Lect.: Lev 19,1-2.17-18; I Cor
3,16-23; Mt 5,38-48
- Hemos dedicado varios domingos a reflexionar sobre el Sermón del Monte, programa de la misión de Jesús. Aún así, para textos como el de hoy se necesitarían bastantes más días, porque en él confluyen muchos temas. Saltan de inmediato a nuestra consideración preguntas sobre la venganza, el rencor, qué hacer ante la violencia en uno mismo y ante la que nos rodea con frecuencia, y ante eso otro tan desconcertante como "el amor a los enemigos". Cada uno de estos temas nos reta a dedicar buenos ratos de reflexión sobre nuestras actitudes prácticas y nuestro modo de relacionarnos con los demás. Solo quisiera proponerles esta tarde un aspecto para meditar, uno que quizás no entraba en la mente de Jesús y de su época, pero que surge al leer el Evangelio en nuestro contexto actual. Expresémoslo con una pregunta, ¿existen de verdad nuestros “enemigos” o es algo que nos fabricamos?
- Hay situaciones específicas que pueden ayudarnos a responder. La figura del "enemigo" surge sobre todo en el ámbito militar, en las épocas de guerra. Incluso en el social - cultural, respecto a grupos de inmigrantes que se sienten como amenaza para la vida del país. Y también en el ámbito de lo político, sobre todo en ese campo político que suele llamarse de "guerra fría", de relaciones tensas entre países. Por fortuna en nuestro país hemos tenido muy pocas campañas bélicas. Pero, por desgracia, guerras de las grandes potencias, de alguna manera nos han envuelto y han impactado y marcado nuestras actitudes. Durante muchas décadas, después de la segunda guerra mundial, a los que somos más viejos, se nos bombardeó con películas, supuesto cine de acción, en las que se presentaban como “los malos” a los alemanes y japoneses, y se deformaban y caricaturizaban incluso sus rostros y actitudes. Después, durante la llamada Guerra Fría, y cuando la antigua URSS, dejó de ser aliado de los EEUU, se fabricaron nuevos "enemigos", los comunistas, a los que también se satanizó y se les puso rostros terroríficos en el cine, en las novelas y en las iglesias. Más recientemente, desde inicios del presente siglo, y después de la destrucción de las Torres Gemelas, se constituyó como nuevos enemigos a los musulmanes y a sus supuestos aliados terroristas. Para el segundo presidente Bush, por ejemplo, existía un "eje del mal" de países tales como Irán, Iraq, Corea del Norte y Cuba.
- Detrás de la fabricación de enemigos existe siempre una doble convicción errónea: primero, un egocentrismo exacerbado que nos hace ponernos a nosotros mismos como referencia de bondad, verdad y humanidad, y nos hace ciegos a nuestras propias tendencias destructivas, a nuestras zonas oscuras, como personas y como grupos sociales o nacionales. En 2º lugar, nos convencemos de que el muy distinto de nosotros, el rival que amenaza nuestro ego, nuestros intereses políticos o económicos, nuestros modos de ser o ideologías, es más malo que nosotros e incluso llegamos a verlo como alguien que no es completamente humano.
- A veces, al leer el Sermón del Monte nos preguntamos: ¿cómo es posible cumplir esa demanda tan exigente de amar a los enemigos? Pero quizás la pregunta debería ser, hoy día, si nuestros "enemigos" verdaderamente existen como tales. Si no son, más bien, como hemos sugerido, fabricación de nuestro yo distorsionado, incapaz de abrirse a la diversidad, a compartir y a la comprensión de que en todo ser humano coexiste un potencial destructivo que debe ser superado por la dimensión constructiva que todos también tenemos. Entonces la invitación de Jesús a ser perfectos como lo es su Padre, no quiere decir ser íntegros sin tacha ni fallos. Es, más bien, caer en la cuenta de que al participar todos de la vida divina tenemos una identidad compartida que pone en Dios el verdadero ser de cada uno. Eso que llamamos "yo" lo que hace es impedirnos ver esa identidad. Ser como el Padre además, nos pide también ser compasivos y misericordiosos, como lo es el Dios expresado en la vida de Jesús, compasivos con las tendencias negativas que hay en los demás, que están también en nosotros mismos y que pueden ser superadas con la fuerza del único Espíritu que es todo en todos.Ω
Comentarios
Publicar un comentario