Lect.
Éxodo 32:7-11, 13-14; I
Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-32
- La acusación de los fariseos a Jesús era clara: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Muy clara, sin duda, pero quizás para nosotros, veintiún siglos después en una zona geográfica y cultural muy diferente, a la primera nos puede causar extrañeza. ¿Cómo podía ser considerada esa cercanía un motivo de crítica? Bueno, si lo pensamos un poco, es perfectamente comprensible. Por una parte, esos “pecadores”, —prostitutas, cobradores de impuestos para los romanos, y los pobres y campesinos en general—, a los que acogía eran excluidos socialmente, por quienes marcaban línea política y religiosa en la Palestina de entonces. Excluidos culturalmente y de otros beneficios de la sociedad, por no estar a la altura de las élites del poder. Es ese tipo de exclusión social que, mirando con atención, se repite a través de los siglos e incluso en nuestro tiempo, en cualquier forma de sociedad que reproduzca una estructura clasista. No puedo evitar recordar lo que nos contaban hace unos meses unos amigos brasileños: que las élites de ese país no podían tragar de ninguna manera, que entre los millones de gentes que salieron de la pobreza durante los 14 años de políticas sociales del Partido del Trabajo, ahora muchos tuvieran acceso a servicios antes reservados a los “ricos y famosos”, como, por ejemplo, viajar en avión en vuelos internos. El desagrado de estas élites no era solo por supuestos temas de corrupción, no solo por sentirse afectados por políticas económicas, que también eran motivos. Era, además, porque al subir de estatus los hasta ahora excluidos, se democratizaba el acceso a muchos bienes. Esta referencia puede ayudarnos a entender las reacciones negativas de sacerdotes, escribas y fariseos de la Palestina de entonces ante el trato de Jesús con los excluidos.
- Pero hay otra razón que las explica también. Me hizo gracia la imagen que usa un teólogo australiano en su comentario a este pasaje, donde dice: si Jesús hubiera puesto su tarima o púlpito en el terreno propio de los pecadores para predicarles el arrepentimiento, no solo nadie lo hubiera criticado, sino que se hubiera erigido como héroe de los fariseos. Pero, ¡atención!, resulta que Jesús no se acerca a pecadores y excluidos para recobrarlos y llevarlos a que cumplan la Ley. Se implica con ellos porque los valora y los ama como personas, pasando por alto esos “pecados públicos” que les había ganado la exclusión. Y se implica a fondo. En aquellas sociedades mediterráneas, comer con alguien, aún más invitar a compartir los alimentos era un signo serio y profundo de fraternidad, sobre todo entre familia y amigos cuando este partir algo tan valioso como la comida, expresaba la intimidad y el aprecio por los compañeros de mesa.
- De esto se trata en estas tres parábolas de Lucas e llamadas "de la misericordia". Y, de hecho, de esto se trata en toda la predicación de la Buena Noticia, de la invitación al reino de Dios. Responder a esta invitación conlleva un cambio total, pero que no apunta a que la Ley y el Templo sean respetados, sino a que el valor de las personas sea reconocido, verdaderamente, como, el centro de toda la actividad social, incluyendo la actividad religiosa y, por supuesto de la política, la económica, la cultural. Que el hombre no se hizo para el sábado, sino el sábado para el hombre, quiere decir que la Ley, la moral, la religión y toda otra actividad material tienen sentido solo si contribuyen al bienestar y bien común del ser humano y de la naturaleza de la que forma parte.
- Para un ganadero, sobre todo modesto, —como el de la primera parábola—, la pérdida de una oveja era una disminución de su capital invertido. Para un ama de casa de una aldea palestina, en la segunda, perder la décima parte de sus ahorros, era semerenda pérdida. A Jesús no le preocupa recurrir a imágenes mercantiles o de dinero para explicarse. Lo que le interesa es recalcar por todo medio a su alcance el valor de cualquier persona, como persona, a pesar de ser un pecador o un excluido.
- En la tercera parábola, la actitud del padre con el hijo mal portado, que malgastó la herencia anticipada, no es de mera tolerancia. Refleja tal valoración del muchacho y amor por él, que le hace perder toda su compostura de jefe de familia, todo el respeto por las reglas patriarcales de conducta pública.
- No puede no verse detrás de las historietas e imágenes sencillas que utiliza Jesús, el mensaje claro de que el reinado de Dios se empieza a alcanzar cuando las relaciones sociales construyen y no humillan ni excluyen a las personas. Esto se da, en la perspectiva evangélica, cuando tenemos mutuamente una actitud de misericordia. El papa Francisco lo recalca: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra.” “Misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida.” Es mucho más que un comportamiento moral. Más profundamente es el reconocimiento de que todos y todas compartimos la misma debilidad y la misma dignidad humana.Ω
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