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Fiesta del Corpus Christi: signo de un compromiso



Lect.   Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15 ; Marcos 14:12-16, 22-26

  1. Hace dos años, en este mismo domingo que llamamos “fiesta del Corpus”, o del Cuerpo de Cristo, hablamos aquí de la necesidad de “una renovación evangélica profunda de la vivencia de la Cena del Señor.” Es decir, en palabras más corrientes, de la seria necesidad de volver a celebrar la misa en el mismo espíritu con que celebró Jesús la última Cena con sus discípulos.  Pero, ¿Por qué hablamos de “renovación” y de “volver al espíritu de Jesús”? Estas frases pueden extrañar y algunas personas podrán reaccionar diciendo: “Pero ¿cómo? ¿es que Ud. quiere decir que la Misa, como hemos llamado por décadas o incluso siglos a la Eucaristía, ¿no es la misma Cena que Jesús celebró la víspera de su muerte?” 
  2. De lo que reflexionamos hace dos años, y que les invito a volver a leer en mi blog de homilías o en FB, quisiera referirme, en esta ocasión, solamente a un aspecto central de la Cena del Señor que creo que, —increíblemente, por lo central que es— más se ha desdibujado en nuestra práctica eclesial. Me refiero al carácter que tiene la Cena del Señor de ser una acción profética y una gran parábola en acción, que proclama su amistad y la del Padre con todos los que aceptan participar de su mesa. “Hemos visto que las comidas fueron para Jesús un modo de proclamar su amistad, su acogida, su comunicación sin discriminaciones con sus comensales. Este gesto fue de verdad una predicación de cómo actúa Dios con los hombres. Pero no sólo una predicación sobre ese actuar, sino ya el actuar mismo, misericordioso y encarnado, comunicativo y bienhechor. Tanto aceptando la invitación, como siendo el anfitrión en la multiplicación de los panes y otras comidas, Jesús ha mostrado que su actuación era un espejo de cómo actuaba Dios con los hombres”. 
  3. En esta perspectiva, hay que recuperar la conciencia de que nuestra reunión eucarística no es una reunión piadosa más, no es una simple devoción como, por ejemplo, cuando nos reunimos a rezar el rosario, durante los nueve días de un difunto. O cuando nos reunimos para comer en la despedida a un párroco o dando la bienvenida a otro. Esas son reuniones parroquiales buenas pero distintas. Tampoco ese trata de un “acto de culto” por el que “cumplimos con el deber” de brindar adoración a Dios. Al reunirnos en la Eucaristía para ofrecer, consagrar y compartir el pan y el vino como cuerpo y sangre de Cristo, lo que estamos haciendo es identificarnos con esa “parábola en acción” que fue la última Cena y nos  identificamos así, de esta manera, con la memoria viva de lo que Jesús fue a lo largo de su vida y hasta su muerte, haciendo nuestro ese modo de vida y comprometiéndonos a vivir de la misma manera. La cena del Señor es un signo que representa y sintetiza, a la luz de la fe, lo que fue Jesús desde que empezó su predicación hasta su entrega final, y al comulgar con ese signo, se convierte también para nosotros en signo profético de lo que queremos que sea nuestra propia vida, en nuestra entrega diaria y hasta el final de nuestra vida. Podemos decir que lo que hacemos al participar en la Eucaristía es comprometernos, cada uno, con el apoyo comunitario, a recrear nuestra vida, a renacer en el Espíritu, para hacer presente en nuestro medio, con nuestro comportamiento, el modo de vida, de relaciones, de trabajo, de pensamiento, palabra  y acción, de Jesús de Nazaret.
  4. Tenemos que preguntarnos si cuando venimos cada domingo a la eucaristía venimos preparados con el ánimo, la actitud y la decisión adecuados de quien viene a apropiarse del compromiso de vida de Jesús. Como no se trata de una “devoción” más, ni de un “acto de culto” en el sentido tradicional, no cabe decir que venimos “ a misa” “en actitud de adoración”, o que nos acercamos con respeto y devoción ante la presencia real de Jesús. Esos elementos, devoción y culto, son importantes en el conjunto de la vida cristiana, eso sí, reinterpretados en la perspectiva evangélica, pero no son los rasgos esenciales de esta Cena que, como todas las comidas que tuvo Jesús con los pobres y con los pecadores, lo que celebra es la manifestación simbólica del amor misericordioso del Padre con los más débiles y que se traduce en acciones concretas. 
  5. La revitalización de la eucaristía requiere, por supuesto,  de muchos elementos: de renovación en la preparación para el anuncio de la Palabra por parte del predicador;  en la calidad de los cantos, adecuados para complementar el mensaje de la predicación, de la flexibilidad de las normas litúrgicas mismas para ajustar el carácter de la celebración a la cultura del país y situaciones concretas de las comunidades y, en fin, del avance en el papel de los laicos y destierro del clericalismo en la comunidad. Pero, ante todo, se requiere que todos los miembros de la congregación, todos los participantes vengamos a celebrar con ese estado de ánimo,  esa actitud y esa decisión de hacer de este momento una “nueva alianza” un nuevo compromiso de construir el modo de vida de Jesús de Nazaret en cada uno de los que participamos.Ω


Comentarios

  1. Me parece apropiado renovar el sentido de lo que hacemos. Vamos a isa, la gran mayoría, a cumplir con un ritual. La reflexión presente, nos invita a revisar lo que hacemos con sentido de novedad,

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