Lect.: Hch 8, 5-8. 14-17 ; 1 Pe 3, 15-18; Jn 14, 15-21
- No sé si Uds. se han puesto a pensar por qué, estando en los domingos de Pascua, “nos devolvemos” a leer los discursos que el evangelista Juan pone en labios de Jesús la víspera de su muerte, en la noche del Jueves Santo. Lo lógico sería continuar prolongando —hasta Pentecostés— la celebración de la Resurrección y la reflexión sobre lo que este acontecimiento significa, con relatos post - resurrección. Respondamos solo con una constatación que nos sirva de recordatorio: de manera más clara que los otros evangelistas, Juan no intenta hacer un relato de episodios históricos de la vida de Jesús de Nazaret, sino “leer” detrás de esos acontecimientos, buscando su significado profundo, del que, a menudo solo son signos o expresiones simbólicas. Siendo el más tardío de los cuatro evangelios, el de Juan recoge ya la experiencia de comunidades de los años 90 del siglo primero, sesenta años después de la crucifixión, que les permite releer los recuerdos de la vida del Maestro, a la luz de la experiencia que están teniendo del Jesús Resucitado, el Viviente.
- Con esta aclaración podemos entender mejor que, por ejemplo, lo que el texto evangélico de hoy presenta como “promesas” de Jesús, en realidad son expresiones de lo que, a la luz de la Pascua los discípulos entendieron de la experiencia que estaban ya viviendo. Desde esa perspectiva el discurso final de la última cena, en especial el texto que hemos leído hoy, resume lo más esencial de la nueva experiencia espiritual, una experiencia que ha sido sido calificado como "cumbre” porque revoluciona, no a nivel teórico sino experiencial la manera de entender la relación de cada uno y de las comunidades nacientes con Dios. Unas afirmaciones tan sorprendentes, cuando se les presta atención, como las que pone Juan en labios de Jesús, revelan algo totalmente nuevo, que contrasta con lo que eran las representaciones religiosas de la época y anteriores: “Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros”. ¿Tamaña afirmación.
- Resumamos lo que está diciendo Jesús, con esa “imagen espacial”. (Ver nota). Ya los cristianos no podremos —no deberemos— hablar más de Dios como si se tratara de una realidad exterior a lo humano; ahora “la comunidad y cada uno de sus miembros se convierten en morada de la divinidad en este mundo. La realidad humana es el nuevo santuario de Dios. Por lo tanto, no hay que pensar ya en ámbitos “sagrados” en los que Dios se manifieste, fuera de la realidad de la vida humana y su entorno. Esto da un carácter sagrado a todas las personas humanas. Pero, además esto conlleva algo “revolucionario” para muchas interpretaciones que aún se pueden encontrar en la Iglesia. Si todo el ámbito humano es sagrado, no son necesarios, entonces, “mediadores” por los cuales se nos lleve a Dios. Estamos tan dentro de Dios que más que “buscar a Dios”, lo que necesitamos es dejarnos encontrar por él y aceptar su presencia en una relación de Padre - hijo, y de ninguna manera de “siervo - señor”. Evidentemente que esta nueva experiencia de lo divino implica una nueva manera de relacionarnos unos con otros. Tal como se manifestó en Jesús de Nazaret que tradujo en la práctica esa relación en la de hermanos y hermanas, cuya actitud profunda es la del don de sí mismo en el amor.
- Lo recalca en el párrafo siguiente, “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él». Porque, esos “mandamientos son en realidad uno solo, que desembocan en el amor al prójimo. Nada más lejano de la actitud de obediencia a los múltiples mandatos de la Ley. “Por eso desaparece la mediación de la Ley: la única ley es Jesús, en quien el Padre, a través de su Espíritu, ha realizado el modelo de hombre. Dios se asemeja a una onda en expansión que comunica vida con generosidad infinita. No quiere que el hombre sea para él, sino que, viviendo de él, sea como él, don de sí, amor absoluto: ése es el mandamiento que transmite Jesús.” (Ver nota). He tomado estas citas y estas notas de dos estudiosos bíblicos, cuya referencia pongo en nota al pie. Después de reflexionar sobre cuatro o cinco comentaristas de este pasaje, he preferido y siento que yo no podría decir mejor lo que estos dos autores han captado de ese evangelio de Juan. Se trata verdaderamente de un texto de gran audacia que solo pudo el evangelista escribir a la luz de su vivencia del Resucitado, del Viviente. Nos queda para continuar nuestra reflexión, para pasar de esta a la vivencia —no a la repetición mecánica de dogmas y doctrinas—, y con ella al empeño por conocer a fondo y hacer crecer hasta la plenitud al ser humano que somos cada uno de nosotros.Ω
Nota: como dije, aunque valoro los diversos comentarios y estudios bíblicos que leí, me parece que debo recomendar sobre todo, el que sirvió de fuente principal para la presente reflexión: “EL EVANGELIO DE JUAN
ANÁLISIS LINGÜÍSTICO Y COMENTARIO EXEGÉTICO”,
PORJUAN MATEOS y JUAN BARRETO
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