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5º domingo de Cuaresma


Jer 31:31-34; Hebr 5:7-9; Jn 12:20-33

1.   En ciertas visiones religiosas, un poco lúgubres, oscuras, casi masoquistas, se subrayaba el mensaje y la vida de Jesús como una invitación a un camino de sufrimiento, pero entendiéndola como si el dolor y el sacrificio por sí mismos "produjeran" la santidad. O también, como si el Dios de los cristianos fuera un dios sediento de sangre que exige su derramamiento para perdonar nuestras faltas. Con esta visión no es de extrañarse que muchos hayan visto a la Iglesia como una institución sombría, enemiga de la alegría, del placer y, en el fondo, de la vida humana tal como es.
2.   Muy diferente es el enfoque de Jesús y muy diferente el Dios de Jesús. La invitación del evangelio es una invitación a crecer, a no oponer resistencia a la fuerza que nos viene de dentro, del Espíritu que llevamos en nuestros corazones y que nos empuja a dejar caer, a perder capas de la forma de semilla en que nos encontramos, para convertirnos en el fruto que potencialmente somos. Dejar la forma de nuestro yo actual para dirigirnos a la vida más plena que podemos desarrollar. Esa es la buena noticia, como lo dice Jeremías hoy, caer en la cuenta de que no somos eternos niños, a los cuales hay que enseñar y conducir, sino adultos en cuyos corazones Dios mismo ha escrito su voluntad. Esto es lo que hay que descubrir y para lo cual hay que crecer.
3.   Posiblemente todos los que estamos aquí conocemos el cuento de Peter Pan, ese personaje que quiso quedarse eternamente niño y se negó a crecer. Y sin duda que todos también recordamos el nombre de Michael Jackson, quien decía de sí mismo que él era Peter Pan, con rasgos infantiles provocados, con un narcisismo y rasgos de inmadurez conocidos. Habría que preguntarse  si no tenemos en muchas ocasiones algunos de esos rasgos, si no es que pretendemos ser cristianos eternamente infantiles, que esperan que el sacerdote o el obispo les digan siempre lo que hay que hacer; que evitan el esfuerzo de emprender un camino de descubrimiento de una vocación y de una identidad que nadie más puede vivir por nosotros. En definitiva, que no quieren crecer y quieren, como Peter Pan, quedarse en la "tierra de nunca jamás".
4.   Ser un cristiano adulto, maduro, en camino de encontrar su propia realidad interior conlleva crecer, y crecer supone un cierto dolor, ciertas renuncias y sacrificios. Crecer significa en cierta manera morir a cáscaras de la semilla que todavía somos. Significa asumir la vida con responsabilidad y madurez, todo eso duele, implica hacer de cada momento de la vida un momento de entrega gratuita al amor, a la solidaridad, al servicio. El propio Jesús, nos dice el autor de la carta a los hebreos que acabamos de escuchar, tuvo también que aprender este proceso y lo aprendió con sufrimiento. Pero ese aprendizaje hace que nuestras vidas, como la de Jesús, sean fuente de la misma vida del eterno.Ω

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