Lect.: Eclo 3,2-6.12.14; Col 3,12-21; Lc 2,22-40
- En los templos cristianos, desde hace siglos, la celebración de las grandes fiestas se prolongaban toda una semana. Por eso se hablaba de la octava de Navidad o de la Octava de Resurrección, porque la alegría de esas Pascuas se continuaba celebrando toda la semana siguiente. Esto nos lleva a los cristianos a que no se nos acabe la Navidad el día 25 de diciembre sino que continuemos contemplando el mensaje navideño en este domingo y hasta el 1º de enero. Y por eso hoy nos detenemos en un detalle no tan pequeño de lo que significa creer en la encarnación del hijo de Dios.
- Significa, entre otras cosas, creer que la manifestación de la vida divina en Jesús, se realizó también en su experiencia de una vida familiar dentro de un torno pobre y sencillo, y en una época y unas condiciones culturales no solo muy diferentes de la nuestras, sino muy imperfectas. Era una estructura familiar, como nos lo han recordado la 1ª y la 2ª lectura, de una sociedad machista, una estructura patriarcal, autoritativa y vertical, donde la mujer estaba por completo sometida al varón, donde los hijos tampoco gozaban de autonomía y respeto para crecer con identidad y valor propios. En ese ambiente, con esa concepción social y familiar ni posible ni deseable de imitar por nosotros, nace y crece Jesús quien, a pesar de todas las circunstancias adversas, encarna, es decir, hace real, hace tangible, lo que es una vida humana vivida por completo abierta a Dios.
- Cuando hablamos de nuestra creencia en la encarnación de Dios en Jesús, lo que estamos afirmando entonces es nuestra convicción de que en la vida de amor, de servicio y de entrega de Jesús se hace tan real el ideal de vida humana creyente en Dios que, de esa manera, esa vida permite, se abre, para que Dios actúe a través suyo, sin obstáculos, continuando en él su obra creadora de vida y libertad.
- No podemos ni debemos buscar recetas o fórmulas en los evangelios que nos digan cómo vivir nuestra vida familiar, o individual, nuestro compromiso social o político. No podemos ni debemos tratar de imitar formas de vida de una época y cultura superadas. Pero sí podemos y debemos sentirnos retados por ese Jesús que nos inspira, a crear hoy nuevas y diversas maneras de vivir la vida de familia, las relaciones sociales, la política y la economía, en las cuales, como el mismo Jesús, podamos hacer transparente la vida divina contagiados y contagiando del amor que es pura generosidad y desinterés, sin individualismos ni apegos egoístas.
- Decía el Papa Francisco antier, a propósito de conmemorar al primer mártir, san Esteban, que la entrega y el sacrificio de cristianos como éste, despojan a la navidad del "falso revestimiento empalagoso que no le pertenece”. Creo que el ideal de familia cristiana sufre también de ese falso revestimiento empalagoso, cuando tratamos de proponer un modelo dulzón de familia de Belén, que no existió, y que no tiene nada que ver con las vicisitudes, los sufrimientos y alegrías de las actuales formas familiares, de madres solteras, de parejas divorciadas, de hijos de diversos matrimonios que conviven, de nuevas formas de pareja… Nuestro reto es sacar de nuestro interior, toda la fuerza y creatividad que nos da el Espíritu de Dios para construir, en una nueva época, nuevas formas familiares que se abran, sin obstáculos para que el amor de Dios se manifieste a través suyo.Ω
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