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11º domingo t.o.

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Lect.: Ez 17: 22 - 24; 2 Cor 5: 6 - 10; Mc 4: 26: 34

  1. En las primeras páginas de Marcos, el evangelista nos presenta a Jesús dándose a conocer con acciones sanadoras, con gestos cariñosos de acogida a pecadores y a otros que la sociedad de entones ha excluido por  considerarlos poseídos de demonios o leprosos. A partir del cap. 4, Mc cambia la figura de Jesús: ahora Jesús es el sembrador. Su proyecto de la Buena Noticia, de la Palabra, es presentado como un proyecto de siembra, en el que interactúan la potente semilla y la tierra fecunda.  Cambia también el escenario: ya no actúa en las casas, en las calles, sino que se va a la orilla del mar. En estos detalles, aparentemente insignificantes, se nos dibuja un Jesús que contrasta mucho con figuras señeras del pueblo judío como Moisés
  2. No podemos leer, lamentablemente, todo el capítulo 4 que correspondía iniciar hace dos domingos, porque la liturgia lo sustituyó con las fiestas de la Trinidad y del Corpus. Pero, aun así, las dos parábolas que leemos hoy nos dan una idea muy clara de lo que se trata el proyecto de Jesús, el reino de Dios. Son iluminadores sus rasgos principales. Ante todo, el tema central, el de la siembra, que ya se había incluido en la parábola del sembrador. Ahora compara el reino de Dios con un  hombre que echa la semilla en la tierra y se va a dormir, luego sigue su ritmo de día y de noche y, mientras tanto, la simiente germina y crece, sin que él sepa cómo.  Es extraordinario. Fijémonos. Solo con este rasgo se nos comunica una visión de la novedad de la obra de Jesús y de lo que él hace con su Palabra. Recordemos, por contraste, a Moisés bajando del Sinaí con palabras esculpidas en piedra, como un código de mandamientos fijo, que solo hay que acatar y cumplir. Ahora, en cambio, Jesús se compara a sí mismo con un hombre que echa la semilla en la tierra y se va tranquilamente, confiando en la fuerza de la semilla y en la fecundidad de la tierra, —de la Madre Tierra, como decían los pueblos originarios de América. Semilla y tierra entremezclados, fundidos en una sola realidad van a germinar, crecer y dar fruto. No es que sea un agricultor irresponsable, sino alguien que tiene plena confianza en la semilla y en la tierra, y en la nueva realidad del grano que muere haciéndose una sola cosa con la tierra que lo recibió.
  3. Con estos símbolos, con esta primera parábola, Jesús ya “marca la cancha” para sus amigos, sus discípulos. Construir el reino de Dios no se realiza con el esfuerzo de cumplir leyes incambiables, grabadas en piedra. Tampoco es un evento que va a llegar de una manera espectacular en un momento determinado, en una sola fecha de calendario. La construcción del reino es un proceso largo y dinámico, que se acoge al ritmo humano y que es alimentado por la fuerza del Espíritu que habita en esa tierra ofrecida y se va realizando por cada ser humano de manera única, en cada uno y durante cada uno de los días del calendario. Y no se trata de “pujar”, de hacer fuerza, para que esa semilla - tierra germine. Mucho menos se trata de pretender “obligar a la tierra”, de coaccionar a nadie, para que se abra al reino de Dios. Tampoco de uniformar a todos en un mismo esquema. Cada uno tiene su propia forma de realizar la fecundidad de la tierra, así como en el campo plantas y árboles únicos diversos crecen juntos. Jesús nos da un ejemplo de confianza y respeto en el proceso de crecimiento del Reino para que lo tengamos en cuenta con respecto a nosotros mismos y con respecto a los demás. Cuando se cultiva la libertad de cada persona, y cuando se confía que cada uno es “tierra buena” y tiene todos los dones necesarios para germinar y crecer, los frutos vendrán a su tiempo, independientemente del tamaño de la semilla, como dice la segunda parábola.
  4. En el comienzo del capítulo 4, Marcos ponía una frase muy llamativa. Dice que Jesús se había ido a enseñar junto al mar, y acudía a él tanta gente, que “tuvo que sentarse en el mar”. Claro que es una forma de hablar. No se trataba de otro milagro. Se sentó en la barca que estaba en el mar. Pero la frase es llamativa al mostrar la sencillez del maestro, del sembrador. No es alguien que se mete en una nube y en medio de truenos aterradores en el Sinaí. No inspira miedo. El balanceo de la barca sobre el mar inspira tranquilidad y esta imagen refuerza la idea de que Jesús y Dios su Padre, están cerca de los seres humanos, y confían en la calidad y fecundidad de esa “tierra buena”, que somos todos, obra de sus manos.Ω

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