13º domingo t.o., 29 jun. 08
Lect.: 2 Reg 4: 8 – 11; 14 – 16 a; Rom 6: 3 -4; 8 – 11; Mt 10: 37 – 42
1. Aunque hoy se celebra la fiesta de San Pedro y San Pablo, vamos a leer las lecturas del domingo correspondiente. Nos dan oportunidad de una reflexión más profunda, de una relación básica sobre la cual, por supuesto, también se construye la de la pertenencia a la Iglesia y la relación con el Papa. ---
Todos estamos claros de que llamamos “vida cristiana” a la que tratamos de vivir, por la relación que tenemos con Cristo. En lo que puede ser que estemos menos claros es en cómo entender esa relación. Damos por supuesto que ya lo entendemos y no nos esforzamos por reflexionar. Lo malo es que si la entendemos incorrectamente, nuestro comportamiento también lo será. ¿Cómo solemos entender esta relación? No tenemos esa relación, simplemente, por el hecho de pertenecer a la Iglesia, y estar unidos al Pontífice Romano. ¿Cómo, entonces? Lo más frecuente es pensar en Jesucristo como un mediador que se sacrificó por nosotros para que Dios nos perdonara el pecado original y, entonces, si nos portamos bien, si cumplimos sus mandamientos, podamos ganar el cielo. Otra forma complementaria de entenderla, es pensar en que Jesús es el gran maestro y modelo que nos enseña cómo vivir, y que nosotros estamos llamados a imitarlo. Y también pensamos a veces que el asunto es que Jesús se portó tan bien con nosotros que debemos corresponder portándonos bien con el prójimo. Así entendemos, por ej., el evangelio de hoy. Pero, de vez en cuando, vienen textos como el de Pablo hoy, a sornaguearnos y a ponernos a pensar en una forma distinta, muy radical, de entender nuestra relación con Cristo. Fijémonos que dice: hemos sido incorporados a Cristo, a su muerte, hemos sido sepultados con él, resucitamos con él. Aquí nos está hablando de una relación interna, muy íntima, que nos hace estar conectados como la vid y los sarmientos, diría Jn, como una sola planta, miembros de un solo cuerpo. Jn, también en su evangelio, nos habla de que el Padre habita en Jesús, Jesús y el Padre en nosotros, nosotros en él. Ya solo esto nos plantea todo un tema para meditar por largo tiempo: tenemos una forma de existencia humana distinta de la ordinaria, debido a la relación especial que vivimos con Cristo, y de ahí debe derivarse nuestro comportamiento diario.
2. Pero ¿Qué es lo especial de esa forma nueva de vida en Cristo? Este es el 2º y último punto que vamos a mencionar hoy. Esta existencia en Cristo nos hace participar de una dimensión muy importante de su vida. Lo esencial de esta es la de una actitud de total confianza en la gratuidad, la generosidad y el amor del Padre. Actitud que lleva ser también gratuito con todos en lo que uno es y tiene. Jesús no vive la relación con Dios como si fuera una relación de mercado, en la que hay que pagar por cualquier cosa que se recibe. Ese tipo de relación, válida en lo comercial, aplicada a la vida espiritual y al mundo de las relaciones humanas, solo genera desesperación, frustración, ante nuestras propias limitaciones que nos impiden corresponder y “pagar” la inmensidad de los dones de Dios. Jesús vive con la gran serenidad y libertad que le dan el confiar plenamente en la generosidad de Dios. Y, al mismo tiempo al unirnos a él, nos permite descubrir y activar en nosotros esa realidad del Cristo que cada uno de nosotros tiene, y que nos permite construir nuestra vida, nuestra existencia, sobre la base de esa confianza que nos hace libres, libres para reproducir en nosotros esa actitud de dar y recibir, no por ninguna obligación, sino por la alegría misma de participar en la vida de la gracia de Dios. En esto consiste nuestra vida cristiana.Ω
Lect.: 2 Reg 4: 8 – 11; 14 – 16 a; Rom 6: 3 -4; 8 – 11; Mt 10: 37 – 42
1. Aunque hoy se celebra la fiesta de San Pedro y San Pablo, vamos a leer las lecturas del domingo correspondiente. Nos dan oportunidad de una reflexión más profunda, de una relación básica sobre la cual, por supuesto, también se construye la de la pertenencia a la Iglesia y la relación con el Papa. ---
Todos estamos claros de que llamamos “vida cristiana” a la que tratamos de vivir, por la relación que tenemos con Cristo. En lo que puede ser que estemos menos claros es en cómo entender esa relación. Damos por supuesto que ya lo entendemos y no nos esforzamos por reflexionar. Lo malo es que si la entendemos incorrectamente, nuestro comportamiento también lo será. ¿Cómo solemos entender esta relación? No tenemos esa relación, simplemente, por el hecho de pertenecer a la Iglesia, y estar unidos al Pontífice Romano. ¿Cómo, entonces? Lo más frecuente es pensar en Jesucristo como un mediador que se sacrificó por nosotros para que Dios nos perdonara el pecado original y, entonces, si nos portamos bien, si cumplimos sus mandamientos, podamos ganar el cielo. Otra forma complementaria de entenderla, es pensar en que Jesús es el gran maestro y modelo que nos enseña cómo vivir, y que nosotros estamos llamados a imitarlo. Y también pensamos a veces que el asunto es que Jesús se portó tan bien con nosotros que debemos corresponder portándonos bien con el prójimo. Así entendemos, por ej., el evangelio de hoy. Pero, de vez en cuando, vienen textos como el de Pablo hoy, a sornaguearnos y a ponernos a pensar en una forma distinta, muy radical, de entender nuestra relación con Cristo. Fijémonos que dice: hemos sido incorporados a Cristo, a su muerte, hemos sido sepultados con él, resucitamos con él. Aquí nos está hablando de una relación interna, muy íntima, que nos hace estar conectados como la vid y los sarmientos, diría Jn, como una sola planta, miembros de un solo cuerpo. Jn, también en su evangelio, nos habla de que el Padre habita en Jesús, Jesús y el Padre en nosotros, nosotros en él. Ya solo esto nos plantea todo un tema para meditar por largo tiempo: tenemos una forma de existencia humana distinta de la ordinaria, debido a la relación especial que vivimos con Cristo, y de ahí debe derivarse nuestro comportamiento diario.
2. Pero ¿Qué es lo especial de esa forma nueva de vida en Cristo? Este es el 2º y último punto que vamos a mencionar hoy. Esta existencia en Cristo nos hace participar de una dimensión muy importante de su vida. Lo esencial de esta es la de una actitud de total confianza en la gratuidad, la generosidad y el amor del Padre. Actitud que lleva ser también gratuito con todos en lo que uno es y tiene. Jesús no vive la relación con Dios como si fuera una relación de mercado, en la que hay que pagar por cualquier cosa que se recibe. Ese tipo de relación, válida en lo comercial, aplicada a la vida espiritual y al mundo de las relaciones humanas, solo genera desesperación, frustración, ante nuestras propias limitaciones que nos impiden corresponder y “pagar” la inmensidad de los dones de Dios. Jesús vive con la gran serenidad y libertad que le dan el confiar plenamente en la generosidad de Dios. Y, al mismo tiempo al unirnos a él, nos permite descubrir y activar en nosotros esa realidad del Cristo que cada uno de nosotros tiene, y que nos permite construir nuestra vida, nuestra existencia, sobre la base de esa confianza que nos hace libres, libres para reproducir en nosotros esa actitud de dar y recibir, no por ninguna obligación, sino por la alegría misma de participar en la vida de la gracia de Dios. En esto consiste nuestra vida cristiana.Ω
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