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30º domingo t.o.: Ladrillos para construir una comunidad de amor

Lect.: Éxodo 22:20-26;  I Tesalonicenses 1:5-10;  Mateo 22:34-40

  1. Asumir este tema del mandamiento mayor de la Ley puede interpretarse, en el contexto en que lo ubica Mateo, como un intento más de los fariseos por ponerle zancadillas a Jesús, en un proceso de persecución que se aproxima a la condena final que lo llevará a la cruz. Pero también, —creo que nos resulta de mayor interés—, podemos ubicarlo en nuestro mundo de hoy, como una inquietud concreta de quienes nos confesamos cristianos. En esta perspectiva, preguntarse por el mandamiento mayor equivale a preguntarse por cuáles son las prioridades del Evangelio que deben guiar nuestro comportamiento práctico. La respuesta unánime, en la línea de Mateo, y de Juan y de los demás evangelistas y de Pablo, no admite duda, el principal mandamiento son dos: el amor a Dios y al prójimo, al semejante. Y de esos dos dependen todos los demás mandamientos que se encuentran en la Biblia y en la tradición de las Iglesias. Es decir, cualquier otro mandamiento vale en la medida en que concrete y ayude a construir el amor.
  2. Pero así de breve y de fácil como resulta esta enseñanza, también puede convertirse en repetición de “más de lo mismo”, y quedarse en una afirmación muy general que no aterriza y que no pasa de un discurso doctrinal bonito. Cada época, y así también la nuestra, debe preguntarse y contestarse, en qué tipo de prácticas se concreta ese doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Incluso, podemos limitarnos a preguntar qué es lo que concreta el amor al prójimo, pensando en aquella afirmación del evangelio de Juan, de que el que no ama al prójimo a quien ve no puede decir que ama a Dios a quien no ve.
  3. Para concretar entonces, el amor al prójimo a quien vemos, tenemos que empezar por preguntarnos cuáles son las necesidades y urgencias de aquellos próximos que nos rodean. Empezar por nuestro barrio, nuestros vecinos, nuestra ciudad, nuestro país. Responder a esas necesidades, en lo que está a nuestro alcance, son formas de aterrizar el mandamiento del amor a Dios en el amor al prójimo.  Como una inspiración para nuestra búsqueda personal y nuestro examen de conciencia de lo que debemos hacer, voy a tomar, una vez más, la posición del Papa Francisco. Ayer, en la clausura de la Conferencia internacional sobre la necesidad de reconstruir Europa, Francisco estableció las siguientes prioridades. Para él, la reconstrucción de la persona y la comunidad en Europa necesita de cinco ladrillos, estos ladrillos se llaman diálogo, inclusión, desarrollo, solidaridad y paz”.  Me sugirieron sus palabras una manera de contestar de manera concreta los ladrillos que también pueden construir, más en general, no solo en Europa sino entre nosotros también, las relaciones del amor al prójimo y del amor a Dios en el prójimo.
  4. De manera breve veamos algo de lo que Francisco pone en cada uno de esos “ladrillos”: Primero, “se da diálogo, sincero y constructivo al mismo tiempo, cuando todos los protagonistas tienen la misma dignidad”. Y debemos establecerlo en todos los campos, en particular, en el campo interreligioso y en el fundamental de la política. “Sobre todo en la política, lamentablemente, se nota demasiado a menudo cómo esta se transforma más bien en un lugar de choque entre fuerzas opuestas. Los gritos de las reivindicaciones sustituyen a la voz del diálogo.  Los cristianos están llamados a favorecer el diálogo político, especialmente allí donde está amenazado y prevalece el enfrentamiento. Los cristianos están llamados a dar nueva dignidad a la política, entendida como máximo servicio al bien común y no como una ocupación de poder”. 
  5. El “ladrillo de la inclusión”: “se es auténticamente inclusivo cuando se saben valorar las diferencias, asumiéndolas como patrimonio común y enriquecedor. Un caso específico e importante, en esta perspectiva, es el de saber incluir a los emigrantes.
  6. Pero, además,  trabajar por una comunidad inclusiva significa edificar un espacio de solidaridad. Ser comunidad implica de hecho que nos apoyemos mutuamente y, por tanto, que no pueden ser solo algunos los que lleven pesos y realicen sacrificios extraordinarios, mientras que otros permanecen enrocados defendiendo posiciones privilegiadas”.  “La solidaridad, que en la perspectiva cristiana encuentra su razón de ser en el precepto del amor (cf. Mt 22,37-40), no puede ser otra cosa que la savia vital de una comunidad viva y madura”. 
  7. En cuanto al “ladrillo” del desarrollo, dice Francisco, hay que entenderlo como lo entendió Pablo VI : «Para ser auténtico, el desarrollo debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre.” En el lenguaje de la época, está claro que se refiere a todos los varones y mujeres.  Ciertamente al desarrollo del hombre contribuye el trabajo, que es un factor esencial para la dignidad y la maduración de la persona. Se necesita que haya trabajo y se necesitan también condiciones adecuadas de trabajo.
  8. Finalmente, ser trabajadores de paz (cf. Mt 5,9) no significa solamente trabajar para evitar las tensiones internas, trabajar para poner fin a numerosos conflictos que desangran al mundo o llevar alivio a quien sufre. Ser trabajadores de paz significa hacerse promotores de una cultura de la paz. Esto exige amor a la verdad, sin la que no pueden existir relaciones humanas auténticas y búsqueda de la justicia, sin la que el abuso es la norma imperante de cualquier comunidad. Para construir esa paz se exige también creatividad.”
  9. “Ladrillos” como estos son los que nos permiten aterrizar en la realidad el mandamiento mayor del amor a Dios en el prójimo.Ω

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