Lect.: Is 61,1-2a.10-11; Lc 1,46-54; I Tes 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28
- El domingo pasado poníamos atención al hecho de que las primeras comunidades mirasen la presencia de Jesús en medio de ellos como una “buena noticia”, y de ahí la palabra evangelio. Nos fijábamos también en que la buena noticia consistía en que lo que Jesús les ofrece ahora es un modo de vida sumergida en la vida del Espíritu Santo. Es la vida que vive él, que se le transparenta, que resplandece en todas sus acciones y en su relación con los demás, la misma que inicia y sumerge a todos los que se le unen en su camino. Era algo muy novedoso, porque ante la necesidad del pueblo de un consuelo para sus sufrimientos, y un alivio para sus pecados; ante la búsqueda del favor y la bendición de Dios, Jesús ya no ofrece, como las religiones, ritos de purificación, ni prácticas de penitencia para ganarse la benevolencia de un Dios que mora en lo alto. Ofrece un camino renovador de la condición humana, ligado a la experiencia interior de Dios, su Padre, que es la misma experiencia que sus discípulos van a descubrir como fuente y raíz de la vida de cada uno y de las comunidades. Eso se lo escuchábamos a la comunidad del evangelio de Marcos.
- Hoy son las comunidades discípulas del evangelista Juan las que nos reafirman y complementan esa presentación de la persona de Jesús. De nuevo, a través de la figura del Bautista que dialoga con los enviados de los sacerdotes, se deja claro que la esperanza de realización humana no hay que ponerla en un profeta reaparecido, ni en un líder religioso, sino en alguien que trae algo nuevo. Precisamente, lo que hace grande al Bautista es ser la voz que anuncia esa novedad traída por Jesús. El Bautista reconoce que él mismo se mueve todavía en el mundo de la religión, de los rituales y creencias, pero afirma que todo eso es nada a la par de lo que revela Jesús. Por eso no es digno ni de desatarle las sandalias a ese que ya está en medio de ellos y que, sin embargo, pasa inadvertido.
- Esta misma voz, del Bautista, es la que nos ayuda a entender para qué nos preparamos en estas vísperas de Navidad. Por supuesto que no nos preparamos simplemente para unas fiestas y unos días de jolgorio y descanso, aunque esto sea también necesario para nuestra supervivencia. Y tampoco nos preparamos solo para una fiesta religiosa, como se entiende habitualmente. Esa “voz” del Bautista, y de todo el evangelio de Juan, nos dice que nos preparamos a una celebración de la vida, la vida abundante de la que formamos parte y que es la misma vida de Dios. Y que debemos hacer de la conmemoración del nacimiento de Jesús la ocasión para renacer a un nuevo y más profundo nivel de conciencia de lo que significa esa vida, más allá de una mera supervivencia, más allá del ciclo de comer, dormir y trabajar. Una vida plena que es sagrada, como participación en el ser mismo de Dios. Este descubrimiento es el que nos llena de esa alegría que expresamos hoy en la liturgia eucarística.Ω
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