Por varias razones, pero especialmente porque el miedo está en la raíz de todos los demás problemas mencionados. El miedo, nos recuerda este teólogo, es el mecanismo por el cual distorsionamos a aquellos que son de alguna manera diferentes de nosotros viéndolos como un peligro para nuestra vida y , por tanto, en enemigos con los cuales se puede llegar a pelear. El miedo siembra la desconfianza incluso dentro de nuestra comunidad cercana. Y viendo a los otros como competidores por lo que consideramos como recursos “escasos” se quiebra la solidaridad y la compasión. Pronto se pierde la cohesión social y enseguida estamos agrupados en “ellos” y “nosotros”, sin la posibilidad de encontrar un terreno común ni un bien común deseable. “El miedo [de los otros, los diferentes], resume el teólogo, nos mete dentro de nosotros mismos, endurece nuestros corazones, oscurece nuestra visión y atrofia nuestra imaginación.”
- En la medida en que la situación económica, social y política se pone más difícil, más aumenta nuestro temor, un temor que nos ciega, y más crece nuestra animosidad contra otros a los que culpamos de lo que está pasando.
- Cuando el evangelista Lucas escribía el texto que acabamos de leer en la liturgia de este primer domingo de Adviento, ya muchas de las comunidades cristianas habían pasado por el trauma de la destrucción de Jerusalén o les habían hablado de los horrores que había traído consigo. Para ellos era como si el mundo y el firmamento se hubiera derrumbado y su vida y su historia se hubiera terminado. Eso explica las imágenes literarias utilizadas Era una situación de pánico. ¿De dónde agarrarse para tener esperanza? ¿Qué podría sostenerles cuando todo lo valioso e importante se desmorona?
- Lucas necesita alentar a sus comunidades, infundirles coraje y estimular una fe y una esperanza que desalojen el miedo. Tiene que hacerlo con algo lo más concreto posible, que de alguna manera sea tangible. Para hacerlo recurre a una expresión muy utilizada por los evangelistas y que refleja una doble convicción. La expresión es “Uds. verán al hijo del hombre que vendrá con poder y gloria”. En primer lugar, “Hijo de hombre” era la manera con que Jesús de Nazaret se autodenominaba a sí mismo. Nunca se presentó ni como rey, ni como un ángel o un ser sobrenatural, sino como alguien plenamente humano. En segundo lugar, es un hombre pleno que, por serlo, se abre a un horizonte trascendente expresado en la victoria sobre la muerte Por eso ya las primeras comunidades empezaban a entender que en Jesús de Nazaret se revelaba la plenitud de lo que es cada uno de nosotros. [Ese carácter de plenitud humana san Pablo lo expresa de otra forma, llamándolo “nacido de mujer” (Gal 4:4), pero los evangelistas prefieren la expresión “hijo de hombre”].
- Si en Jesús de Nazaret se revela lo mejor de cada uno de nosotros y la meta de plenitud a la que caminamos, no debería extrañar que el propio Lucas, narrando en una ocasión la curación de un paralítico (Lc 5: 24), subraye la afirmación de que Dios ha dado a los hombres el poder de perdonar los pecados. Y que Jesús dijera a sus discípulos admirados por su actuar, que ellos mismos serán capaces de realizar obras mayores que él (Jn 14:12).
- Con esta perspectiva pienso que se nos abre un nuevo horizonte para releer el pasaje evangélico de hoy. Ante el miedo que normalmente nos producen los múltiples problemas que nos amenazan, Lucas nos invita a ponernos de pie, a levantar la cabeza para llevar nuestra mirada al punto meta al que nos encaminamos y que consiste en la manifestación plena de todos los dones que nos hacen ser como humanos imagen y semejanza del Dios vivo. El Hijo del hombre somos todos y cada uno de nosotros, aunque aun no se ha manifestado plenamente lo que somos (1 Juan 3:2; 1 Cor 13:12). La fuente de esperanza que nos alienta, no es que los problemas van a desaparecer de nuestras sociedades, automáticamente, o cuando Cristo venga “por segunda vez”, sino que ese dinamismo interno que tiene el “hijo del hombre”, —que Jesús y nosotros tenemos como comunidad— nos permite vivir constructivamente los problemas más complejos, erradicando el miedo con una fe que experimenta la progresiva cercanía a la liberación construida en nuestro compromiso con los valores de la Buena Noticia.Ω
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