Lect.: Hechos 6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan
14:1-12
- Hace unos siete años se armó un cierto revuelo, al menos entre grupos de católicos conservadores, cuando el entonces obispo de Roma, Benedicto XVI, aclaró que en la Iglesia Católica no creemos que el cielo sea un lugar físico. Unos años antes, un alboroto parecido se había producido al afirmar Juan Pablo II que el infierno no era un lugar. En ambas ocasiones las reacciones, algunas de indignación, corrieron a través de las redes sociales, acompañadas, como lamentablemente suele suceder en esos espacios, por “bajadas de piso” e insultos provenientes, paradójicamente, ¡de quienes se presentaban como “defensores” de la fe tradicional!. Cuando se tiene una lectura literalista de la Biblia, y se ha recibido una catequesis pobre en fundamentación, —como pasó a muchos en generaciones anteriores a la actual—, es comprensible que cualquier explicación con mejores bases bíblicas y mejor reflexión teológica, resulten como “innovaciones inadmisibles”, como “traiciones a la tradición cristiana” y “a las propias enseñanzas de Jesús”. A pesar de las reacciones, el Papa Francisco en noviembre del 2014, volvió a insistir en que “el cielo no es un lugar”, haciéndonos pensar en que si repetía estas enseñanzas era porque no habían calado lo suficiente las aclaraciones de los papas anteriores.
- ¿Cómo entender, entonces, la lectura de hoy del evangelista Juan? Según la letra del texto, leemos: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no, se lo habría dicho; porque voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes”. ¡Caramba!, dirán algunos, esta vez no hay escapatoria. ¡parece tan clara la enseñanza! Se habla de una “casa”, de “habitaciones” o “aposentos”, de “preparar un lugar”, de que donde esté Jesús estemos también los discípulos. ¿Entonces?, ¿en qué quedamos? ¿Es que esta parte del Nuevo Testamento no vale o es una mera creencia de la época? O, ¿no será más bien, que se trata de un mensaje extraordinariamente valioso pero que hay que aprender a extraerlo con una lectura inteligente de este y otros pasajes? Esto último, pienso, es lo que debemos entender.
- La idea central que el evangelista y su comunidad están tratando de comunicar es la de que aunque Jesús realmente murió en la cruz, y ya no cuentan con su presencia física, sin embargo, pueden afirmar con certeza, a la luz de la experiencia de la Pascua, ¡que Jesús está con ellos, y en Jesús, cuentan con la presencia de Dios! No se trata de una ocurrencia ocasional para animar a los descorazonados. (No solo Jesús ha muerto, sino que el Templo de Jerusalén ha sido destruido por los romanos en el año 70, unos veinte años al menos, antes de escribirse este evangelio). Es una enseñanza que no solo está en este pasaje de hoy, sino que atraviesa como un eje clave, todo el evangelio de Juan y que para expresarlo recurre a un símbolo que viene del Antiguo Testamento: el símbolo del Templo. Introduzcamos esta explicación, aunque solo podamos hacerlo brevemente.
- “El Templo —solo era uno— era el más grande símbolo y realidad física que hacía ver al pueblo de Israel que Dios moraba en medio de ellos.” Aunque Jesús se enfrenta a los Sacerdotes del Templo, y la complicidad de estos lo llevará a la muerte, eso no le confunde. Para él, el Templo de Jerusalén es “la casa de mi Padre”, a la que purificará expulsando a los mercaderes. Pero el evangelista hace ver enseguida que, más importante que el grandioso edificio, es la persona de Jesús la que debemos ver en adelante como el nuevo templo, como el lugar de la presencia de Dios. “Destruyan este templo, —dice simbólicamente y yo lo levantaré en tres días” (Jn 2:19). El lugar donde mora Dios, ya no es el Tabernáculo, sino la humanidad de Jesús. Y desde este hijo del Hombre, Dios va a seguir ofreciendo guía y apoyo para el avance del pueblo. Este giro ya es maravillosamente sorprendente. Pero el siguiente no lo es menos. Si Jesús apoya a su pueblo siendo para ellos, fuente de agua viva, en un futuro, (después de la Pascua) será el corazón de los propios creyentes, al recibir el don del Espíritu, de donde saltarán ríos de agua viva (Jn 7: 37 - 39).
- La transición es impactante, audaz, pero clara en este evangelio: del Templo de piedra de Jerusalén, a la humanidad de Jesús, y de ahí a la comunidad de los discípulos, la presencia de Dios permanece, ahora explicada en términos de mutua inhabitación, es decir, Dios y Jesús, están morando en la comunidad de discípulos, y estos encuentran así su morada en Cristo y en Dios. Está hablando el evangelista de una realidad presente aquí y ahora y no de un encuentro espiritualizado en otro mundo posterior. Es el mismo evangelista que desde el primer capítulo ya había anunciado (1:14): “el Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros”.
- En nuestra lengua castellana el término “casa” significa la construcción física donde vivo pero, sobre todo, significa el hogar, la familia, el núcleo y la red de relaciones interpersonales a la que pertenezco. La expresión “Volver a casa”, por ejemplo, expresa la alegría de volver “con los míos”, con mi familia, aunque quizás se hayan mudado ya del lugar de donde partí. Así entendemos entonces la expresión “la casa de Dios·”, “la casa de mi Padre”. Describe una realidad de relaciones entre el Padre, Jesús, el Espíritu y nosotros. Y los muchos aposentos, habría que interpretarlos como una serie de diversas formas de vivir esas relaciones. Pero, hay que subrayar, que esto se da no porque los creyentes, “subamos” a un “lugar etéreo”, sino porque el Padre, el Espíritu y Jesús, “han bajado” a poner su tienda entre nosotros. Subir o bajar son formas de expresión muy inadecuadas para expresar la permanente presencia de Dios.
- En la Pascua, lo discípulos reciben en la misma muerte y pérdida de Jesús el camino hacia una nueva experiencia de la presencia de Dios, que los recrea como nuevo templo, hogar, familia de Dios, en múltiples formas de relación. El “cielo” es esto, una realidad relacional y no un lugar, que sucede en todos los lugares. Y que empieza “aquí y ahora”, aunque todavía no lo veamos cara a cara. Aunque todavía, los obstáculos de malas catequesis, más visiones materialistas contemporáneas, nos impidan abrirnos a la experiencia de Cristo resucitado.Ω
Nota: Esta
reflexión la he redactado muy inspirado por la manera convencida de entender los textos de Juan del compañero de
comunidad, Amando Robles. Pero luego, ambos, estamos muy agradecidos por haber
descubierto en nuestra reflexión – meditación dominical, junto a Juan Manuel, a la extraordinaria teóloga australiana Mary
Coloe que en varios libros y artículos sobre la cristología y espiritualidad
del evangelio de san Juan, fundamenta con precisos y preciosos análisis
bíblicos esta perspectiva.
Muy inspirador Jorge, muchas gracias por compartir cada domingo estas bocanadas de aire fresco!!
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