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6º domingo de Pascua, Viviendo una realidad nueva (aquí y ahora)

Lect.: Hechos 8:5-8, 14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21

  1. El domingo pasado comentábamos que, desde la perspectiva cristiana,  no podemos entender el cielo como un lugar. Y menos como un lugar, etéreo, lejano “en las alturas del universo”, en la “otra vida futura.” E insistíamos en que para los cristianos, el “cielo” es, más bien, una realidad nueva, una existencia nueva, la de nuestra realización plena y total, que se da al participar integralmente de la misma vida de Dios. Por eso, también tenemos  que tomar una manera distinta de entender las relaciones entre Dios y nosotros, como algo que sucede plenamente en todos los lugares. Y que empieza “aquí y ahora”, aunque todavía no lo veamos cara a cara. Nuestras propias vidas, nuestros propios corazones son el templo, la “casa” en que reside Dios. No se cuál ha sido la reacción de Uds. ante esa reflexión de hace una semana Ciertamente, puedo entender que si se hace difícil pensar en que el cielo no es un lugar en la vida futura, probablemente a la mayoría de nosotros se nos hace mucho más difícil aceptar que el cielo pueda estar en nosotros mismos, en esta vida presente. Y, sin embargo, las lecturas de hoy vienen a insistir y a profundizar en ese mismo mensaje.
  2. En las breves líneas seleccionadas por la liturgia de este 6º domingo de pascua, con todo y que recorta ese iluminador capítulo 15 de san Juan, podemos ver varias afirmaciones impactantes que van en la misma línea: el Padre nos va a dar otro Paráclito, para que esté con nosotros para siempre, es el Espíritu de Verdad, que podremos conocer porque morará en nosotros. Es el Espíritu de Dios que nos permite descubrir que Jesús está en el Padre y nosotros en él y él en nosotros. Digámoslo sinceramente: no nos resulta fácil aceptar estas afirmaciones y vivirlas con coherencia. Hemos incorporado a nuestras creencias la de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y a pensar en Jesús como hombre y Dios verdadero. Pero, en cambio este mensaje que comentamos este y anteriores domingos no lo incorporamos fácilmente a nuestra visión y práctica cristiana.  Quizás esto se deba, en parte, a que durante toda nuestra vida en la Iglesia, durante nuestra formación catequética de niños, jóvenes y adultos, hemos oído cientos de veces la afirmación que dice que el hijo de Dios se encarnó, se hizo humano, y por eso hablamos de Jesús como Dios y hombre. O también que se nos ha hablado siempre de la presencia real eucarística. Y sí, son verdades claves, centrales de nuestra fe cristiana, que deben marcar nuestra forma de vida. Sin embargo, lamentablemente, no hemos oído con la misma frecuencia que se nos enuncie esta otra parte del mensaje cristiano: que el Espíritu de Dios habita en nosotros y que es el que nos conduce para entender la verdad y, en primer lugar, para entender la verdad de cómo nuestra vida está en Cristo, Cristo en Dios y él en nosotros. Como dice la teóloga que citábamos el domingo pasado, de manera similar a como hablamos de la encarnación del hijo de Dios, deberíamos hablar también de la “espiritización” (creo que ella inventa la palabra correspondiente en inglés y yo un intento de traducción) de cada uno de nosotros como hijos e hijas de Dios. Dios con nosotros, el Em-manuel, presente en la humanidad individual de Jesús de Nazaret, —por la encarnación— y ahora Dios con nosotros  presente en la humanidad de nosotros los creyentes —espiritización, asumiéndonos como templo o casa de la presencia divina.
  3. Si lo pensamos un poco, se trata de una afirmación de muchas consecuencias para nuestra vida personal, para nuestra manera de expresar nuestra fe, las verdades en que creemos, y que tendría que ser un eje para nuestra práctica de cada día, que nos haga vivir la vida con entusiasmo y agradecimiento. En especial por el carácter sagrado que esta realidad da a esta humanidad frágil de cada uno y por la capacidad que nos da para transformar todo lo que nos rodea. Se comprende que en ese mismo capítulo del evangelio de Juan, unos versículos atrás Jesús les dijera a los discípulos (versículo 12), “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.” Parece audaz esta afirmación y ninguno de nosotros se hubiera atrevido a imaginarla. ¡Cómo pensar que un hombre o mujer como Uds. o como yo podamos hacer las mismas obras que hizo Jesús y, aún más, hacerlas incluso mayores! Una espiritualidad que se desarrolle sobre bases como estas conduce al crecimiento de personas maduras y adultas, de laicos que no necesitan andar preguntando al ministro ordenado, si les da su permiso o no; de laicos que tienen confianza en que sus iniciativas son valiosas. Serán la realización de aquella  visión de los profetas cuando decían, “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: «Conozcan al Señor». Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande –oráculo del Señor–“ (Jer 32:33). Y, en el mismo sentido, el profeta Joel ( 3:1), citado luego en el libro de los Hechos.Después de esto, yo derramaré mi espíritu sobre todos los hombres: sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños proféticos y sus jóvenes verán visionesTambién sobre los esclavos y las esclavas derramaré mi espíritu en aquellos días.”
  4. En conjunto, con comunidades integradas por cristianos semejantes, las iglesias cristianas y, en particular la católica, serían cada vez menos clericales, y vivirían una espiritualidad más laical. Más de hombres y mujeres del mundo insertos en el corazón de la Iglesia, como decía la Conferencia de Obispos latinoamericanos en Puebla.
  5. No nos extrañemos de que cueste aceptar esta realidad profunda de nuestra vida en el Espíritu o del Espíritu en nosotros. No solo por el peso de formación religiosa previa, que estaba afectada por muchas limitaciones. Sino también porque se trata de algo que no vamos a aceptar como una doctrina, como un “dogma” entendiéndola de  manera intelectual. Para las primeras comunidades cristianas fue ante todo una experiencia que conocieron por sus efectos. Un poco como se conoce también al viento según la metáfora evangélica, que sopla donde quiere. No lo vemos, pero vemos moverse las ramas, las hojas, las nubes, a su impulso. No lo vemos, pero sentimos que nos refresca las mejillas. Es a esa experiencia del Espíritu que debemos abrirnos y esa apertura es la que pedimos en esta eucaristía de hoy.Ω

Comentarios

  1. Buenas tardes Padre, podría comprender esta "espiritización" como la evolución del alma a la que estamos todos llamados para ganar ese cielo?, y, entonces, gracias al sacrificio de Jesús fue que ganamos esa posibilidad de que al trascender nuestra alma pueda alcanzar la "vida eterna" viviendo y descansando en Jesús y por Él en el Padre?

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  2. Me parece más bien que la "espiritización" de la que se habla pasa más por el reconocimiento de nuestra naturaleza divina como hijos de Dios. Somos imagen y semejanza de Dios y por tanto ya somos en potencia iguales a Jesús. Esa realidad ya existe en nosotros, lo que tenemos que hacer es permitirnos crecer en ella, encontrarla en nosotros mismos y en nuestra relación con los demás. Esa “espiritización” o vivencia espiritual profunda, pasa por el “nacer de nuevo” del que Jesús le habla a Nicodemo. Naciendo de nuevo alcanzamos la vida eterna, que en todo caso empieza y se materializa aquí y ahora, más allá de lo que ocurra después de nuestra muerte. El Padre, Jesús y nosotros ya somos uno, simplemente no nos hemos permitido descubrirlo en nuestra vida, este proceso de descubrimiento es a lo que nos invita la escritura.

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