17º domingo t.o., 27 jul. 08
Lect.: 1 Reg 3. 5. 7 – 12; Rom 8: 23 – 28; Mt 13: 44 – 52
1. No se si todavía se acostumbra a hacer fiestas sorpresa, “asaltos” lo llamábamos hace unos años. Un cumpleaños, todos los amigos y familiares puestos de acuerdo, invaden la casa, cada uno con un plato y regalo, la cumpleañera no sabe nada, llega del trabajo, incluso resentida porque muchos cercanos no la han llamado en todo el día, abre la puerta, la casa a oscuras, solo ve bultos en la penumbra, y de repente, ¡todas las luces se prenden, todos salen de su escondite, la música suena, todos ríen, cantan, la abrazan y besan, el espacio se transforma ¡y empieza la fiesta! Se me ocurre esta comparación, pensando en el reino de Dios. Está aquí, estamos en él, nos rodea, incluye a todos los que queremos y a los que podemos querer, pero no se nos han prendido las luces y no lo vemos todavía, no caemos en la cuenta que ya está aquí y ahora. En el momento en que se ilumina todo, en que se cae la venda de nuestros ojos, esas escamas de los ojos dice Pablo que no le permitían ver, descubrimos que donde estamos no es en un lugar triste, un cumpleaños que olvidaron felicitarnos, no es un valle de lágrimas, no un campo de competencia desleal y salvaje, sino que es una verdadera fiesta, una experiencia plena de compañerismo, de amor, de alegría, de placer, donde experimentamos solidaridad, comunión, identificación. Una experiencia así de maravillosa, un descubrimiento tan grande que cambia nuestra percepción de lo que nos rodea, de los demás, de lo que nosotros mismos somos; vale lo que vale el descubrimiento de un tesoro, de una perla o un diamante del máximo precio. Por eso, en la primera lectura, Salomón no pide a Dios más que el conocimiento, la sabiduría, el discernimiento, el corazón sabio e inteligente. Está pidiendo que le enciendan las luces. Que pueda ver y escuchar. Esta iluminación es lo que le permite ver en profundidad y relacionarnos con todo y con todos de manera distinta.
2. El reino de los cielos, dice Mt, se parece a un tesoro escondido en el campo, y a un comerciante de perlas finas que encuentra una de gran valor. En ambos casos, el hallazgo hace que el trabajador del campo y el comerciante vendan todo lo que tienen para comprar el campo o la perla, porque consideran que no hay nada más valioso que se le pueda comparar. No sé qué consideran Uds. que es lo más valioso que podrían tener en la vida. No sé si han aspirado a grandes comodidades, u otras formas de felicidad. Pensemos. El evangelio lo que quiere es que echemos a volar la imaginación y que pensemos que más grande, más valioso que todo lo que se nos pueda ocurrir como imaginación, es eso que Jesús llama el Reino de Dios. Tan grande, que también debería provocar en nosotros la gana y la decisión de vender todo lo que tenemos —es una manera de hablar— para adquirir ese reino, en el que estamos y no nos damos cuenta.
3. Cuando el evangelio habla de “vender todo lo que se tiene” para adquirir ese tesoro, está hablando de “todo”. Es decir, todas las demás cosas son medios, instrumentos de valor relativo, en comparación al Reino. A veces nos equivocamos y pensamos que la Iglesia es lo central, que el Papa, los Obispos, los sacerdotes, las doctrinas, las teologías, las prácticas religiosas son lo central. Pero no es así. Todo así tiene valor y sirve, claro, pero solo en la medida en que puede ayudarnos y conducirnos a descubrir el tesoro y la perla. Por desgracia, no siempre ayudan y a veces pretenden sustituirlo.
4. Por eso, probablemente, es por lo que Dios dio a Salomón un corazón sabio e inteligente. Por eso es que podemos considerar el gran tesoro como una iluminación para ver lo que está aquí y no vemos, para poder entender el verdadero valor de cada persona, de cada situación y de cada cosa, de nosotros mismos, y poder así relacionarnos con todo y con todos como lo que somos, una sola realidad en el Dios que habita en todos.Ω
Lect.: 1 Reg 3. 5. 7 – 12; Rom 8: 23 – 28; Mt 13: 44 – 52
1. No se si todavía se acostumbra a hacer fiestas sorpresa, “asaltos” lo llamábamos hace unos años. Un cumpleaños, todos los amigos y familiares puestos de acuerdo, invaden la casa, cada uno con un plato y regalo, la cumpleañera no sabe nada, llega del trabajo, incluso resentida porque muchos cercanos no la han llamado en todo el día, abre la puerta, la casa a oscuras, solo ve bultos en la penumbra, y de repente, ¡todas las luces se prenden, todos salen de su escondite, la música suena, todos ríen, cantan, la abrazan y besan, el espacio se transforma ¡y empieza la fiesta! Se me ocurre esta comparación, pensando en el reino de Dios. Está aquí, estamos en él, nos rodea, incluye a todos los que queremos y a los que podemos querer, pero no se nos han prendido las luces y no lo vemos todavía, no caemos en la cuenta que ya está aquí y ahora. En el momento en que se ilumina todo, en que se cae la venda de nuestros ojos, esas escamas de los ojos dice Pablo que no le permitían ver, descubrimos que donde estamos no es en un lugar triste, un cumpleaños que olvidaron felicitarnos, no es un valle de lágrimas, no un campo de competencia desleal y salvaje, sino que es una verdadera fiesta, una experiencia plena de compañerismo, de amor, de alegría, de placer, donde experimentamos solidaridad, comunión, identificación. Una experiencia así de maravillosa, un descubrimiento tan grande que cambia nuestra percepción de lo que nos rodea, de los demás, de lo que nosotros mismos somos; vale lo que vale el descubrimiento de un tesoro, de una perla o un diamante del máximo precio. Por eso, en la primera lectura, Salomón no pide a Dios más que el conocimiento, la sabiduría, el discernimiento, el corazón sabio e inteligente. Está pidiendo que le enciendan las luces. Que pueda ver y escuchar. Esta iluminación es lo que le permite ver en profundidad y relacionarnos con todo y con todos de manera distinta.
2. El reino de los cielos, dice Mt, se parece a un tesoro escondido en el campo, y a un comerciante de perlas finas que encuentra una de gran valor. En ambos casos, el hallazgo hace que el trabajador del campo y el comerciante vendan todo lo que tienen para comprar el campo o la perla, porque consideran que no hay nada más valioso que se le pueda comparar. No sé qué consideran Uds. que es lo más valioso que podrían tener en la vida. No sé si han aspirado a grandes comodidades, u otras formas de felicidad. Pensemos. El evangelio lo que quiere es que echemos a volar la imaginación y que pensemos que más grande, más valioso que todo lo que se nos pueda ocurrir como imaginación, es eso que Jesús llama el Reino de Dios. Tan grande, que también debería provocar en nosotros la gana y la decisión de vender todo lo que tenemos —es una manera de hablar— para adquirir ese reino, en el que estamos y no nos damos cuenta.
3. Cuando el evangelio habla de “vender todo lo que se tiene” para adquirir ese tesoro, está hablando de “todo”. Es decir, todas las demás cosas son medios, instrumentos de valor relativo, en comparación al Reino. A veces nos equivocamos y pensamos que la Iglesia es lo central, que el Papa, los Obispos, los sacerdotes, las doctrinas, las teologías, las prácticas religiosas son lo central. Pero no es así. Todo así tiene valor y sirve, claro, pero solo en la medida en que puede ayudarnos y conducirnos a descubrir el tesoro y la perla. Por desgracia, no siempre ayudan y a veces pretenden sustituirlo.
4. Por eso, probablemente, es por lo que Dios dio a Salomón un corazón sabio e inteligente. Por eso es que podemos considerar el gran tesoro como una iluminación para ver lo que está aquí y no vemos, para poder entender el verdadero valor de cada persona, de cada situación y de cada cosa, de nosotros mismos, y poder así relacionarnos con todo y con todos como lo que somos, una sola realidad en el Dios que habita en todos.Ω
Me parece muy acertado Jorge, quizas lo que pueda comentar un poco en relación al reino, es como poder disfrutar de la alegría y las situaciones dificiles con la misma alegría o serenidad, a lo mejor en todos esos momentos son en los que descubrimos la gracia del reino, que debemos disfrutar ahora en la realidad que tenemos y que podemos transformar y mejorar en la vida de aquellos que nos rodean.
ResponderBorrarUna realidad aparte, diría don Juan. Dejar de pensar en que somos un cuerpo y una mente llena de temores, y aprender a ver esa chispa, ese ser de luz que hay en nosotros. Gracias por la reflexión del vienes y esta de hoy. Deya
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