Lect.: I Reyes 17, 10-16; Hebreos 9, 24-28; Marcos 12, 38-44
- En el mundo de la economía es normal y corriente que los empresarios, los propietarios de capital busquen invertir en proyectos de alta rentabilidad. Es normal también que el ciudadano que tiene unos ahorros, busque colocarlos ahí donde ganen más intereses, donde le vayan produciendo más beneficios para gastos futuros.
- Pero lo que es normal en la vida económica presenta un problema cuando lo trasladamos al nivel del resto de las relaciones sociales, de amistad, familiares, e incluso religiosas. Cuando en esos otros planos nuestras motivaciones y acciones son dirigidas prioritariamente por interés, por el beneficio que espero sacar de algo que hago. Cuando ayudo a alguien pensando en que quizás esa persona en otra situación me devolverá el favor. Como dice el dicho popular, "hoy por ti y mañana por mí". O cuando hago un donativo pensando en que esa cantidad se deducirá de impuestos. O, los más piadosos, con la expectativa de que "arriba" me la tomarán en cuenta, para tener más gloria en el cielo, o menos sufrimiento al purgar por los pecados. Estas actitudes interesadas, egocentradas, se nos cuelan por todas partes y acabamos mercantilizando nuestra vida social, nuestra política y nuestras prácticas religiosas. Y acaban construyendo una sociedad como la actual, donde no solo predominan las relaciones puramente interesadas, sino que se pierde el aprecio por las instituciones, políticas y actitudes que apuntan a crear servicios y bienestar para todos, independientemente de su capacidad de retribución. Se llega a perder aprecio incluso por la educación pública, por la seguridad social en la salud, porque tanto usuarios como empleados consciente o inconscientemente van destruyendo esos espacios de servicio público, imbuidos en una mentalidad que solo ve en la ganancia monetaria una aspiración que vale le pena.
- En el evangelio de Marcos se nos presenta un Jesús que más que teorizar sobre el Reino de Dios, sobre esa forma plena de vida humana que predica y anuncia, ilustra este ideal con las actitudes y prácticas de personas concretas, cercanas a sus oyentes. En el texto de hoy lo hace con una de las figuras más emblemáticas del evangelio, la de la insignificante viuda que da todo lo que tiene, necesario para su supervivencia, como limosna. Y de manera chocante para nosotros, el ejemplo de su generosidad llega a límites insospechados porque su limosna va a parar a la alcancía, al tesoro de un templo que es cueva de quienes la explotan a ella y a otros muchos como ella. Si observamos con atención descubriremos en hechos recientes, ejemplos de desprendimiento en medio de nosotros, que van en la línea de la viuda (los donativos de los jugadores de un equipo a otro en mayor necesidad, las luchas por defender las instituciones de salud pública, etc.).
- La viuda contrasta con los mismos apóstoles que siguiendo a Jesús, buscaban colocarse bien, tener puestos importantes; contrasta con el joven rico que andaba detrás de la recompensa de la vida eterna. Esta viuda, aunque no se nos dice lo que la motiva, de manera sencilla, sin alharacas, es un testimonio de desprendimiento, de desinterés, que demuestra que la vida para ella es un don gratuito que gratuitamente se comparte. "Lo que han recibido gratis, denlo gratis", Mt 10, dice Jesús en otra ocasión. En la perspectiva de Jesús ese comportamiento gratuito es lo que permite entrar en comunión con la vida de Dios que es también y ante todo gratuidad, generosidad, bondad incondicionalmente compartida. La gratuidad es el eje que estructura todo el proyecto de Jesús.
- Participar en la eucaristía de cada domingo no puede ser una práctica que se hace para no cometer pecado, ni para ganar méritos e indulgencias. Como su nombre lo indica es un momento intenso de "acción de gracias" al tomar conciencia de que todo lo que somos y tenemos es don y regalo de Dios. Es un momento intenso de experiencia de la gratuidad de la vida, que excluye la competencia y rivalidad violentas, y que genera de continuo actitudes de servicio, de solidaridad, haciendo valiosos los dos reales, las dos moneditas que representan la vida de cada uno de nosotros.Ω
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