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Fiesta de la Santísima Trinidad


Lect.:   Deut 4,32-34.39-40, Rom 8,14-17, Mateo 28,16-20

  1. A este texto de Mt que acabamos de proclamar se le conoce como el de la "gran misión", o gran encargo de continuar su misión, que hace Jesús a sus amigos cercanos. Con lo importante que es, sin embargo, a lo largo de la historia, no ha tenido una interpretación uniforme. A lo largo de los siglos ha habido quienes han entendido, literalmente, que lo que Jesús encargaba a sus amigos era realizar bautizos masivos en todas partes, para que niños y niñas pudiesen ser liberados del pecado original y así ser salvados. Lo curioso es que quienes veían esto como continuar la misión de Jesús, no se plantearan que Jesús nunca realizó bautizos, al menos desde que dejó de pertenecer al grupo de Juan el Bautista. Otros han entendido que el encargo de hacer discípulos consistía en adoctrinar a la gente y enseñarles un conjunto de dogmas sobre Dios y sobre la moral que deberían aceptar y memorizar. Se consideraba esto como llevar a la gente al camino de la verdad. De ahí que los liturgistas escogieran este pasaje para leerlo en la fiesta de la Trinidad, como revelación del misterio de un Dios en tres personas, que se presenta como el dogma central del cristianismo.
  2. Quizás, más que esas interpretaciones, para captar el mensaje del texto nos pueda ayudar una lectura más sencilla, pensando la gran misión como el encargo de continuar  lo que Jesús había hecho con sus primeros seguidores. Y creo que desde esta perspectiva hay dos cosas que podemos entonces descubrir.  La primera es que Jesús, en su trato con ellos,  les había hecho discípulos y ahora les encarga que, a su vez, hagan discípulos en todos los pueblos… pero esto que suena tan fácil exige aclaración. Jesús dice "hacer discípulos", no dice practicantes de sacramentos, asistentes al templo, ni cumplidores de reglamentos.  Dice “discípulos”. Un discípulo es quien está en capacidad de aprender. Y puede aprender quien sabe escuchar, reflexionar sobre lo que escucha y enriquecer su experiencia de vida con lo que aprende. No es el mero repetidor de lecciones escuchadas, sino el que, a través del encuentro con un maestro, sabe descubrir por sí mismo la riqueza de la propia vida y de todo lo que le rodea. Eso es lo que Jesús había hecho a lo largo de su vida, con su palabra, con su manera de acoger a todos y con sus acciones de servicio para quienes más lo necesitaban. Jesús había estimulado en cada uno con quien se encontró, su capacidad para aprender a enriquecer su vida, a que viviera la vida en abundancia. Jesús encarga a aquel primer grupo que continúe esa misma tarea. Dicho en lenguaje de hoy, el encargo de hacer discípulos conlleva el encargo de apoyar a que las personas con que uno se encuentre puedan crecer en capacidad de escucha, de observación, de reflexión, de madurez, para poder descubrir por sí mismas el misterio de su existencia, de la vida, de la presencia de Dios.
  3. Y este es el segundo encargo que descubrimos en el texto de hoy. “Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, no se refiere a la fórmula ritual que hay que pronunciar al echar agua en la cabecita de un bebé. “Bautizar” es sumergir. Y en este caso sumergir en la experiencia de Dios.  Está pidiendo, pues, a sus primeros seguidores que a todos los que quieran ser sus discípulos,  los  “sumerjan” en la experiencia del misterio de Dios, como él mismo lo había hecho con ellos a lo largo de su vida públic. Para quienes entraron en íntimo contacto con Jesús, aquella intimidad, aquella amistad fue la ocasión de experimentar la presencia cercana de lo divino en forma humana y fue la ocasión de descubrirse hijos de Dios, partícipes de su vida, como dice Pablo en la 2ª lectura. Se trató, como sabemos, de una experiencia de amor pleno y desinteresado, de una capacidad de entrega solidaria hasta el final de la vida. Es en ese tipo de experiencia que Jesús pide a aquellos primeros seguidores que sumerjan a todos los que hagan discípulos de la Buena Nueva.
  4. No se cuántas cosas tendremos que cambiar nosotros en la Iglesia para poder cumplir con este encargo. De cuántas cosas, personales e institucionales tendremos que despojarnos para realizar esta gran misión. Cualquier renuncia, en todo caso, vale la pena. Este esfuerzo lo vemos hoy personificado en los intentos del papa Francisco por reformar la Iglesia y a esos esfuerzos queremos sumarnos en el ámbito en que nos movemos.Ω 

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