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Lect. Gén 2, 18-24; Hebr 2, 9-11; Mc 10,
2-16
- A veces hemos caído en la trampa de leer solo fragmentos de los evangelios, —o de las Escrituras— aprendiéndonos frases sonoras, como si se tratara de las que los calendarios antiguos ponían al pie de cada día, supuestamente para inspirarnos. A falta de estudio serio de las enseñanzas de Jesús, luego utilizábamos la frase como un mantra o como un dogma que enarbolábamos, aunque no entendiéramos por completo su sentido. Eso ha pasado, por ejemplo, con la frase de este capítulo de hoy “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." Suena bien y solemne, de manera que se ha usado para aplicarlo al divorcio contemporáneo, sin pensar que se trata de otra cosa, en un texto ni siquiera de la época de Jesús, sino del libro del Deuteronomio, probablemente del siglo VII a.C, una ley patriarcal, de una sociedad radicalmente distinta de la nuestra, donde existía un completo dominio machista. Sin embargo, en ese marco, fue prescrita como forma de proteger a la mujer, que era considerada como una propiedad más del varón. Notemos que la pregunta que le hacen los fariseos a Jesús es “si es lícito que el hombre se divorcie de la mujer”, dándole “un acta de repudio”, es decir, si el varón la puede expulsar o despedir, que es lo que quiere decir “divorciar”. En ningún momento pregunta si la mujer se puede divorciar. Jesús, como en otras ocasiones, se planta ante injusticias y crueldades de las leyes existentes, y contesta con un argumento anterior a la ley de Moisés, apuntando a que la voluntad de Dios en la creación, que es anterior a toda otra ley, no ve la relación entre varón y mujer como de subordinación de esta, sino a que aspira a que ambos sean iguales, crea al ser humano “varón y hembra”, para que puedan confiar y descansar, es decir, vivir el uno en el otro, ser “una sola carne”, que ese es el ideal de la relación entre hombre y mujer. Hoy diríamos que el argumento de Jesús es que ambos son igualmente humanos y que no cabe entre ellos relación de dominación.
- Solo esto ya nos serviría para no abusar de textos de las Escrituras aplicándolos adonde no se debe. Pero hay algo más que es importante entender. Esta cita de Mc ha dado lugar a hablar de la indisolubilidad del matrimonio, como si fuera lo esencial de la relación de pareja y como si representara el ideal de la vida en familia. Y ha dado lugar a mantener en la pareja relaciones de injusticia, en nombre de una “cruz”, se decía, “que hay que cargar hasta el final”. Me parece normal pensar que es deseable la permanencia en las relaciones de amor, ojalá para toda la vida. Pero lo que es esencial en la relación de pareja, más que la duración, es la capacidad de entrega mutua, la disposición a correr riesgos el uno por el otro, dejando la seguridad de la casa de sus padres, y dejando la comodidad de una vida encerrada en uno mismo, en la que solo uno decide y planea su futuro.
- Contra la mentalidad de su época, Jesús valora un concepto nuevo de familia, que no está circunscrito a los lazos biológicos, ni que se sustenta solo en normas jurídicas. No olvidemos que los escribas y los familiares de Jesús querían impedir su predicación y lo consideraban loco (Mc 3: 21), porque pensaban que Jesús estaba destruyendo la estructura de Israel, al enfrentar las enseñanzas del Templo y de los sacerdotes, y al romper el concepto vigente de familia, queriendo formar familia con personas excluidas, —“descartables” diría hoy el Papa Francisco—pobres, leprosos, paralíticos, endemoniados,…— y con aquellos que hacen opción por seguir la Buena Noticia del Reino, entendido como una sociedad donde todos sean familia grande para todos, sin dominación, sin exclusión. Por eso con palabras que pueden sonar duras, cuando lo buscan su madre y sus hermanos biológicos, él responde que su madre y sus hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la hacen realidad (cfr. Mt 12: 46 y Lc 8:21).
- Con esta perspectiva que nos brinda el evangelio pienso que cada pareja puede examinar la relación que tienen, después de 1, 5, 10 o 50 años de su boda para saber si se mantiene en ellos lo esencial del matrimonio o si, por el contrario, ya están de hecho divorciados, aunque sigan viviendo bajo el mismo techo. El primer criterio de discernimiento es si mantienen su capacidad de entrega mutua y de correr riesgos el uno por el otro. Y el segundo, si su relación de pareja y su manera de relacionarse con otros han contribuido, en alguna medida, a hacer de la sociedad una familia grande, en la que no haya dominados, excluidos, descartables.Ω
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ResponderBorrarMe gustaría escuchar una postura de la Iglesia luego del sínodo sobre lo que mencionas de que se entiende que el matrimonio es aguantar hasta el final.
ResponderBorrarVoy de nuevo, con más palabras. La vision tradicional es la que planteas, "se aguanta hasta el final", entiendo y comparto lo que decis que la esencia del matrimonio está lejos de ser esa. Me gustaría una nueva postura de la Iglesia en la que las personas divorciadas (principalmente los casos en que el matrimonio era una cruz) puedan integrarse al 100% a la vida sacramental; quizás el sínodo diera alguna luz sobre esto.
ResponderBorrarVoy de nuevo, con más palabras. La vision tradicional es la que planteas, "se aguanta hasta el final", entiendo y comparto lo que decis que la esencia del matrimonio está lejos de ser esa. Me gustaría una nueva postura de la Iglesia en la que las personas divorciadas (principalmente los casos en que el matrimonio era una cruz) puedan integrarse al 100% a la vida sacramental; quizás el sínodo diera alguna luz sobre esto.
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