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28º domingo t.o.


Lect,: II Reg 5, 14-17, II Tim 2, 8-13, Lc 17, 11-19

  1. En el episodio del domingo pasado Lc nos mostraba un Jesús que aclaraba a sus discípulos lo que era la fe. No es un depósito de creencias que hay que aumentar. Aunque sea pequeño como un granito de mostaza es algo poderoso, porque nos permite vernos, ver lo que nos sucede y ver el mundo en que nos movemos. Con unos ojos distintos, no con los de nuestro pequeño yo, egocentrado, aislado y angustiado, sino desde los ojos de nuestro verdadero ser que en su plenitud es lo que llamamos Dios. La fe nos permite entrar en el misterio de nuestra existencia y descubrirnos relacionados unos con otros y con toda la creación, dentro de la vida de Dios. Y dentro de la vida de Dios experimentamos de manera distinta eso que llamamos nuestros logros y nuestros fracasos, los conflictos, y los momentos de tranquilidad. 
  2. En el relato de hoy vemos esa fe en acción. Diez leprosos, desde lejos, por el aislamiento que les imponía la sociedad, le piden a gritos a Jesús que tenga misericordia de ellos. Jesús les manda a presentarse a los sacerdotes y de camino los diez quedan libres de la penosa enfermedad. De inmediato, uno solo de ellos se devuelve a dar gracias a Jesús, lo que hace ya no a distancia, sino echándose a los pies del Maestro. Es a este único hombre a quien Jesús le dice "tu fe te ha salvado". Fijémonos que no le dice simplemente que su fe le ha curado de la lepra, sino que le ha salvado, le ha sanado, aunque los otros nueve, según la narración, quedaron también curados de la enfermedad, de camino al templo. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué más ha cambiado en este décimo como para que Jesús le diga que su fe le ha salvado? Por lo que narra Lucas el hombre ha cambiado interiormente. Algo más que sentir su piel sana, él se ve, se descubre como salvado, sanado, experimenta que algo grande, algo nuevo ha irrumpido en el interior de su vida, con el encuentro de Jesús, y se devuelve, dando la espalda al camino al Templo, para alabar a Dios y dar gracias a Jesús. 
  3. No es lo mismo ser curado que ser sanado. Tanto profesionales de la salud, como hombres y mujeres espirituales nos distinguen hoy entre salud y curación. La curación se refiere sobre todo a reponerse físicamente de daños físicos,  corporales. Es algo que, especialmente viene de fuera, del cuidado del médico, de la ayuda de los medicamentos. La salud, la sanación, como la fuerza de la vida se produce sobre todo desde dentro y no es solo ni principalmente física, aunque también pueda incluirla. En su sentido profundo, la salud entendida como estar bien, conlleva sobre todo, otras dimensiones más allá de la del cuerpo, la capacidad de relacionarse y pensar comunitariamente; y la dimensión espiritual, la del crecer en ser profundo de cada uno; conlleva la sanación integral, que la persona se sienta y esté fundamentalmente bien en su persona, aunque incluso físicamente pueda estar pasando por afecciones físicas. Todos conocemos, seguramente, personas, que incluso enfermas físicamente, muestran una entereza extraordinaria, una calidad humana fuera de serie.
  4. El décimo leproso fue el único que fue sanado, aunque los diez fueron curados. Es el único que fue capaz de verse distinto, de verse sano, y de descubrir en esa nueva experiencia una presencia superior el reino de Dios dentro de él. Y por eso corre glorificando a Dios, a dar gracias a Jesús, y se postra ante él, pero,  una vez más, Jesús no juega de protagonista, no busca ser adorado. Le recuerda y aclara al hombre que ha sido el poder de su fe lo que le ha sanado. Este relato puede ayudarnos a cada uno de nosotros a descubrir ese grano de mostaza que nos ha sido dado y que tiene la fuerza para sanarnos, en lo más profundo y esencial de lo que somos como persona. 

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