6º domingo de Pascua, 29 de mayo de 2011
Lect.: Hech 8: 5 – 8. 14 – 17; 1 Pedr 3: 15 – 18; Jn 14: 15 - 21
1. Al mensaje de Jesús muchas veces le cortamos las alas. Le hacemos perder mucha de su riqueza. En gran parte porque lo convertimos en una especie de actualización de la religión judía, poniendo todo el énfasis en los mandamientos y en una modernización del culto. es decir, es muy frecuente y normal entender la intención de Jesús como la de quien quiso fundar una nueva religión, diferente y mejor que la judía y las otras existentes. Pero eso no lo dice Jesús nunca. Es mas, dice lo contrario.
2. Jesús, como se puede leer sobre todo en Juan, nos está hablando de lo que podríamos llamar una gran aventura, la mayor aventura que podemos correr los seres humanos. Es la aventura del descubrimiento de lo que somos nosotros mismos y, simultáneamente, del descubrimiento de Dios; es decir, de lo que somos en Dios, o de lo que es Dios en nosotros. Es la aventura de descubrir como experimentar gran unidad que existe entre nosotros mismos, de nosotros con Cristo y de el y nosotros con el Padre. Esta gran aventura es la del descubrimiento de lo que podemos llamar "nuestra vida espiritual".
3. Cuando alcanzamos esa experiencia estamos inundados del amor de Dios y de ese amor se deriva el cumplir su palabra, en todo, no como exigencias externas, sino como deseos profundos del mismo amor. Tratamos a los demás como a nosotros mismos, porque los experimentamos como a nosotros mismos. Al medio ambiente, a la naturaleza con el respeto por lo sagrado de la vida. Y damos culto, no con múltiples practicas, sino "en espíritu y verdad", con nuestro compromiso real de cada día.
4. A esto nos quiere conducir el mensaje de Jesús, como nos lo presenta Juan. Es un nuevo horizonte de espiritualidad, no de religión. No es lo mismo, aunque estamos acostumbrados a confundirlo. Porque no se trata de meras construcciones humanas, culturales. Por supuesto, ya no nos servimos de ídolos para llegar a la trascendencia, a la divinidad, como en tiempos primitivos. Pero tampoco se trata de quedarnos en construcciones conceptuales, en creencias, doctrinas y practicas rituales, aunque algunas puedan tener su utilidad. Y confundir eso con la vida espiritual. Se trata de abrirse a una experiencia de Dios que él mismo nos da gratuitamente. Una experiencia que nos lleva a conocer y vivir toda la realidad de una manera por completo renovada.Ω
Lect.: Hech 8: 5 – 8. 14 – 17; 1 Pedr 3: 15 – 18; Jn 14: 15 - 21
1. Al mensaje de Jesús muchas veces le cortamos las alas. Le hacemos perder mucha de su riqueza. En gran parte porque lo convertimos en una especie de actualización de la religión judía, poniendo todo el énfasis en los mandamientos y en una modernización del culto. es decir, es muy frecuente y normal entender la intención de Jesús como la de quien quiso fundar una nueva religión, diferente y mejor que la judía y las otras existentes. Pero eso no lo dice Jesús nunca. Es mas, dice lo contrario.
2. Jesús, como se puede leer sobre todo en Juan, nos está hablando de lo que podríamos llamar una gran aventura, la mayor aventura que podemos correr los seres humanos. Es la aventura del descubrimiento de lo que somos nosotros mismos y, simultáneamente, del descubrimiento de Dios; es decir, de lo que somos en Dios, o de lo que es Dios en nosotros. Es la aventura de descubrir como experimentar gran unidad que existe entre nosotros mismos, de nosotros con Cristo y de el y nosotros con el Padre. Esta gran aventura es la del descubrimiento de lo que podemos llamar "nuestra vida espiritual".
3. Cuando alcanzamos esa experiencia estamos inundados del amor de Dios y de ese amor se deriva el cumplir su palabra, en todo, no como exigencias externas, sino como deseos profundos del mismo amor. Tratamos a los demás como a nosotros mismos, porque los experimentamos como a nosotros mismos. Al medio ambiente, a la naturaleza con el respeto por lo sagrado de la vida. Y damos culto, no con múltiples practicas, sino "en espíritu y verdad", con nuestro compromiso real de cada día.
4. A esto nos quiere conducir el mensaje de Jesús, como nos lo presenta Juan. Es un nuevo horizonte de espiritualidad, no de religión. No es lo mismo, aunque estamos acostumbrados a confundirlo. Porque no se trata de meras construcciones humanas, culturales. Por supuesto, ya no nos servimos de ídolos para llegar a la trascendencia, a la divinidad, como en tiempos primitivos. Pero tampoco se trata de quedarnos en construcciones conceptuales, en creencias, doctrinas y practicas rituales, aunque algunas puedan tener su utilidad. Y confundir eso con la vida espiritual. Se trata de abrirse a una experiencia de Dios que él mismo nos da gratuitamente. Una experiencia que nos lleva a conocer y vivir toda la realidad de una manera por completo renovada.Ω
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