30º domingo t.o., 23 de oct. de
11
Lect.: Éx 22:21-27;1 Tes 1:5c
-10; Mt 22:34-40
1. El contexto en que
tiene lugar el relato de hoy de Mt puede considerarse muy distinto al nuestro.
En la época de Jesús una persona piadosa que buscaba ser fiel a la Ley,
enfrentaba una situación complicada. La religión señalaba 613 preceptos
importantes -248 prescripciones y 365 prohibiciones- recopilados a través de
los años, como aplicaciones de los 10 mandamientos de Moisés. ¿Cómo decidir lo
importante en cada caso? No es nuestra situación actual en la medida en que no
tengamos una visión legalista de la religión. Sin embargo, también para una
persona sincera y honesta que quiera vivir el evangelio se le puede presentar
un problema de decisión. ¿Qué es lo más importante? ¿No faltar a misa los
domingos? ¿Vivir sin vicios? ¿Creer en milagros y apariciones? ¿Encomendarse a
Dios cada día para que todo nos salga bien? ¿No hacer daño a los demás? ¿Ir a
peregrinaciones o a jornadas internacionales con el Papa? En resumen, entre
tantas prácticas religiosas - católicas y protestantes,- ¿Qué es lo esencial
para definirme cristiano?
2.
La respuesta de Jesús en el texto de hoy es, también válida para estas inquietudes nuestras,
pero con tal de que la entendamos dentro de la espiritualidad evangélica.
Lo más importante es amar a Dios sobre todo y al prójimo como a nosotros
mismos. Sin duda, con eso no decimos nada nuevo. Pero lo que debe de
quedarnos claro es que, más allá de la forma de expresarse, explicable dentro
de la conversación con el maestro fariseo, Jesús no está hablando del amor como de un mandato, de algo que hay que
hacer porque una autoridad divina lo estableció así bajo pena de castigo.
Está hablando más bien del comportamiento
que surge en cada uno de nosotros cuando nos descubrimos íntimamente unidos
unos a otros como células de un mismo organismo y cuando descubrimos que la
vida de ese único organismo es Dios en quien existimos. Lo que Jesús llama
amor es el comportamiento que surge de ese descubrimiento, de esa experiencia
de unidad.
3.
Todas las prácticas
religiosas son buenas y útiles en la medida en que ayudan a este
descubrimiento. Pero ninguna devoción, por piadosa que parezca, ninguna celebración
religiosa, ni siquiera los sacramentos podemos considerarlas conforme al
evangelio, si nos apartan o nos distraen de esto que es el núcleo central de la
vida y enseñanzas de Jesús. Una vez más repitámoslo: participar cada domingo en
la mesa eucarística es la forma simbólica de confesar ese misterio de unidad de
la vida humana que Jesús nos invita a descubrir progresivamente.
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