Lect.: Isaías 35, 4-7a; Salmo 145; Sant 2, 1-5; Mc 7, 31-37
1.
Sabemos que los
relatos evangélicos reflejan en primer lugar, cómo eran las convicciones
profundas en qué consistía la fe de las primeras comunidades cristianas.
Más que interesarse en darnos una crónica de noticias acerca de la vida de
Jesús, querían transmitirnos cómo entendían ellos el significado de la vida
de Jesús para sus propias vidas y para las nuestras. Por eso Marcos,
presenta simbólicamente a Jesús utilizando relatos de curaciones que nos
recuerdan de inmediato, tanto las acciones de Elías y Eliseo como las profecías
de Isaías, —esas mismas que acabamos de escuchar en la 1ª lectura de hoy.
El profeta había dicho que se podría
saber que el Reino de Dios estaba cerca y que la era mesiánica estaba empezando
cuando se vieran varios signos. En especial, cuando los ojos
del ciego y los oídos del sordo se abrieran, el cojo salte como un ciervo y la
lengua del mudo cante con alegría (Is. 35:5-6). Es decir, cuando la plenitud de
vida empiece a reemplazar al sufrimiento. Isaías usa un hermoso y poético
signo. La llegada de los tiempos nuevos —dice— será comparable a
un desierto en el que empieza a manar agua de tal manera
que florecen en él las flores. Con ese
maravilloso telón de fondo, el evangelista Marcos al presentar a Jesús
devolviendo la salud a un sordo que apenas podía hablar, lo que nos está
diciendo es que el mundo nuevo, la humanidad nueva se nos acerca en Jesús de
Nazaret.
2.
Pero ese no es el
único contenido simbólico del relato de hoy. En una época como la nuestra, hay una creciente conciencia sobre lo que
padecen y necesitan quienes tienen serios impedimentos físicos en el uso de sus
sentidos. Por ejemplo, creo que hoy entendemos mejor lo mucho que limita la sordera para la comunicación. Vamos
descubriendo, por eso, que perder el oído es quizás la limitación que más aísla
al enfermo, más aún que la vista. Por eso, recuperar el oído, en el relato de
Marcos, equivale tanto física como simbólicamente a superar el aislamiento,
a recuperar la posibilidad de reintegrarse más plenamente a la vida comunitaria
que para los cristianos de entonces, y también para los de hoy, es esencial de
la vida humana, vivida evangélicamente.
3.
Pero hay todavía
otro símbolo que varios Padres de la Iglesia
recalcaron desde los primeros siglos. Dándose
cuenta de que el relato tenía más bien un carácter pedagógico, vieron detrás de
la recuperación del oído y del habla otra recuperación más profunda: la de
la inteligencia de la fe. Entendieron que se les llamaba a superar
la “sordera espiritual”, a recuperar la posibilidad de entender
de una manera nueva el significado de las cosas, de los hechos que vemos
superficialmente, y de compartirlo con otros. Más que la curación de un
impedimento físico, el que Jesús abra los oídos del sordo significa
que él le regala la capacidad de entender una dimensión más profunda de la
vida, más allá de lo que podemos ver y entender. Nos la regala a todos los
que todavía no somos capaces de ir más allá de las apariencias de cosas y
personas para descubrir en todo la presencia de la divinidad. Esa capacidad la
proporciona la fe recibida y vivida en comunidad, Sin esa gracia, permaneceríamos sordos y mudos, en sentido figurado, para
recibir y comunicar la buena noticia que nos permite descubrir toda la hondura
de la existencia que tenemos.
4.
Entender en el
relato de la curación su carácter de símbolo real del milagro de la fe, no
borra el hecho de que Jesús privilegia en su trato a quienes, como el
sordomudo, son marginados sea por pobreza, sea por enfermedad o por su reputación
de pecadores. A ellos prioritariamente les anuncia la llegada de la nueva
humanidad, lo que el evangelio llama el Reino. Ambas interpretaciones del
relato, la real y la simbólica, nos orientan sobre el tipo de curación que
nosotros mismos necesitamos.Ω
Comentarios
Publicar un comentario