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22º domingo t.o.

Lect.:   Jer 20,7-9;  Rom 12,1-2; : Mt16,21-27

  1. Quedábamos, el domingo pasado, tomando conciencia de algo que a menudo se nos pierde de vista: que cuando hoy llamamos a Jesús el Cristo, no lo hacemos en el sentido judío primitivo de "Mesías", sino que queremos decir “el que ha realizado por completo su identidad de "hijo del hombre”, como él se llamaba a sí mismo, es decir,  el “ser humano pleno”. Y cuando nos ponemos el adjetivo de “cristianos”, también estamos confesando no una doctrina, sino que nos reconocemos partícipes de esa misma identidad humana que Jesús nos muestra, y de esa misma vocación, la de realizar nuestra condición humana en plenitud.
  2. Pero el capítulo de Mateo continúa y se adelanta a respondernos la pregunta que seguramente nos hemos planteado: ¿y cómo lograr realizarnos humanamente como Jesús? ¿Qué es lo esencial que hay que hacer para seguir ese camino de Jesús de plenitud humana, para ser también cada uno de nosotros "cristiano", es decir "otro Cristo"? La respuesta de Jesús, en palabras de Mateo, es breve, directa, radical, aunque quizás no nos resulte tan clara: “negarse a sí mismo”. Ese es el camino, aunque conlleve cruces, ese decir, los grandes costos que implica toda gran renuncia. Esta respuesta en el evangelio de Juan se expresa de forma paralela al decir que “el grano de trigo debe caer en tierra y morir para dar fruto” (Jn 12:24).
  3. La respuesta es tan radical, que puede que no nos resulte clara. Incluso que pueda sonar contradictoria, ¿cómo se puede, al mismo tiempo, ser plenamente humano y negarse a sí mismo? Creo que el problema se nos presenta porque quizás estamos acostumbrados a leer al pie de la letra estos textos, de manera fundamentalista, sin esfuerzo por interpretar su sentido.  Pero como confiamos en que no hay contradicción en la espiritualidad del evangelio, confiamos que, en efecto, la negación es un camino para tener vida en abundancia Con esta certeza podemos entonces descubrir que lo que hay que "negar" no es mi ser humano auténtico, todo lo que me da vida y me permite compartir vida con los demás. Lo que hay que "negar" es, más bien, todo aquello que me nubla la vista y el entendimiento y la voluntad, que me impide conocer lo que realmente soy, que oculta mis cualidades auténticas, y la realidad de comunión de la que formo parte y me hace creer que puedo construir mi vida y mi destino como si fuera un ser aislado y autosuficiente. Un maestro espiritual explicaba de la siguiente manera de qué se trata esta negación que nos pide el evangelio. "Cuando un artista hace una estatua de madera o de piedra, no la introduce en la madera, sino que quita las astillas que escondían y cubrían la estatua. No añade a la madera, sino que le quita algo y hace caer bajo su cincel todo el exterior y hace desaparecer las rugosidades y  así puede resplandecer lo que yacía escondido dentro. Este es el tesoro enterrado en el campo, del que habla nuestro Señor en el Evangelio". (Maestro Eckart, Tratado del hombre noble, obras escogidas, p. 24 -25). Precisamente, hablando de su trabajo artístico Miguel Ángel Buonarotti decía:  “¿Cómo puedo hacer una escultura?” Y se respondía, “Simplemente retirando del bloque de mármol todo lo que no es necesario.” “En cada bloque de mármol veo una estatua tan clara como si se pusiera delante de mí, en forma y acabado de actitud y acción. Sólo tengo que labrar fuera de las paredes rugosas que aprisionan la aparición preciosa para revelar a los otros ojos lo que veo con los míos.”  De manera parecida, la vida espiritual es cuestión, pues, para nosotros cristianos, de entrenar y purificar nuestra visión sin desanimarnos por el costo, por el sacrificio que supone, para empezar a sacar a la luz esa obra de arte, ese tesoro escondido que se encuentra dentro de cada uno de nosotros.Ω

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