2º domingo de Pascua, 1 de mayo de 2011
Lect.: Hech 2: 42 -47; 1 Pedr 1: 3 – 9; Jn 20: 19-31
1. Fácilmente podemos darnos cuenta de la contradicción que se establece entre el mensaje evangélico sobre la Pascua y las ideas que muchas veces llevamos en la imaginación y la mente sobre la resurrección. Decíamos el domingo pasado que lo que los evangelistas llaman “resurrección” no equivale a devolver a la vida a un cadáver. Hablan de algo más total y profundo, que hay que entender de otra manera. Tal vez nos distraemos demasiado preguntándonos si la tumba de Jesús quedó vacía, si los soldados que la guardaban vieron a Jesús salir, o si el resucitado atravesaba paredes, si comía, o un montón más de inquietudes. Pero quizás nos ayude más a aproximarnos a este acontecimiento de la Pascua, si tratamos de mirar y escuchar a los testigos de la resurrección. ¿En qué consistió para ellos la experiencia pascual? Fijémonos en dos o tres rasgos de esa experiencia.n bbn
2. Primero, como se subraya en el relato de hoy sobre Tomás y el resto del grupo, lo esencial de la experiencia de Pascua no consiste en un “ver” fenómenos físicos, que se captan con el sentido normal de la vista, sino en “creer”, es decir, en descubrir dimensiones de la realidad que se experimentan de otra manera. Estamos aquí hablando en el plano de la espiritualidad profunda. No olvidemos que Jn está escribiendo ya para una segunda generación de cristianos que ni conocieron a Jesús, ni siquiera a la mayoría de los que acompañaron al Señor. Sería absurdo que la experiencia pascual fuera reservada solo a los contemporáneos de Jesús que le conocieron físicamente. - En segundo lugar, notemos que el evangelista insiste en que lo que relata son “signos”, señales que apuntan a “otra cosa” y que las narra, precisamente, para que podamos creer. Es decir, no hay que quedarse en los signos, sino abrirse a la realidad que significan. En tercer lugar, los de hoy y todos los relatos del tiempo pascual nos muestran que los apóstoles re-descubren a Jesús, lo ven ahora de una manera muy distinta, a como probablemente lo veían durante su vida terrena. En varias ocasiones los textos señalan que “no le reconocían” (incluso Magdalena). Pablo mismo, tiempo después dirá con fuerza (2 Cor 5: 16) que aun en el caso de que hayamos conocido personalmente a Cristo, ahora debemos mirarlo de otra manera. Es decir, con la muerte de Jesús, la Pascua les permite experimentarlo, experimentar toda su vida como realmente era, como un ser humano resucitado, pleno, como lo fue a lo largo de toda su vida.
3. Si meditamos en estos rasgos de la experiencia pascual de los primeros testigos, nos podemos dar cuenta de algo maravilloso. Que para ellos la resurrección de Cristo fue también su propia resurrección. La Pascua fue la ocasión de experimentar de una manera completamente nueva su propia vida, de descubrirse plenamente, y de descubrir en qué consistió la vida de Jesús y la relación con él y entre ellos mismos. Por eso es que Pablo, en el mismo texto de Flp dice que “toda persona que está en Cristo” —se entiende aquí y ahora— “es una creación nueva”. Por eso también, Pedro, en su 1ª carta que acabamos de leer, se da cuenta de que por la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios nuestro Padre y Padre de Jesús, nos ha hecho nacer de nuevo”. Es esa realidad la que es expresada simbólicamente en el bautismo.
4. A pesar de los relatos evangélicos, por la forma en que están escritos, no podemos saber cuánto tiempo de hecho les llevó a los primeros discípulos para alcanzar esa experiencia de la pascua. Tampoco sabemos cuánto tiempo nos puede llevar a cada uno de nosotros. Lo importante es cambiar la sintonía conforme a la cual nos movemos habitualmente y que nos hace vivir lo religioso desconectado de lo más vital de cada uno. Lo importante es darnos cuenta de que “resucitar con Cristo” significa que ya en aquí y ahora descubrimos y experimentamos nuestro ser auténtico, lo que significa ser plenamente humano, y nos disponemos para que crezca en nosotros toda esa vida de Dios y esas potencialidades que llevamos dentro.Ω
Lect.: Hech 2: 42 -47; 1 Pedr 1: 3 – 9; Jn 20: 19-31
1. Fácilmente podemos darnos cuenta de la contradicción que se establece entre el mensaje evangélico sobre la Pascua y las ideas que muchas veces llevamos en la imaginación y la mente sobre la resurrección. Decíamos el domingo pasado que lo que los evangelistas llaman “resurrección” no equivale a devolver a la vida a un cadáver. Hablan de algo más total y profundo, que hay que entender de otra manera. Tal vez nos distraemos demasiado preguntándonos si la tumba de Jesús quedó vacía, si los soldados que la guardaban vieron a Jesús salir, o si el resucitado atravesaba paredes, si comía, o un montón más de inquietudes. Pero quizás nos ayude más a aproximarnos a este acontecimiento de la Pascua, si tratamos de mirar y escuchar a los testigos de la resurrección. ¿En qué consistió para ellos la experiencia pascual? Fijémonos en dos o tres rasgos de esa experiencia.n bbn
2. Primero, como se subraya en el relato de hoy sobre Tomás y el resto del grupo, lo esencial de la experiencia de Pascua no consiste en un “ver” fenómenos físicos, que se captan con el sentido normal de la vista, sino en “creer”, es decir, en descubrir dimensiones de la realidad que se experimentan de otra manera. Estamos aquí hablando en el plano de la espiritualidad profunda. No olvidemos que Jn está escribiendo ya para una segunda generación de cristianos que ni conocieron a Jesús, ni siquiera a la mayoría de los que acompañaron al Señor. Sería absurdo que la experiencia pascual fuera reservada solo a los contemporáneos de Jesús que le conocieron físicamente. - En segundo lugar, notemos que el evangelista insiste en que lo que relata son “signos”, señales que apuntan a “otra cosa” y que las narra, precisamente, para que podamos creer. Es decir, no hay que quedarse en los signos, sino abrirse a la realidad que significan. En tercer lugar, los de hoy y todos los relatos del tiempo pascual nos muestran que los apóstoles re-descubren a Jesús, lo ven ahora de una manera muy distinta, a como probablemente lo veían durante su vida terrena. En varias ocasiones los textos señalan que “no le reconocían” (incluso Magdalena). Pablo mismo, tiempo después dirá con fuerza (2 Cor 5: 16) que aun en el caso de que hayamos conocido personalmente a Cristo, ahora debemos mirarlo de otra manera. Es decir, con la muerte de Jesús, la Pascua les permite experimentarlo, experimentar toda su vida como realmente era, como un ser humano resucitado, pleno, como lo fue a lo largo de toda su vida.
3. Si meditamos en estos rasgos de la experiencia pascual de los primeros testigos, nos podemos dar cuenta de algo maravilloso. Que para ellos la resurrección de Cristo fue también su propia resurrección. La Pascua fue la ocasión de experimentar de una manera completamente nueva su propia vida, de descubrirse plenamente, y de descubrir en qué consistió la vida de Jesús y la relación con él y entre ellos mismos. Por eso es que Pablo, en el mismo texto de Flp dice que “toda persona que está en Cristo” —se entiende aquí y ahora— “es una creación nueva”. Por eso también, Pedro, en su 1ª carta que acabamos de leer, se da cuenta de que por la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios nuestro Padre y Padre de Jesús, nos ha hecho nacer de nuevo”. Es esa realidad la que es expresada simbólicamente en el bautismo.
4. A pesar de los relatos evangélicos, por la forma en que están escritos, no podemos saber cuánto tiempo de hecho les llevó a los primeros discípulos para alcanzar esa experiencia de la pascua. Tampoco sabemos cuánto tiempo nos puede llevar a cada uno de nosotros. Lo importante es cambiar la sintonía conforme a la cual nos movemos habitualmente y que nos hace vivir lo religioso desconectado de lo más vital de cada uno. Lo importante es darnos cuenta de que “resucitar con Cristo” significa que ya en aquí y ahora descubrimos y experimentamos nuestro ser auténtico, lo que significa ser plenamente humano, y nos disponemos para que crezca en nosotros toda esa vida de Dios y esas potencialidades que llevamos dentro.Ω
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