Lec 33, 14-16
14
- 16; 1 Tes. 3, 12-4, 2
; Lc 21:; ,
25-28. 34-36
1.
Año con año nos reunimos
aquí para repasar hechos –que hemos oído cientos de veces–, sobre la historia
de Jesús, empezando por la preparación de su nacimiento. No hay que extrañarse
de estas repeticiones. También nos gusta repasar colecciones de fotos
familiares, o volver a ver películas que nos encantaron o piezas musicales que
nos fascinan. Al repetir el tiempo de adviento, retomamos lo que fue la
experiencia humana, espiritual, que tuvieron aquellas primeras Comunidades de
cristianos en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Y repetir estos relatos no
solo nos resulta hermoso sino que nos permite entender mejor esa experiencia
espiritual y mejorar y profundizar nuestra propia experiencia religiosa.
2.
Para aquellos primeros
cristianos el nacimiento de Jesús fue vivido como el cumplimiento de promesas
de liberación según su trasfondo judío. Y ese cumplimiento de promesas venía
precisamente en momentos muy duros de su historia. Es más, en el momento en que
se escriben los evangelios, unos 40 años después de la muerte de Jesús, los
romanos ya habían arrasado Jerusalén y muchos de sus habitantes, judíos y
cristianos supervivientes de la catástrofe habían tenido que darse a la
huída.
3.
Es este tipo de crisis
extremas la que les permite caer en la cuenta de que la liberación que Jesús
había traído no era una intervención milagrosa, caída del cielo, sino que era
una recreación espiritual, una capacitación para entender todas las
profundidades de lo que somos los seres humanos. La crisis les permitió
despertar y entender, como se los mostraba la propia vida de Jesús, que el Dios
liberador estaba ya presente en cada uno de ellos. No importaba para ellos
tener que atravesar terribles experiencias de catástrofes de diverso tipo. En
medio de todas ellas sienten el llamado a descubrir cercana la presencia del
Hijo del Hombre y la invitación a enfrentar cualquier situación difícil
erguidos y con la cabeza levantada, con esperanza. No hay que tener miedo porque ese hijo del
hombre, Jesús, está en ellos dándoles la fuerza con el perdón y la superación
de la religión antigua.
4. Al revivir aquellas experiencias de las primeras comunidades no estamos en
una situación tan catastrófica como la destrucción de Jerusalén, pero sí
atravesamos momentos muy difíciles en nuestro país, sociales (creciente desigualdad, consiguiente inseguridad ciudadana, violencia…), económicos (creciente pobreza y acumulación de riqueza en sectores privilegiados, y
políticos (con pérdida de sentido social del Estado). Lo demuestran los llamados urgentes de políticos y analistas a
construir vías que nos lleven a una Costa Rica renovada. Sean cuales sean los
caminos por los que optemos, nuestra actitud como cristianos no puede ser sino
la de fuerte esperanza, la de caminar con la cabeza levantada, sabiendo que
tenemos en nosotros la presencia de un hombre nuevo y pleno capaz de estar en
comunión con Dios y con los semejantes aún en medio de la tribulación.Ω
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