13º domingo tiempo ordinario, 27 junio 2010
Lect.: 1 Reg 19: 16 b. 19 – 21; Gal 4: 31 b. 5: 1. 13 – 18; Lc 9: 51 – 62
1.Con demasiada frecuencia el evangelio nos desconcierta, al menos si lo leemos con atención y apertura y no de manera rutinaria. Y es muy bueno ese desconcierto que nos crea, porque eso nos sornaguea, nos hace pensar y cuestionarnos. Por ejemplo hoy, cuando uno ve la reacción de Jesús ante esos tres que querían seguirlo. Jesús les pone dificultades en vez de tratar de atraerlos con diferente tipo de promesas, para aumentar su grupo. Con la mentalidad de algunos dirigentes religiosos de hoy día, se vería absurda esta actitud de Jesús. Poniendo obstáculos no va a crecer el número de discípulos. Pero además, veamos el tipo de dificultades que plantea: directa o indirectamente afectan a un campo de los más valiosos del ser humano, el de los valores familiares. Si para nosotros la familia es importante, para aquella gente de la época de Jesús lo era todavía más. Y, tomadas literalmente, las expresiones del evangelio parecieran despreciar valores familiares: el hijo del hombre no tiene hogar donde reclinar la cabeza, y esto es lo que ofrece a quien quiera ser discípulo suyo, le dice al primero que se le acerca. Y a los otros dos, directamente, les dice que el seguimiento evangélico se antepone a cumplir con valores familiares muy sagrados. Es desconcertante y chocante. ¿Cómo interpretarlo?
2.Seguir a Jesús en su caminata hacia Jerusalén es una forma simbólica de expresar nuestro caminar hacia la realización personal, hacia la salvación de todos los males que nos impiden dejar que la vida de Dios crezca en nosotros. Suena tan simple decirlo así y es, sin embargo, tan complicado. No solo porque los obstáculos son muchos sino, especialmente, porque a menudo no nos damos cuenta de cuáles son o dónde se encuentran esos obstáculos. Uno espera encontrarlos en los vicios, en la corrupción, en las tendencias destructivas. Pero uno no espera topárselos en cosas valiosas de nuestra vida, por ejemplo, en la familia. De ahí la advertencia del texto de hoy. Sin duda que el amor familiar, las enseñanzas que recibimos en el hogar, son fundamentales en la vida Sin embargo, pese a las buenas intenciones, hay ocasiones en que la vida familiar no cumple con una de sus más importantes finalidades: ayudar a que cada uno de los miembros de la familia crezca, madure y llegue a ser una persona plena, psicológica y espiritualmente. San Pablo, en la 2ª lectura, afirma un principio central de la fe cristiana: para vivir en libertad Cristo nos ha liberado. No es para nada raro encontrar que la educación en la casa se base en el miedo, en la amenaza o en la sobreprotección. No solo con los hijos sino en la misma relación de pareja. Y que incluso la formación religiosa que ahí recibimos también se distorsione creando en los hijos la representación de un Dios castigador, vengativo, rival del ser humano. De todas estas deformaciones y de otras es necesario deshacerse, para poder emprender la caminata de Jesús y llegar a ser un hombre o una mujer plena, viviendo “a full” los valores humanos, no por temor, ni porque está mandado, sino, por impulso del amor, como también recuerda Pablo hoy. Solo así podemos vivir como seres humanos plenamente libres.
3.Hacernos esta advertencia sobre los posibles peligros que se derivan para nuestra vida espiritual incluso de algo tan valioso como la familia, nos ponen en guardia contra otros peligros que nos amarran, que nos impiden elevarnos a la libertad del amor. Por ejemplo, los apegos a una ideología política, a un partido político, a una tradición religiosa heredada pero no asimilada, a un patriotismo exagerado que conduce a prejuicios raciales, a la moda, … a tantos amarres que sin darnos cuenta nos privan de la libertad de ser nosotros mismos. Una vez más en la Eucaristía abrimos nuestro corazón para identificarnos con Jesús de Nazaret ese hombre que fue plenamente libre de todas las costumbres y poderes de su época, libre incluso para entregar su vida hasta el final.Ω
Lect.: 1 Reg 19: 16 b. 19 – 21; Gal 4: 31 b. 5: 1. 13 – 18; Lc 9: 51 – 62
1.Con demasiada frecuencia el evangelio nos desconcierta, al menos si lo leemos con atención y apertura y no de manera rutinaria. Y es muy bueno ese desconcierto que nos crea, porque eso nos sornaguea, nos hace pensar y cuestionarnos. Por ejemplo hoy, cuando uno ve la reacción de Jesús ante esos tres que querían seguirlo. Jesús les pone dificultades en vez de tratar de atraerlos con diferente tipo de promesas, para aumentar su grupo. Con la mentalidad de algunos dirigentes religiosos de hoy día, se vería absurda esta actitud de Jesús. Poniendo obstáculos no va a crecer el número de discípulos. Pero además, veamos el tipo de dificultades que plantea: directa o indirectamente afectan a un campo de los más valiosos del ser humano, el de los valores familiares. Si para nosotros la familia es importante, para aquella gente de la época de Jesús lo era todavía más. Y, tomadas literalmente, las expresiones del evangelio parecieran despreciar valores familiares: el hijo del hombre no tiene hogar donde reclinar la cabeza, y esto es lo que ofrece a quien quiera ser discípulo suyo, le dice al primero que se le acerca. Y a los otros dos, directamente, les dice que el seguimiento evangélico se antepone a cumplir con valores familiares muy sagrados. Es desconcertante y chocante. ¿Cómo interpretarlo?
2.Seguir a Jesús en su caminata hacia Jerusalén es una forma simbólica de expresar nuestro caminar hacia la realización personal, hacia la salvación de todos los males que nos impiden dejar que la vida de Dios crezca en nosotros. Suena tan simple decirlo así y es, sin embargo, tan complicado. No solo porque los obstáculos son muchos sino, especialmente, porque a menudo no nos damos cuenta de cuáles son o dónde se encuentran esos obstáculos. Uno espera encontrarlos en los vicios, en la corrupción, en las tendencias destructivas. Pero uno no espera topárselos en cosas valiosas de nuestra vida, por ejemplo, en la familia. De ahí la advertencia del texto de hoy. Sin duda que el amor familiar, las enseñanzas que recibimos en el hogar, son fundamentales en la vida Sin embargo, pese a las buenas intenciones, hay ocasiones en que la vida familiar no cumple con una de sus más importantes finalidades: ayudar a que cada uno de los miembros de la familia crezca, madure y llegue a ser una persona plena, psicológica y espiritualmente. San Pablo, en la 2ª lectura, afirma un principio central de la fe cristiana: para vivir en libertad Cristo nos ha liberado. No es para nada raro encontrar que la educación en la casa se base en el miedo, en la amenaza o en la sobreprotección. No solo con los hijos sino en la misma relación de pareja. Y que incluso la formación religiosa que ahí recibimos también se distorsione creando en los hijos la representación de un Dios castigador, vengativo, rival del ser humano. De todas estas deformaciones y de otras es necesario deshacerse, para poder emprender la caminata de Jesús y llegar a ser un hombre o una mujer plena, viviendo “a full” los valores humanos, no por temor, ni porque está mandado, sino, por impulso del amor, como también recuerda Pablo hoy. Solo así podemos vivir como seres humanos plenamente libres.
3.Hacernos esta advertencia sobre los posibles peligros que se derivan para nuestra vida espiritual incluso de algo tan valioso como la familia, nos ponen en guardia contra otros peligros que nos amarran, que nos impiden elevarnos a la libertad del amor. Por ejemplo, los apegos a una ideología política, a un partido político, a una tradición religiosa heredada pero no asimilada, a un patriotismo exagerado que conduce a prejuicios raciales, a la moda, … a tantos amarres que sin darnos cuenta nos privan de la libertad de ser nosotros mismos. Una vez más en la Eucaristía abrimos nuestro corazón para identificarnos con Jesús de Nazaret ese hombre que fue plenamente libre de todas las costumbres y poderes de su época, libre incluso para entregar su vida hasta el final.Ω
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