28o
domingo, t.o., 9 octubre de 2011
Lect.: Is
25: 6-10 a; Flp 4:12-14;19-20; Mt 22:1-14
1. Para
Mt (4:17), como para los demás evangelistas, está claro que el reino de Dios ya ha llegado, ya está
en medio de nosotros. Eso quiere decir que si nos lo representamos, como hace
el texto de hoy, como un gran banquete
de bodas, estamos hablando, no de la promesa de algo que sucederá al final
de los tiempos, sino de una realidad de
la que YA formamos parte. Ya, aquí y ahora hemos sido todos invitados a
sentarnos en una mesa común. A formar parte de una gran comunidad única, de
una realidad unitaria, sumergidos en la realidad divina en la que somos, nos
movemos y existimos. Sin negar que, por nuestra condición humana, puede que estemos ciegos ante esa
maravillosa realidad; o puede que la veamos, pero que pretendamos acercarnos a
esa mesa persiguiendo los mejores puestos, sin conciencia de lo que acontece a
los demás comensales, conservando una manera egoísta, apegada a nuestros
pequeños apetitos, que nos impide participar en la alegría y el disfrute que
proporciona la fraternidad de la mesa.
2. Descubrir esta realidad de la que
ya formamos parte es la tarea fundamental de nuestro crecimiento espiritual.
Si de algo sirven las religiones es para apoyarnos en esa tarea. Por eso, no es casualidad que en el centro de las
prácticas y tradiciones cristianas se encuentre la celebración eucarística,
como una forma simbólica de recordarnos que lo esencial de nuestra vida en
el mundo es descubrirnos formando parte de una gran mesa común, fraterna, en la
que superamos nuestro aislamiento individualista, nuestras discriminaciones y
todos aquellos comportamientos que generan brechas de desigualdad y enemistad
entre nosotros.
3.
Cuando Pablo dice, en la 2a
lectura de hoy, que sabe vivir en la pobreza y en la abundancia, que está
entrenado en todo y para todo, parece
sugerirnos cuál es la actitud básica requerida, cual es el "vestido de
bodas" exigido para tomar parte en la mesa común de todos los bienes
materiales y espirituales del Reino. Esa actitud es la del desapego. Un
desapego al que se puede llegar sin buscarlo, en la medida en que vamos creciendo progresivamente en la conciencia y
experiencia de ser un solo cuerpo, miembros unos de otros, inmersos en la
realidad de un Dios que es todo en todos.
Lástima que nuestras eucaristías católicas hayan dejado de simbolizar, para nosotros, lo que debieran simbolizar y mucha gente va a ellas sólo por cumplir. La misma forma de la liturgia no hace que se parezcan a un banquete. Ni siquiera parece haber algo que se parezca a la solidaridad. Habrá que repensarlas, creo
ResponderBorrarSí Anabelle, quizás la cosa empieza por asumir la visión de Mateo de lo que era la iglesia. En la medida en que se construya como pequeña comunidad, para hacer la memoria de Jesús, en todo sentido, la celebración eucarística que brote de esa vivencia será necesariamente muy distinto de lo que mencionás (esos ritos rígidos, acartonados, que no expresan la vida de una comunidad, sino una serie de reglas que hay que cumplir, …). Es, por eso, un reto demasiado grande. El hipercrecimiento institucional eclesiástico se ha tornado hegemónico al punto de que para la mayoría de los cristianos, probablemente, ligarse a ello y vivir su dinámica es equivalente al seguimiento de Jesús. Con esa perspectiva no habría mayor diferencia entre una liturgia como la actual, o reformada, con o sin guitarras, en lengua vernácula o latín.
ResponderBorrarSí, es terrible. Yo me sigo confesando católica. Pero sé que lo que pasa actualmente dentro de las iglesias, y de la católica en particular, no es la respuesta que el ser humano de hoy necesita. Gracias a Dios también sé que hay personas muy valiosas, como Ustedes, que tienen el coraje de orientar a unas "ovejas descarriadas", como nosotros sacarlas de la cárcel del redil con una oferta liberadora. Ojalá a largo plazo eso genere un cambio.
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