Lect.: Hechos 8,5-8.14-17 ; I Pedro 3,15-18
Jn 14: 15-21
- Los textos de estos domingos de Pascua, uno tras otro nos vienen insistiendo, sin descanso, un mensaje claro: estamos inmersos en Cristo y Cristo en Dios. Y este es el punto de referencia clave de nuestra vida espiritual. Hace ocho días oíamos cómo Jesús reprendía a Felipe por seguir anclado en la creencia de que necesitaba que le mostraran al Padre. El Maestro le replica, ¿No se dan cuenta de que el Padre está en mí y yo en el Padre? Y recordábamos a Pablo que en Rom 6:9-10 expresa su fe de que la resurrección consiste en “Vivir en Dios y para Dios”; estamos sumergidos en la realidad del eterno. Es una forma nueva de existencia, el nivel más profundo de nuestra realidad humana, en la que la Buena Nueva nos dice, que superamos nuestra vida de encerramiento individual, y llegamos a descubrirnos viviendo en Cristo y en el Padre, y el Padre y Cristo en nosotros. Lo repito, este es el punto de referencia clave para ir creciendo en nuestra vida espiritual.
- Pero, claro, nos puede surgir la duda y la inquietud: si ya estamos inmersos por Cristo en Dios, si nunca hemos salido de la mano de Dios, ¿por qué seguimos actuando encerrados en nuestro yo egoísta, faltos de amor y solidaridad, incluso haciendo daño a otros y a la naturaleza de la que formamos parte? En el texto de hoy, Jn vuelve sobre lo central del mismo mensaje, pero agregando un consuelo ante esta preocupación. El mismo Espíritu de Dios, que ya vive en nosotros, nos irá iluminando y conduciendo a la verdad plena de lo que somos. Si hoy vivimos en esa contradicción entre nuestro yo individual y la realidad mayor de la que formamos parte, eso se debe a nuestra ignorancia de lo que realmente somos. Pero en cuanto lo descubramos, en cuanto seamos iluminados y veamos nuestra plena integración en Cristo y en el Padre, y descubramos la estrecha comunión que nos vincula a unos con otros, nos abriremos con gozo a vivir esa realidad que somos. Por decirlo en lenguaje de las parábolas, en cuanto descubramos ese tesoro en el campo, esa perla preciosa, nos despojaremos de todo lo demás, para quedarnos con el fruto de ese descubrimiento, el más valioso de todos. Nadie va a ser tan tonto como para preferir la vida del egoísmo conflictivo, cuando se tiene la oportunidad de vivir como miembros de un solo cuerpo, inmersos en la realidad de Dios.
- El gran consuelo está, sobre todo, en saber que no aspiramos a algo imposible, algo que ¡a saber cuando nos va a llegar! Ya hemos recibido el don. Solo se trata de rendirnos a esa realidad, y de quitar todos los obstáculos que nos impiden vivir lo que somos, para experimentar, para vivir la presencia del Infinito en todas las cosas finitas de esta realidad humana y material de la que formamos parte; vivir como resucitados a la presencia de lo permanente en cada una de las situaciones impermanentes que caracterizan nuestra existencia en su forma actual.
- Nuestras celebraciones dominicales, nuestros momentos de oración, tienen como sentido ayudarnos a cobrar conciencia de esa vida nueva en Cristo resucitado a la que hemos sido levantados. La compartir la Palabra y el Pan de la Eucaristía son los caminos por los que el Espíritu que vive en nosotros nos va iluminando y nos permite disfrutar la alegría de vivir inmersos, envueltos, en Dios.Ω
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