15º domingo t.o. 13 jul. 08
Lect.: Is 55: 10 – 11; Rom 8: 18 – 23; Mt 13: 1 – 23
1. Un dicho antiguo afirma que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Jn mismo nos narra aquella historia en la que el ciego de nacimiento llega a ver mejor que los fariseos que se decían videntes. Podríamos hoy corregir un poquito el dicho para destacar que ese “no querer ver” lo que significa es que todos tenemos, por una u otra razón, impedimentos para poder ver y entender las cosas como son. No me refiero a la capacidad intelectual que, en promedio, permite entender lo importante de la vida. Hay otras cosas que ciegan nuestro entendimiento. A veces son las “pasiones” que obsesionan y enturbian la visión. Por ej., uno muy enojado con alguien es incapaz de ver ningún detalle positivo en la otra persona. O alguien, cegado por la codicia no ve a quién está atropellando para ganar dinero, o qué principios está quebrantando. Otras veces, excitados por la necesidad sexual, y con la posibilidad de una aventura, se pierden de vista el sentido de respeto por la familia. No siempre son las pasiones. También la propia posición social, la comodidad de vida, puede incapacitar para entender las penurias que pasan los pobres. Por eso oímos frases diciendo que “el que es pobre es porque quiere”, o que “el que no tiene trabajo es un vagabundo”. O cuando se dice: “los pobres tienen que tener paciencia, porque la economía no cambia de la noche a la mañana”. Son frases que lo que revelan es la insensibilidad frente a las necesidades de los demás, a la que se puede llegar cuando todo lo que a uno lo rodean son ganancias, comodidades y lujos.
2. Estas experiencias nos dan una idea de que ver la realidad no consiste tan solo en abrir los ojos. Exige un aprendizaje y una verdadera conversión del corazón para cambiar de perspectiva. Pero este aprender a ver es más exigente aún cuando uno cae en la cuenta no solo de las propias limitaciones que tenemos para ver, sino cuando uno entiende que la realidad de la vida es más rica de lo que preveemos y no se agota con los pequeños esfuerzos del conocimiento humano. Incluso la ciencia va evolucionando muy poco a poco. Nos queda muchísimo por aprender y no podemos dar valor absoluto a las cosas que sabemos en el s. XXI. Para quienes queremos ser cristianos, además, la realidad de la vida tiene dimensiones que trascienden incluso lo que la misma ciencia puede captar, aunque no la contradigan. Para nosotros, ese hecho extraordinario que llamamos la “encarnación del hijo de Dios”, no solo nos revela la condición divina de Jesús de Nazaret, sino que nos revela también la presencia de lo divino en cada uno de nosotros, en nuestra historia, en todo lo que nos rodea. Si aceptamos esto, tenemos que aceptar entonces que tenemos que aprender a ver de manera distinta la realidad en la que estamos sumergidos. Tenemos que aprender a afinar nuestra vista y oído para descubrir y percibir ese reino de Dios que ya está en medio de nosotros. Tenemos que cambiar de perspectiva, porque la manera rutinaria, habitual de ver las cosas es miope, ciega para ver las dimensiones profundas de nuestra vida en Dios.
3. Los discípulos, en Mt hoy, le preguntan a Jesús por qué habla en parábolas a la gente. Conforme a lo dicho podemos afirmar que hay dos razones para que Jesús hable en parábolas, en comparaciones, en símbolos. Una es que los conceptos científicos habituales no captan todas las dimensiones de la vida. El arte, por ejemplo, nos pone en comunicación o, al menos, nos abre a dimensiones de la realidad más allá de los esquemas analíticos convencionales. De manera parecida, el lenguaje simbólico, las parábolas nos permiten intuir otras dimensiones de la realidad que a menudo no vemos. Pero la otra razón por la que Jesús habla en parábolas es porque las parábolas son ejemplos tomados de la vida ordinaria. Y Jesús quiere mostrarnos que esta vida ordinaria está llena de la presencia de Dios. Jesús no es como el Maestro tradicional que solo sabe hablar del libro —aunque éste sea la Biblia. Jesús sabe leer en las cosas de la vida diaria, la presencia y la palabra de Dios y quiere que nosotros aprendamos a hacer lo mismo.Ω
Lect.: Is 55: 10 – 11; Rom 8: 18 – 23; Mt 13: 1 – 23
1. Un dicho antiguo afirma que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Jn mismo nos narra aquella historia en la que el ciego de nacimiento llega a ver mejor que los fariseos que se decían videntes. Podríamos hoy corregir un poquito el dicho para destacar que ese “no querer ver” lo que significa es que todos tenemos, por una u otra razón, impedimentos para poder ver y entender las cosas como son. No me refiero a la capacidad intelectual que, en promedio, permite entender lo importante de la vida. Hay otras cosas que ciegan nuestro entendimiento. A veces son las “pasiones” que obsesionan y enturbian la visión. Por ej., uno muy enojado con alguien es incapaz de ver ningún detalle positivo en la otra persona. O alguien, cegado por la codicia no ve a quién está atropellando para ganar dinero, o qué principios está quebrantando. Otras veces, excitados por la necesidad sexual, y con la posibilidad de una aventura, se pierden de vista el sentido de respeto por la familia. No siempre son las pasiones. También la propia posición social, la comodidad de vida, puede incapacitar para entender las penurias que pasan los pobres. Por eso oímos frases diciendo que “el que es pobre es porque quiere”, o que “el que no tiene trabajo es un vagabundo”. O cuando se dice: “los pobres tienen que tener paciencia, porque la economía no cambia de la noche a la mañana”. Son frases que lo que revelan es la insensibilidad frente a las necesidades de los demás, a la que se puede llegar cuando todo lo que a uno lo rodean son ganancias, comodidades y lujos.
2. Estas experiencias nos dan una idea de que ver la realidad no consiste tan solo en abrir los ojos. Exige un aprendizaje y una verdadera conversión del corazón para cambiar de perspectiva. Pero este aprender a ver es más exigente aún cuando uno cae en la cuenta no solo de las propias limitaciones que tenemos para ver, sino cuando uno entiende que la realidad de la vida es más rica de lo que preveemos y no se agota con los pequeños esfuerzos del conocimiento humano. Incluso la ciencia va evolucionando muy poco a poco. Nos queda muchísimo por aprender y no podemos dar valor absoluto a las cosas que sabemos en el s. XXI. Para quienes queremos ser cristianos, además, la realidad de la vida tiene dimensiones que trascienden incluso lo que la misma ciencia puede captar, aunque no la contradigan. Para nosotros, ese hecho extraordinario que llamamos la “encarnación del hijo de Dios”, no solo nos revela la condición divina de Jesús de Nazaret, sino que nos revela también la presencia de lo divino en cada uno de nosotros, en nuestra historia, en todo lo que nos rodea. Si aceptamos esto, tenemos que aceptar entonces que tenemos que aprender a ver de manera distinta la realidad en la que estamos sumergidos. Tenemos que aprender a afinar nuestra vista y oído para descubrir y percibir ese reino de Dios que ya está en medio de nosotros. Tenemos que cambiar de perspectiva, porque la manera rutinaria, habitual de ver las cosas es miope, ciega para ver las dimensiones profundas de nuestra vida en Dios.
3. Los discípulos, en Mt hoy, le preguntan a Jesús por qué habla en parábolas a la gente. Conforme a lo dicho podemos afirmar que hay dos razones para que Jesús hable en parábolas, en comparaciones, en símbolos. Una es que los conceptos científicos habituales no captan todas las dimensiones de la vida. El arte, por ejemplo, nos pone en comunicación o, al menos, nos abre a dimensiones de la realidad más allá de los esquemas analíticos convencionales. De manera parecida, el lenguaje simbólico, las parábolas nos permiten intuir otras dimensiones de la realidad que a menudo no vemos. Pero la otra razón por la que Jesús habla en parábolas es porque las parábolas son ejemplos tomados de la vida ordinaria. Y Jesús quiere mostrarnos que esta vida ordinaria está llena de la presencia de Dios. Jesús no es como el Maestro tradicional que solo sabe hablar del libro —aunque éste sea la Biblia. Jesús sabe leer en las cosas de la vida diaria, la presencia y la palabra de Dios y quiere que nosotros aprendamos a hacer lo mismo.Ω
Comentarios
Publicar un comentario