Lect.: Dan 7: 13 - 14; Apoc 1: 5 – 8, jn 18. 33 - 37
- Una de las tentaciones más profundas que nos obstaculizan nuestro crecimiento espiritual es la tentación de dominar y oprimir a los demás. Tan profunda que casi nunca caemos en la cuenta de que tenemos esa tentación y de que nos dejamos vencer por ella. Por eso ni siquiera aparece en nuestros exámenes de conciencia y en nuestras confesiones. Es una tentación que se nos aparece disfrazada. Se disfraza de deseos legítimos: Cuando somos padres de familia, o profesores, o funcionarios públicos, se disfraza del deseo de colaborar con el orden y la disciplina. Cuando somos ministros religiosos se disfraza del afán de ayudar a que se cumpla la voluntad de Dios. Y, seamos lo que seamos, suele disfrazarse del legítimo deseo de crecer, de llegar a descubrir y a ocupar el puesto que nos corresponde en la vida.
- Todos esos deseos legítimos se ven distorsionados por la tentación de dominar y oprimir, cuando pretendemos realizarlos a costa de los demás o, peor aún, trepándonos sobre los demás. Cuando creemos que para lograr cosas importantes en la vida, tenemos que excluir a los demás, o ser superiores a ellos y ponerlos al servicio de nuestros intereses particulares. Es por esta tentación que se distorsiona a menudo la función política, la policial e incluso la religiosa y la de la autoridad familiar.
- A lo largo del evangelio de Marcos este año hemos visto cómo varias veces los apóstoles más cercanos a Jesús caían en la tentación de buscar primeros puestos, de ser más que los demás discípulos, de gozar de privilegios y mando sobre los otros. Y de manera contundente hemos oído las palabras de Jesús en Marcos diciendo con claridad: los que son tenidos por jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes los oprimen con su poder; no sea así entre Uds., el que quiera llegar a ser grande entre Uds. sea servidor de todos. Es decir, el deseo de ser grande, de destacar, es legítimo pero entendido de una manera distinta a como se interpreta habitualmente. Para Jesús la grandeza está en el servicio, en el amor fraterno, en la entrega de la vida por los demás. Y esto, abre el camino a un nuevo modelo de sociedad, un nuevo tipo de relaciones humanas a todo nivel. Por eso es que cuando Pilato le pregunta a Jesús si es rey, la respuesta en parte es con el silencio, porque Jesús sabe que ni Pilato, ni los jefes judíos van a entenderle esta manera de ver las cosas. Ellos manejan la idea rey, de jefe, de autoridad existente, que es el que domina y oprime y no el que sirve.
- Nuestra sociedad costarricense atraviesa en estos días momentos en los que se muestran casos de ejercicio de poder político, de poder policial y de autoridad familiar no solo muy distantes, sino antagónicos del ideal de servicio que propone Jesús. Cuando en medio de esa situación la Iglesia propone la imagen de Cristo Rey como ideal, hay que cuidarse mucho de la ambigüedad de ese título y no olvidar que ese “reinado” no es como entiende el poder el mundo, sino que es un reinado de servicio y entrega para construir justicia, paz y solidaridad entre todos. Para colaborar en esa construcción quienes formamos parte de la Iglesia, de la comunidad de Jesús, tenemos que cuidarnos mucho para que la tentación del poder distorsionado del mundo no se nos siga colando dentro de la propia organización eclesial.Ω
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