Lect.: Deuteronomio 30:10-14 ; Colosenses 1:15-20; Lucas 10:25-37
- Estamos ante una de las parábolas de mayor impacto de Jesús, la conocida con el nombre del “Buen Samaritano”. Tan divulgada que ha salido del ámbito estrictamente religioso y cristiano hasta el punto de que, por lo menos en nuestra lengua, se ha popularizado el calificativo de “buen samaritano” para designar a alguien que ayuda a otra persona en necesidad. Pero esta popularización no quiere decir que todos los que usan la frase o los cristianos que leen el texto, la interpretan de la misma manera.
- Para algunos se trata de un llamado a practicar la beneficencia, a prestar ayuda, auxilio, socorro, mediante limosna o protección a alguien que se encuentra en apuros de algún tipo. Para otros, el hombre asaltado y herido simboliza al sector más desfavorecido del pueblo, que encara problemas de injusticia, de desigualdad, y que requiere mucho más que pequeñas ayudas para superar sus problemas, que requiere compromisos solidarios. Para un buen número de lectores, a lo largo de los tiempos, el mensaje de fondo nos llevaría —en el contexto evangélico del pasaje— a entender en qué consiste el amor verdadero, representado en la práctica del samaritano que se comporta como prójimo con el herido, a pesar del desprecio que tenían los judíos por los samaritanos, por contraste con el sacerdote y el levita que pasaron de largo.
- La narración es tan rica que admite éstas y otras interpretaciones complementarias. Pero el diálogo entre Jesús y el escriba, especialista en leyes, sobre el amor a Dios y al prójimo como condición para entrar en la vida eterna, nos empuja a fijarnos en algo más. Varios detalles nos dan la pista. Por una parte, Jesús le da la vuelta a la pregunta del escriba. En vez de contestar directamente al interrogante ”¿quién es mi prójimo?”, narra la parábola y enseguida pregunta, “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” Nos está diciendo que cuando uno llega a ser prójimo del otro, hace del otro un prójimo. Le da visibilidad al reconocer su dignidad, su valor. Más que unos cuidados corporales, también necesarios, que le da con atención y esmero el samaritano, al herido se le abre la comprensión del valor de su propio ser y de la necesidad que tenía de ser amado. Ese es el don principal que recibe en la calidad del encuentro.
- Lo que Jesús está pidiendo a sus discípulos por medio de la parábola, es mucho más que la práctica de la beneficencia pero incluso, va mucho más allá de la solidaridad. La actitud solidaria en cada ser humano es una cualidad muy valiosa, imprescindible, que puede orientar las relaciones humanas, —y en particular la actividad económica—, a satisfacer las necesidades inmediatas y primarias mediante organizaciones, tecnologías y otros instrumentos. Pero el amor que invoca Jesús, y del que él mismo es su mejor testimonio, no se dirige directamente a calmar necesidades específicas individuales, sino a satisfacer la sed y hambre de ser valorados y reconocidos en nuestra dignidad, porque se nos descubre capaces de amar y ser amados.
- De esa manera el “buen samaritano” es quien sirve a otros hombres y mujeres a ser plenamente humanos, lográndolo para sí mismo al mismo tiempo. Para los cristianos, el “Buen Samaritano”, en sentido pleno, es Jesús de Nazaret. Profundizando nuestro conocimiento del ser interior de Jesús, paralelamente profundizamos el conocimiento de nosotros mismos, y podemos, con todo y nuestras indigencias y heridas, o, quizás, precisamente por ellas, ayudar a que otros y otras, indigentes y heridos como nosotros, alcancen también la plenitud de lo que son.Ω
NOTA IMPORTANTE
En su Carta Encíclica “Fratelli tutti” (3 octubre 2020) el papa Francisco nos da unas orientaciones extraordinarias “aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras.”. En particular son de enorme riqueza los números dedicados al comentario directo de la parábola que hoy nos presenta el Evangelio de Lucas. “Un extraño en el camino” subtitula el Papa a este capítulo segundo de la Encíclica, nn. 56 - 86
Una versión anterior de esta reflexión fue publicada en este mismo Blog en 2019.
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