Lect: Is 40,1-5.9-11; Salmo 84; II Pedr 3,8-14; Mc
1,1-8
- "Este es el origen de la Buena Noticia de Jesucristo, hijo de Dios.” Así empieza este libro del evangelista Marcos (1,1), en el texto que acabamos de escuchar. Sencillo y, a la vez, extraordinario, aunque su fuerza la podemos perder cuando olvidamos que eso es lo que significa la palabra “ evangelio", tan repetida y poco comprendida. ¿Qué pudo ver este autor, y otros muchos de sus coetáneos, en Jesús para poner al Bautista a hacer tan notable proclamación y, luego, para hacerse sus discípulos? ¿qué les impactó de la presencia de aquel galileo para ver en su cercanía, en su modo de vida, una Buena Noticia? En primer lugar, vale la pena destacar lo que seguramente no fue su motivación. No hablan así de Jesús porque se hubieran matriculado en una nueva religión que les inculca una doctrina religiosa sobre Jesús, o porque se los enseñara una escuela teológica eclesiástica, como podría suceder a otros adeptos, siglos después. Tampoco lo proclaman porque vean que Jesús compita en ritos con los sumos sacerdotes, ni porque sea más convincente que los escribas al presentar las enseñanzas de la ley.
- Tal como puede deducirse de las palabras del Bautista en estos mismos párrafos, lo que ve Marcos en aquel Hijo de Hombre, que le lleva a interpretar su presencia, su acción y su vida como una Buena Noticia, es que ante la necesidad del pueblo de un consuelo para sus sufrimientos, y un alivio para sus pecados; ante la búsqueda del favor y la bendición de Dios, Jesús ofrece un camino distinto, renovador de la condición humana. Ya no ofrece ritos de purificación, ni prácticas de penitencia para ganarse la benevolencia de un Dios que mora en lo alto. Ya no necesitará ríos sagrados como el Jordán, ni Templos como el de Salomón para mostrar caminos de salvación, de liberación a los seres humanos. Lo que Jesús ofrece ahora es un modo de vida sumergida en la vida del Espíritu Santo. Es la vida que vive él, la que se le transparenta, la que resplandece en todas sus acciones y en su relación con los demás. Y es la vida en la que inicia, en la que sumerge, a todos los que se le unen en su camino. Esa es la novedad, lo que hace de Jesús una Buena Noticia. La experiencia interior de Dios, su Padre, es la misma experiencia que sus discípulos van a descubrir como fuente y raíz de la vida de cada uno y de las comunidades. Marcos lo expresa con palabras de Juan el Bautista, contrastando dos modos de vida, el del bautismo del agua, es decir, el de prácticas de creencias y ritos, de la religión; y el del bautismo del Espíritu, es decir, el de una espiritualidad viva que brota de la experiencia de Dios y alienta y transforma toda la vida humana.
- En el tiempo de Adviento, de preparación a la Navidad, Isaías (1ª lectura) nos habla de la necesidad de consuelo que tiene el pueblo, la necesidad de que tanta cosa torcida en la sociedad en que vivimos, se enderece, y tantas desigualdades se allanen. Y Pedro, (2ª lectura) sueña con un cielo nuevo y una tierra nueva frente tantas formas de vida perecederas, frente un “mundo de apariencias” que tiene que pasar, como decía Pablo (I Cor 7,31). Esas expectativas, esa esperanza que también nosotros compartimos hoy, frente a la sociedad y la economía contemporáneas, bastante resquebrajadas por la injusticia y el egoísmo, son expectativas que nos empujan no a buscar una salvación externa, fuera de este mundo, sino a sumergirnos en la vida del Espíritu, cuya fuente brota de nuestro mismo corazón y salta hasta la vida del Eterno (Jn 4: 14).Ω
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