5o domingo de Pascua, 22 de may. de 11
Lect.: Hech 6: 1-7; 1 Pedr 2: 4-9; Jn 14: 1-12
1. Hoy es uno de esos días en que las lecturas nos plantean un buen número de temas para nuestra vida espiritual, nuestra práctica religiosa y nuestra manera de entender a la Iglesia. Sobre esta última nos hablan sobre todo las dos primeras lecturas. Pero, por razones obvias, vamos a concentrarnos en un solo punto clave que, quizás, podemos aproximar desde una pregunta sencilla: ¿a qué nos invita el texto de Juan al presentarnos a Jesús como lo presenta?
2. Notemos varias cuestiones básicas. No presenta a Jesús como un Maestro, ni como un filósofo, o portador de una doctrina muy valiosa. Si lo presentara de esa manera nos estaría invitando a matricularnos en su escuela y a dedicarnos a estudiar solo sus enseñanzas y doctrinas. Tampoco nos lo presenta como un hacedor de obras notables, milagrosas o no, que hace por cuenta propia y que ofrece métodos de entrenamiento para lograrlas. Si lo presentara así, nos estaría invitando a imitarlo en realizar literalmente las cosas que Él hace. Pero no es así. En primer lugar, nos lo presenta como alguien que tiene una extraordinaria experiencia de Dios. En segundo lugar, como alguien que comparte con nosotros esa misma experiencia extraordinaria de Dios. Hasta tal punto que puede decir de manera contundente: “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. Y añade “el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras”. Esta es una afirmación fuera de serie, que uno no esperaría de nadie y menos del “hijo de un carpintero”. Pero si esta afirmación es audaz, la otra que hace pudiera serlo todavía más, cuando dice: “el que cree en mí, —es decir, el que se abre en plena confianza a él— hará las obras que yo hago y todavía mayores”. Es decir, así como él está en el Padre y el Padre en él, así también, “ustedes están en mí y yo en Uds.” , como lo va a decir unos versículos después en el mismo capítulo (v.20).
3. Entonces, ¿a qué nos está invitando? A hacer propia, personal, su experiencia de Dios. No a aprender su doctrina, no a imitarlo como un modelo externo, al que nunca llegaremos ni a los tobillos. Sino como a alguien que realiza plenamente lo que consiste la vocación humana porque está enraizado en la fuente de donde surge la humanidad plena. Por eso es que no duda en presentarse como “camino, verdad y vida”. Él vive el camino que todos tenemos que recorrer para llegar a la plenitud humana, a la verdad, la autenticidad de lo que es un ser humano pleno. Y es la vida, porque está por completo identificado con esa Fuente de Vida, que llamamos Dios, y que es lo que me permite llegar a ser lo que soy, a lo esencial de lo que somos, no a los adornos secundarios, no a los decorados, a los escenarios que cambian
4. Por supuesto que esta invitación que Juan pone en labios de Jesús en el momento previo a su muerte, tenemos que meditarla mucho más. Tenemos que llegar a entender, con los ojos del Espíritu, en qué consiste esa “experiencia de Dios” que Jesús nos invita a vivir. Por lo pronto sabemos que es algo que marca una manera de vivir todo lo que se vive; una manera de asumir y transformar lo que se es, lo que se hace, lo que se piensa. Una manera de poner cada cosa en su lugar en nuestra vida. Confiemos en que de camino a Pentecostés el Espíritu nos ayudará a ir profundizando este nuevo horizonte de nuestra vida.Ω
Lect.: Hech 6: 1-7; 1 Pedr 2: 4-9; Jn 14: 1-12
1. Hoy es uno de esos días en que las lecturas nos plantean un buen número de temas para nuestra vida espiritual, nuestra práctica religiosa y nuestra manera de entender a la Iglesia. Sobre esta última nos hablan sobre todo las dos primeras lecturas. Pero, por razones obvias, vamos a concentrarnos en un solo punto clave que, quizás, podemos aproximar desde una pregunta sencilla: ¿a qué nos invita el texto de Juan al presentarnos a Jesús como lo presenta?
2. Notemos varias cuestiones básicas. No presenta a Jesús como un Maestro, ni como un filósofo, o portador de una doctrina muy valiosa. Si lo presentara de esa manera nos estaría invitando a matricularnos en su escuela y a dedicarnos a estudiar solo sus enseñanzas y doctrinas. Tampoco nos lo presenta como un hacedor de obras notables, milagrosas o no, que hace por cuenta propia y que ofrece métodos de entrenamiento para lograrlas. Si lo presentara así, nos estaría invitando a imitarlo en realizar literalmente las cosas que Él hace. Pero no es así. En primer lugar, nos lo presenta como alguien que tiene una extraordinaria experiencia de Dios. En segundo lugar, como alguien que comparte con nosotros esa misma experiencia extraordinaria de Dios. Hasta tal punto que puede decir de manera contundente: “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. Y añade “el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras”. Esta es una afirmación fuera de serie, que uno no esperaría de nadie y menos del “hijo de un carpintero”. Pero si esta afirmación es audaz, la otra que hace pudiera serlo todavía más, cuando dice: “el que cree en mí, —es decir, el que se abre en plena confianza a él— hará las obras que yo hago y todavía mayores”. Es decir, así como él está en el Padre y el Padre en él, así también, “ustedes están en mí y yo en Uds.” , como lo va a decir unos versículos después en el mismo capítulo (v.20).
3. Entonces, ¿a qué nos está invitando? A hacer propia, personal, su experiencia de Dios. No a aprender su doctrina, no a imitarlo como un modelo externo, al que nunca llegaremos ni a los tobillos. Sino como a alguien que realiza plenamente lo que consiste la vocación humana porque está enraizado en la fuente de donde surge la humanidad plena. Por eso es que no duda en presentarse como “camino, verdad y vida”. Él vive el camino que todos tenemos que recorrer para llegar a la plenitud humana, a la verdad, la autenticidad de lo que es un ser humano pleno. Y es la vida, porque está por completo identificado con esa Fuente de Vida, que llamamos Dios, y que es lo que me permite llegar a ser lo que soy, a lo esencial de lo que somos, no a los adornos secundarios, no a los decorados, a los escenarios que cambian
4. Por supuesto que esta invitación que Juan pone en labios de Jesús en el momento previo a su muerte, tenemos que meditarla mucho más. Tenemos que llegar a entender, con los ojos del Espíritu, en qué consiste esa “experiencia de Dios” que Jesús nos invita a vivir. Por lo pronto sabemos que es algo que marca una manera de vivir todo lo que se vive; una manera de asumir y transformar lo que se es, lo que se hace, lo que se piensa. Una manera de poner cada cosa en su lugar en nuestra vida. Confiemos en que de camino a Pentecostés el Espíritu nos ayudará a ir profundizando este nuevo horizonte de nuestra vida.Ω
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