Lect.: Josué 5:9, 10-12; II Cor 5:17-21; Lc
15:1-3, 11-32
1. Como lo hemos dicho a menudo, el
lenguaje simbólico, las parábolas, las comparaciones del evangelio, son medios necesarios
para expresar la realidad espiritual, —el misterio de la vida de Dios en
nosotros, no se puede transmitir con conceptos o razonamientos científicos.
Pero también hemos dicho que es preciso aprender
a leer el lenguaje simbólico porque no todas las interpretaciones que se
nos ocurran son válidas o bien, hay algunas que son menos adecuadas que otras.
1.1. Por ejemplo, ante esta parábola
que llamamos del “hijo pródigo”, a menudo podemos caer en una interpretación
rápida, viendo los personajes del cuento como personajes de nuestro propio
escenario. Esa interpretación suele hacerse, sobre todo, en tiempos de
cuaresma, para motivarnos, un tanto sentimentalmente, a la conversión y lograr
así que nos acerquemos al sacramento de la penitencia, confesándonos.
1.2. Esta interpretación, como en un
escenario teatral, nos lleva a identificamos con el hijo menor, el que malgastó
toda su herencia, aunque quizás la mayor parte de los pecados que tenemos no
equivalen a algo tan radical como una huida de la Casa paterna, sino a una
serie de pecados poco originales, de debilidades “de la carne”, como suele
decirse y otros fallos frecuentes en las relaciones humanas. Cuando se nos
motiva a confesarnos se nos insiste en que estemos felices de saber que el papá
es tan buena gente que nos va a perdonar todas nuestras “tortas”, y nos va a
readmitir fácilmente en la casa, a seguir disfrutando del resto de los bienes
familiares, sin cobrarnos nada. Si cada uno nos vemos como el “hermano menor”,
se suele identificar al hermano mayor, como el practicante esforzado por no
romper nunca los mandamientos, pero un tanto “mala gente”, porque lo ha hecho
de manera interesada, que se enoja porque Dios nos trata bien a los pródigos
que, como el de la historieta, encima de divertirse irresponsablemente, vuelven
a buscar al Padre, solo cuando les aprieta la necesidad.
1.3. Me parece que no nos ayuda esa lectura de la parábola
que, como en una mala obra de teatro, ve la vida poblada con personajes buenos
y malos claramente identificables. Tiene otra limitación: es una interpretación
que acaba en una práctica más moralista que espiritual, de carácter
individualista y acentúa el enfoque religioso interesado. Pero, sobre todo,
tiene el defecto de centrarse sobre todo en el “mal portado”, y pierde de vista
la figura central, el padre misericordioso. En tan central al texto que más de
un comentarista bíblico ha dicho que en vez de llamar a esta parábola la del
“hijo pródigo, debería llamarse, la parábola “del Padre misericordioso”.
2. Puede que otras maneras más atentas de leer el
texto nos ayuden a descubrir otras enseñanzas que quizás se nos pasan
inadvertidas. Solo menciono dos líneas
para explorar.
2.1. En primer lugar, en efecto, la
parábola es una manera de hablarnos de cómo entendía Jesús a aquel que llamamos
Dios. No es un Dios obsesionado por la “perfección moral” de los seres humanos.
Menos aún, si entendemos esa “obsesión”, como una preocupación de que sus leyes
y mandatos se respeten y nadie se atreva a quebrantarlas porque el es el
“dueño” del universo al que hay que dar honor y gloria. Esa no es la visión /
experiencia que Jesús tiene de su Padre.
2.2. Toda la parábola es una forma de
“revelarnos” a Dios como una madre que nos lleva en sus entrañas y que, por
eso, aunque suene extraño se com – padece, padece
con las congojas, los titubeos, los extravíos de esos a quienes ha hecho
partícipes de su propia vida, y lo que le “obsesiona” es que podamos alcanzar
plenamente la felicidad profunda. Como comenta un estudioso bíblico
contemporáneo (Xabier Pikaza), “¿Será Dios
un padre que busca conducir la historia de los hombres hasta una fiesta final
donde se celebre la vida y la liberación de todo lo que esclaviza y degrada
al ser humano? Tal pareciera que es lo
que Jesús quiere revelar con estas “parábolas de la misericordia (también en la
del Buen Samaritano, o en la del dueño de la viña que contrató a varios grupos
de trabajadores a diversas horas del día).
2.3. En segundo lugar, otra línea de exploración, pensemos,
por ejemplo, que la parábola puede estarnos hablando no de tres personajes
distintos, sino de tres dimensiones o actitudes que todos los seres humanos
llevamos dentro.
2.3.1. En todos nosotros hay un “hijo pródigo” que se siente aburrido en la casa paterna
y sin paciencia para pensar en el futuro, toma su parte de la herencia, es
decir, de los dones recibidos, la juventud, las capacidades, los bienes
materiales, …, y los malgasta en usos que
se engaña en ver como “atajos” rápidos para la felicidad, pero que en realidad no
nos ayudan a desarrollarnos plenamente, y que a menudo también hacen daño a
otros.
2.3.2. Pero también, dentro de nosotros mismos hay un “hijo mayor”, el que se
ha portado bien dentro de la casa paterna pero que, en el fondo, solo pensaba
en el premio que obtendría por su buena conducta, y sentía desprecio por los
demás que no se portaban bien como él cree hacerlo. Es el yo egocentrado,
intolerante y rígido con los fallos de los demás.
2.3.3. Pero, sobre todo, lo más
importante, dentro de cada uno de
nosotros mismos existe también el Padre bueno, el Dios, cuyo rostro es de
com - pasión, cuyas entrañas son de misericordia. En la vivencia de esa
dimensión nuestra reconocemos que Dios nos lleva en sus entrañas como una madre
a su bebé, pero que nos lleva a todos, porque todos somos necesitados de esa
misericordia, de ese amor gratuito y nos mueve a que ese sentimiento sea el que
guíe nuestra vida.
2.4. Así, en
la medida en que prevalezca en cada uno de nosotros una u otra de esas
dimensiones, configuraremos de manera distinta nuestra existencia. Y, sobre
todo, esa conciencia de ser una sola cosa con el Padre, de estar unidos con
la divinidad, cuando prevalece en nosotros nos conduce a sentir por los demás,
amor gratuito, independiente de lo que recibamos de ellos y de cómo se
comporten con nosotros, porque, con el Padre Dios, sentimos que no nos son ajenos, llevamos en nuestras entrañas el
destino de los demás.
3. Con esta manera de leer la
parábola, podemos descubrir que, al participar de la misma divinidad, lo esencial de nuestra vida, lo que nos
hace más humanos y, al mismo tiempo, más semejantes a Dios, es la misericordia,
la com-pasión, es decir la capacidad de padecer con, de sentir con, todos los
que sufren incomprensión, injusticia, discriminación o abandono.Ω
Me resulta difícil, y hasta retador, encontrar en mi la dimensión del Padre
ResponderBorrarLeti, es Dios Padre - Madre y lo de sus "entrañas de misericordia" refiere más a la dimensión de madre que, en principio, una mujer más que nosotros los varones, puede experimentar mejor.
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