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30º domingo t.o.: Un mendigo que no quería dinero

Lect.: Jer 31: 7 - 9; Hebr 5: 1 - 6; Mc 10: 46 - 52

  1. No solo los contenidos, sino la forma como Mc relata su evangelio y la estructura del relato que arma nos transmiten también un mensaje. Esto puede verse en la sección de lecturas de Mc que estamos concluyendo. Al final del capítulo 8, Mc narraba la curación de un ciego en Betsaida. Y ahora, al concluir el cap. 10 aparece la curación de otro ciego, Bar Timeo que se traduce por el hijo de Timeo. Era un mendigo a la puerta de Jericó, lo que no es un detalle menor. “La Jericó  del Nuevo Testamento era una  “ciudad con palmeras, en un oasis de la hondonada del Jordán, situada a 250 metros bajo el nivel del mar,  situada al suroeste de la ciudad de Jericó mencionada en el antiguo testamento. Debió su nacimiento a la actividad constructora de Herodes, que había levantado allí su lujosa residencia de invierno, en torno a la que se agrupaba la ciudad. Los procuradores romanos habían acuartelado fuerzas de ocupación en la ciudad, a la que Herodes había dotado con un hipódromo y un anfiteatro”. Es decir, se trataba de una ciudad vacacional de lujo y de descanso militar, al servicio de los romanos. Ser un mendigo a la entrada de semejante ciudad es de un extremo contraste.
  2. Marcos utiliza, entonces, las dos curaciones como portada y contraportada, de una serie de acontecimientos que se suceden en los capítulos 9 y 10, mientras el evangelista muestra a Jesús subiendo a Jerusalén, anunciando por tres veces el conflicto fatal que va a tener con las autoridades del Templo y que le pondrán en peligro de muerte. En el medio de ambas curaciones, especialmente, va a mostrar la incomprensión que tienen sus discípulos y las gentes que le acompañan, de lo que él es, de cuál es su misión y de qué se trata el camino al que los invita. Mientras Jesús habla de servicio y entrega, tres de sus apóstoles más allegados están pensando en obtener puestos de poder; mientras el invita a dejar todos los bienes materiales para compartir todo lo que uno es y lo que uno tiene, el joven rico solo se preocupa por llevar una vida moral lo más completa posible, pero para obtener premio de vida eterna; mientras trata de corregir las tradiciones machistas que daban poder al varón para despedir casi arbitrariamente a su esposa, a los fariseos solo les interesa el tema del matrimonio y divorcio para tenderle una trampa. 
  3. Es decir, el evangelista establece un contraste entre los episodios de los dos ciegos físicos a los que Jesús cura porque tienen fe en que la compasión del Mesías les va a devolver la salud, frente a unos apóstoles, unos discípulos, unos acompañantes y unos fariseos que solo son guiados por sus intereses particulares, de individuo y de grupo o gremio. El apego a esos intereses particulares, de poder político, de apego al dinero y riquezas, de manipulación de lo religioso o simplemente de asegurarse el disfrute de bienestar privado son los que impiden a quienes andan en torno a Jesús poder ver, entender el alcance del poder liberador del mensaje de Jesús. Ellos, en sentido simbólico más serio, son mucho más ciegos que los que son no videntes por limitación física. Están encandilados por la riqueza y el confort que los rodea.
  4. La sola figura del ciego Bar Timeo —que es protagonista principal del relato— sintetiza la disposición interior de quien está abierto a la Buena Nueva y, en ese sentido marca una dirección y un estilo de vida para los oyentes y lectores de este evangelio. Como dice un comentarista (José Luis Sicre), Bartimeo es, paradójicamente,“un mendigo que no quería dinero.” Cada día pide limosna a la puerta de una ciudad de lujo, como era Jericó, permaneciendo “al lado del camino”, expresión simbólica, al borde de una ruta transitada por gente pudiente; pero no envidia esas cosas; lo único que quiere del Maestro es que le ayude a contar con salud, poder ver, para valerse por sí mismo e incluso, desinteresadamente, para seguir el Camino de Jesús, como se nos dice que hará a partir de ese momento. Por esta actitud, espiritual profunda, desprendida, Jesús no duda en decirle que es su fe la que lo ha curado, no sus creencias sino la fe que conlleva una visión más profunda que la de los ojos, porque traspasa la apariencia de las cosas y las situaciones para captar la realidad de lo que verdaderamente es valioso en la sociedad. Ω


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